Los suprapolíticos: más rápidos que congresistas en carrera

Ellos suelen caer de la cima, con un aterrizaje estrepitoso, debido a su falta de habilidad política

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

LONDRES – ¡Es un pájaro! ¡Es un avión! No, es Suprapolítico. Pero, a diferencia del héroe de los dibujos animados, cuando Suprapolítico llega al poder, probablemente no será quien resuelva todos los problemas.

La aparición de los líderes suprapolíticos es un fenómeno relativamente nuevo, que está cambiando el panorama político en todo Occidente. Hoy día, dos presidentes bastante disímiles, Emmanuel Macron, en Francia, y Donald Trump, en Estados Unidos, son los principales íconos de dicho fenómeno.

Hasta hace unas décadas, los líderes democráticos tenían que subir por la escalera electoral, peldaño a peldaño, adquiriendo a lo largo del camino la destreza para hacer política persona a persona, dar discursos con un mensaje estandarizado, así como cumplir con las exigencias de alcanzar una mayoría que sea operante. En Estados Unidos, eso significó que prácticamente todos los presidentes prestaran sus servicios a la nación ya sea como congresistas o como gobernadores de distintos estados, destacándose Dwight Eisenhower como la única excepción durante la época moderna, cuyo experiencia como general de Ejército substituyó a la experiencia política.

En Europa, los políticos franceses escalaron por la escalera parlamentaria durante la Cuarta República, y pudieron aspirar a subir a la presidencia en la Quinta. Los líderes alemanes desde la Segunda Guerra Mundial ascendieron a través de las estructuras políticas estatales y federales.

En Italia, los líderes de la posguerra tuvieron que navegar por el laberinto político bizantino creado por el ahora difunto partido de los demócratacristianos. Incluso en Rusia, los líderes ascendieron por los rangos de las jerarquías del partido o del Estado.

Por supuesto, los partidos políticos siempre han tenido sus “buscadores de talento” quienes tratan de encontrar individuos con un potencial excepcional de liderazgo.

Sin embargo, incluso una figura como el primer ministro británico John Major, quien tuvo un ascenso acelerado a la cima, ocupó previamente los cargos de ministro de Servicios Sociales, secretario de Asuntos Exteriores y canciller del Ministerio Público antes de asumir el cargo de primer ministro.

Las cosas comenzaron a cambiar con el gobierno de Tony Blair. Blair prestó sus servicios en el Parlamento, y se desempeñó sin problemas como portavoz de Asuntos Internos del Partido Laborista. Pero, después de la muerte inesperada de su mentor, el hábil político de la maquinaria política y líder del Partido Laborista, John Smith, Blair fue catapultado a la cima, cual si tuviese derecho divino a ello. Más recientemente, David Cameron cumplió solo un mandato en el Parlamento antes de ser elegido líder del Partido Conservador.

En Estados Unidos, el predecesor de Trump, Barack Obama, fue otro de esos políticos de “rápido ascenso”. En el año 2004, el relativamente desconocido senador del estado de Illinois pronunció un discurso fascinante en la Convención Nacional Demócrata. Cuatro años más tarde, él estaba en la Casa Blanca.

Con Trump, el cohete a la cima disparó todos los propulsores. En poco más de un año, Trump pasó de ser un presentador de un programa televisivo de telerrealidad y magnate exhibicionista de bienes raíces a ser el líder del país más poderoso del mundo, dejando aturdida a la clase dirigente tradicional del Partido Republicano por el remezón que su ascenso causó.

El precedente más cercano a Trump podría ser el ex primer ministro de Italia Silvio Berlusconi, quien era un conocido magnate de los medios de comunicación antes de decidir aprovechar la desintegración del sistema de la posguerra de Italia a principios de la década de 1990 para crear su propio movimiento político. Otro suprapolítico italiano, Matteo Renzi, también disfrutó de un meteórico ascenso político, convirtiéndose en primer ministro sin nunca servir como miembro del Parlamento, ni tener un cargo en una oficina nacional, ni tampoco construir una coalición política.

Por último, está Macron, exbanquero y (brevemente) ministro de Economía, quien nunca había entrado al camino difícil de política democrática antes de las recientes elecciones. Sin respaldo de un partido tradicional –como en el caso Berlusconi– Macron creó su propio movimiento, y pasó de ser un relativo desconocido a presidente de la República en cuestión de meses.

Claramente, los suprapolíticos no se adhieren a una ideología particular ni cultivan una apariencia especial. Y hay factores específicos que impulsaron el surgimiento de cada uno de ellos de manera individual. Cameron recibió el apoyo de intereses financieros decididos a resucitar al Partido Conservador. Los antecedentes empresariales de Trump y su estatus de “persona de fuera” del círculo tradicional le ayudaron a apelar a los nuevos desposeídos.

Pero estos líderes tienen algunas características en común, comenzando con su uso de medios modernos. Antes del siglo XX, los líderes eran figuras remotas que raramente hacían contacto directo con las masas. Luego llegó la era del orador, cuando figuras como David Lloyd George y Ramsay MacDonald hablaban directamente a grandes multitudes. Líderes que van desde Adolf Hitler a Winston Churchill hicieron lo mismo, con la ayuda del micrófono.

El advenimiento de la televisión requirió una presentación más personal y discreta –la cual fue brillantemente adoptada por John F. Kennedy– y fue más conducente que nunca antes a la toma rápida de conciencia y apropiación del discurso público. Blair y Cameron pueden no haber sido buenos oradores, pero sabían cómo presentarse en la televisión. Obama mezcló de manera experta la oratoria con una imagen relajada, que es óptima para la televisión.

La carencia de Trump en cuanto a habilidad retórica se ve compensada con su habilidad para manipular a una audiencia, con Twitter como su herramienta favorita para conectarse con las masas. Renzi y Macron, por su parte, son maestros de las frases pegadizas.

Por supuesto, conseguir la cobertura correcta de televisión requiere un poco de esfuerzo. Trump cortejó a Rupert Murdoch, al igual que lo hicieron Blair y, en menor medida, también Cameron. Macron cultivó asiduamente los intereses de los medios franceses. Las propias compañías de Berlusconi dominaron las ondas de comunicación italianas.

Pero hay otra similitud entre los suprapolíticos que es más preocupante: ellos suelen caer de la cima con un aterrizaje estrepitoso, debido en gran parte a su falta de habilidad política. Blair no pudo conciliar sus principios neoconservadores con los de su propio partido –una situación que llegó a su clímax debido a su desastroso apoyo a la guerra dirigida por Estados Unidos en Irak–.

La desesperación de Cameron por ganar votos lo indujo a convocar a un referéndum sobre la pertenencia de Gran Bretaña a la Unión Europea, cuyo resultado lo obligó a dimitir.

El liderazgo de Renzi también fue derribado de manera similar: ligó su destino político a un referéndum sobre las reformas constitucionales tan necesarias, el cual se convirtió en una votación que evaluaba a su gobierno.

La desorientación de Trump ha estado en exhibición desde el primer día, socavando la confianza de los aliados de Estados Unidos y obstaculizando la capacidad de los republicanos para promulgar su agenda.

Ahora, la pregunta es si Macron –quien avanzó y garantizó una mayoría incuestionable en la Asamblea Nacional francesa– puede romper el molde, o si él proporcionará una prueba más sobre que ser conocedor de los medios de comunicación no actúa como sustituto de la experiencia en las trincheras políticas.

Robert Harvey, exmiembro de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes, es el autor de “Global Disorder and A Few Bloody Noses: The Realities and Mythologies of the American Revolution”. © Project Syndicate 1995–2017