Más allá de la ONU

La creación de una “Organización de Religiones Unidas” no sería el convencimiento de una doctrina de la fe sobre otra, sino el estudio, entendimiento y tolerancia a las demás confesiones

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La Organización de las Naciones Unidas fue concebida y fundada para abrir un foro de diálogo entre las naciones para así evitar una tercera hecatombe como lo fue la Segunda Guerra Mundial. Con todo y los altibajos de la Guerra Fría, los distintos conflictos en Oriente Medio, revoluciones, guerras civiles, conflictos limítrofes aquí y acullá, la iniciativa de un foro para la diplomacia mundial ha resultado, pues hemos evitado una escalación de lo que fueran los mataderos y holocaustos de las dos guerras mundiales.

Hoy, ante el surgimiento de gobiernos populistas, nacionalismos exacerbados por flujos migratorios sin antecedentes, masas desplazadas por una globalización desconsiderada, un clima desbocado en todos los continentes, me parece que la ONU se ha vuelto, ciertamente no obsoleta, pero sí insuficiente para lidiar con tanta maraña de problemas.

Ahora bien, ¿qué es más poderoso en el quehacer humano que sus convicciones políticas? Incluso, ¿más eficaz que sus necesidades materiales inmediatas? Su fe. O su negación de ella.

Para muestra, el famoso botón: las magníficas catedrales de la cristiandad, las impresionantes pirámides de Mesoamérica, espléndidos templos, mezquitas y sinagogas construidos como máxima expresión de las más diversas culturas. Y sí: lamentablemente, las muchas guerras libradas para imponer una creencia a otra. También en el polo negativo: el radicalismo de una religión tan rica y compleja como el islam que ha devenido en un disparador del terrorismo contemporáneo.

Entonces, si el siglo XX vio el nacimiento de un foro diplomático mundial, ¿no debería el siglo XXI estar listo para su contraparte espiritual? Una organización que reúna en paz y amistad a católicos, anglicanos, luteranos, presbiterianos, calvinistas, metodistas, testigos de Jehová, mormones, ortodoxos, coptos, judíos, judíos ortodoxos, chiitas, sunitas, wahabitas, budistas, confucionistas, hindúes, ateos, agnósticos y que me perdonen todas aquellas expresiones de fe que no se me ocurren al momento.

Sede de la tolerancia. La Asamblea General de las Naciones Unidas reside en Nueva York, acaso una de las ciudades más cosmopolitas del orbe. Para la sede de un foro para el diálogo de religiones, el lugar que vislumbraría debiera ser un reflejo de la esencia de la fe, donde se profesen o hayan profesado varias, pero que también invite a la paz, tranquilidad y reflexión; condiciones necesarias para tolerarse unas a otras.

¿Una ciudad desgarrada por las creencias y su interactuar con el poder terrenal, como Beirut (Jerusalén acarrea demasiadas animosidades de las tres religiones del Viejo Testamento); tan dedicada al estudio teológico como Qum en Irán; o quizás tan alejada del trajín geopolítico como Lhasa en el Tíbet? Aunque para esta última opción el gobierno chino quizá tuviese una que otra objeción… ¿Perth, al final del desierto australiano; Iquitos, perdida en la Amazonia peruana; Estambul, partida en dos continentes? En fin, creo que decidirse por una sede sería uno de los escollos menores.

¿Financiamiento? Innecesario que enumere lo que se ha gastado y se gasta para preservar nuestras creencias –o la ausencia de ellas– a lo largo de toda la historia de la civilización. De todos modos, muchos hombres de fe tienden a escoger el camino del ascetismo. En todo caso, sería una acertada prerrogativa el armar una organización de mínimas necesidades materiales para así marcar su diferencia con una organización terrenal.

El mayor obstáculo para la quimera que aquí expongo es, sin embargo, la humildad; o más bien la falta de ella. La humildad para reconocer la validez de otros caminos.

¿Cuántos guías religiosos a lo largo de la historia de todos nosotros han aceptado que otros grupos tienen otras inspiraciones religiosas? La minoría. Supongo que es un asunto de supervivencia: al aceptar las creencias específicas de otros, estarían comprometiendo las propias. Pero solo si son creencias con débiles fundamentos.

Pruebas de fe y fuego. Aquí vuelve a la factibilidad mi propuesta: las grandes religiones del siglo XXI han pasado por muchas pruebas de fe y fuego; durante cientos de años algunas, durante miles otras. Ya no hay imperativos para convertir a la fuerza a un judío al cristianismo, a un budista al islam. La interconexión tecnológica, el imperio de las redes sociales dificulta al extremo tales atropellos a los ancestros espirituales de cada uno de nosotros. O la negativa de algunos a aceptarlos del todo.

Mas no hay que pecar de ingenuidad (sin intención el uso de ese verbo): las diferencias teológicas pueden resultar tan polémicas como las políticas. Que lo digan 500 años de Reforma o la rivalidad entre sunnitas y chiitas. Me falla la cultura general para exponer casos similares en las religiones imperantes en el Lejano Oriente. Y habría que ver si grupos extremos como los talibanes tolerarían siquiera el respirar el mismo aire de teólogos que interpreten a un creador de forma diferente.

Pero lo interesante sería que esos grupos extremistas se verían desacreditados entre sus acólitos ante la solidaridad masiva de otras, muy distintas religiones. Se tendría que rayar en una ceguera sociópata para ignorar ya la fe de diversos miles de millones de fieles.

Aun así, el fin último de una “Organización de Religiones Unidas” no sería el convencimiento de una doctrina de la fe sobre otra, sino el estudio, entendimiento y tolerancia a las demás confesiones. No puede ser que a estas alturas de la comunicación planetaria se ignoren las creencias de personas que no comparten nuestra idiosincrasia, pasado y costumbres.

La Iglesia Católica Apostólica y Romana tiene en su actual líder a uno de los más idóneos para echar a andar tal propuesta, pues la humildad ha sido la marca de su pontificado. Invito a sus obispos en Costa Rica a pasarle este santo (y otra vez el juego de palabras). Igual le dejo esta inquietud a cuanto pastor, rabino, monje o muftí que llegue a leer estas líneas por residir en este bendito país.

Nate, Otto y el reciente socollón de Jacó nos recordaron que no importa a quién adoremos: la montaña que nuestras fe quisiera mover, igual se nos viene encima si esa es la voluntad del creador que cada uno quiera escoger.

El autor es comunicador.