Mauricio Jenkins: La inversión extranjera directa

Es prioritario continuar atrayendo más y mejor inversión extranjera a nuestro territorio

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A pesar de que las multinacionales han estado con nosotros por siglos, no es sino hasta 1960 que Stephen Hymer en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) identifica, en su tesis doctoral, la inversión extranjera directa como un fenómeno diferenciado que merece explicación y estudio detallado.

La competencia en términos de promoción y de incentivos ofrecidos por muchos países por atraer inversión de parte de multinacionales es actualmente voraz. Que los países compitan arduamente por atraer a las multinacionales es en sí interesante.

Unas décadas atrás, la cosa era muy diferente. En los 60 y 70, cuando Hymer escribió su tesis, las multinacionales eran tratadas frecuentemente con desprecio, y asociadas a efectos perniciosos para la economía que las recibía.

A partir de la segunda mitad de la década de los 80, y ciertamente para los 90, el péndulo se movió completamente en la otra dirección. La promoción e inversión de las empresas multinacionales se convirtió en eje central de la política de desarrollo económico de muchas naciones, Costa Rica incluida.

Abundan los análisis. Existen literalmente cientos (sino miles) de estudios empíricos en la literatura académica que han intentado examinar el efecto de la inversión extranjera directa en la economía anfitriona. Los resultados de esos análisis, como en muchas otras áreas de la economía internacional, se pueden catalogar como mixtos.

Varios estudios reportan efectos positivos de la inversión de multinacionales en la economía local. Entre los más importantes se encuentran la aportación de capital muchas veces escaso en la economía anfitriona, la transferencia de mejores tecnologías y de mejores prácticas, el incremento en la productividad de los factores locales de producción y en las empresas domésticas suplidoras y competidoras, la creación de empleo con mejores salarios y el aumento en el comercio con los beneficios que ello presumiblemente conlleva.

Por el contrario, otros estudios reportan efectos perniciosos en la economía anfitriona. Entre los más importantes destacan el desplazamiento de empresas de origen doméstico, la conformación de monopolios y oligopolios, la explotación de factores de producción locales sin pagar el precio justo por ellos (mano de obra y otros), la afectación de la cultura local e influencia política desproporcionada.

La realidad parece ser simplemente que no todas las multinacionales son iguales. Definitivamente, existen multinacionales y multinacionales.

Los países deben desarrollar estrategias y mecanismos para atraer aquellas más deseables; es decir, a aquellas con mejores prácticas laborales y ambientales, con más posibilidades de generar encadenamientos productivos en la economía local (hacia adelante y hacia atrás), más abiertas a la transferencia de conocimiento y tecnología al entorno local y con mayor potencial de hacer, eventualmente, la transición a actividades de mayor valor agregado.

Esto debe hacerse sin atizar lo que el juez de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos Luois Brandeis, muy elocuentemente, denominó en 1933 a race to the bottom (carrera hacia el fondo) en la que los países o regiones compiten entre sí relajando sus regulaciones fiscales, ambientales y laborales para mantener y atraer mayor actividad económica en su territorio, lo que al final genera solo una desmejora en el bienestar de sus habitantes.

En Costa Rica, hemos sacado buen provecho de la inversión extranjera directa en las últimas décadas. El país es ampliamente reconocido en círculos de negocios y académicos, así como entre las agencias multilaterales como un ejemplo muy exitoso de atracción de inversión foránea a sus fronteras.

En buena medida, esa inversión es la que permitió la transformación del sistema productivo costarricense de uno basado en la producción y exportación de unos cuantos productos agrícolas (café y banano) a uno basado en la producción y exportación de bienes manufacturados y de servicios. La inversión extranjera directa también es la que fundamentalmente nos ha permitido financiar el sempiterno déficit comercial del país. Es prioritario continuar atrayendo más y mejor inversión extranjera a nuestro territorio.

Estar despiertos. Las cosas en el futuro no parecen fáciles, sin embargo. La competencia de otras latitudes por atraer a las multinacionales son actualmente órdenes de magnitud más fuerte que cuando el país logró atraer a Intel (quizás parte de la explicación de por qué esa empresa ya no está, por dicha solo parcialmente, con nosotros).

Además, el país es bastante caro en términos relativos y hemos experimentado una considerable apreciación en el tipo de cambio real en los últimos tres o cuatro años. No debemos dormirnos en los laureles de lo logrado hasta el momento en un tema que ha sido eje central de nuestro desarrollo económico y bienestar nacional por cerca de 30 años.

(*) El autor es profesor asociado del Incae