Los primeros 75 años desmilitarizados

La abolición del ejército es una señal nítida y contundente de un país que declara la paz al mundo

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La abolición del ejército es la celebración más importante de la nación costarricense gracias al impacto que ha tenido alrededor del planeta. Mucho se habla sobre las causas de esta decisión, que se sienten hoy secundarias y lejanas. Quizás más importantes son las consecuencias que podrían continuar desembocando de ella.

Para comenzar, durante 75 años no ha habido en el Estado costarricense formación de soldados. Se le atribuye a Ryoichi Sasakawa, filántropo japonés, la frase: “Dichosa la madre costarricense que sabe que su hijo al nacer jamás será soldado”. Es una frase simple, contundente, visionaria y verdadera. Quizás ya no viva la última madre costarricense cuyo hijo murió como soldado nacional. Representa una conquista de la civilización, para la civilización.

Durante milenios, distintas culturas, algunas ya extintas, hicieron inmensos aportes a la causa común de aspirar a la mejor versión de nuestra especie. Renunciar de manera absoluta, colectiva y transgeneracional a resolver nuestros conflictos políticos, legales e internacionales por medio del uso de las armas, representa un boceto de lo que podría suceder a la humanidad si todos los demás Estados tomaran una decisión de semejante valentía y calado.

Valentía, porque hay que sentirse muy segura de sí misma como nación para apostar por la empatía, la creatividad y la armonía —elementos fundamentales de la paz— como condiciones con las que buscará transformar sus conflictos. Calado, porque la abolición del ejército creó, quizás sin pretenderlo, una cultura desmilitarizada, que es un privilegiado fundamento para una auténtica cultura de paz.

Luego, la decisión de no gastar en armamento y entrenamiento militares ha tenido un impacto prolongado en el presupuesto nacional. Para ponerlo en perspectiva, habría que considerar el porcentaje del producto interno bruto (PIB) histórico que ha representado para otros países los últimos 75 años de gasto militar.

Debe valorarse, además, el costo de oportunidad, o sea, todo lo que pudo haberse hecho a lo largo de esas décadas con ese dinero si se hubiera invertido en, por ejemplo, desarrollo humano. En este rubro, Costa Rica ha apostado de manera consistente, incluso desde antes de la abolición del ejército.

Dar perspectiva global resulta un ejercicio dramático. A escala mundial, se gasta en armamento, capacitación e institucionalidad militares por encima de dos billones de dólares (en inglés, trillion) cada año. El monto es suficiente para cubrir los costos globales de adaptación al cambio climático. Mucho más: es suficiente para cubrir esos costos 20 veces cada año, según un estudio que realizó el Centro de Economía y Política del Cambio Climático, creado en conjunto por las universidades de Leeds y la Escuela de Negocios de Londres (LSE).

Es inevitable pensar que las prioridades globales están desalineadas de la permanencia de la vida en la Tierra. Pareciera que la humanidad se está preparando para la guerra equivocada. Por un lado, se incurre en gasto militar para defenderse de amenazas humanas. Por otro lado, las aceleradas consecuencias que ha sufrido la biósfera por la contaminación y degradación causadas por el ser humano mismo jamás podrán ser contenidas por la fuerza de las armas.

¿Será que los ejércitos militares se preparan para contener éxodos masivos hacia lo interno de sus fronteras? En estos tiempos, ni los muros de concreto erguidos por odio al prójimo lo están logrando. Mucho menos, entonces, contendrán las oscilaciones en los patrones de lluvias que ocasionan inundaciones, sequías, incendios, huracanes, pérdida de biodiversidad y bombas de calor urbanas que suceden hoy con indeseable frecuencia.

Bajar las armas nos permite vernos a los ojos y buscar con empatía, creatividad y armonía maneras colectivas de lograr la paz entre los seres humanos de hoy y los que vendrán mañana, y también con la naturaleza.

La abolición del ejército es una señal nítida y contundente de un país declarando la paz al mundo, a la comunidad internacional, a sus vecinos, y, por supuesto, también a su pueblo.

En tiempos de guerra en Ucrania, Gaza y otros lugares, cuántos hogares desearían que hubiera paz en vez de guerra, que hubiera padres e hijos compartiendo el pan y no llevando flores al cementerio. Lo desgarrador de la guerra, que hemos visto hoy más cerca que nunca en este mundo de digitalización audiovisual, es totalmente evitable.

Ha habido culturas que han sabido vivir bajo la máxima universal “haz a otros lo que quieres que te hagan a ti”. Costa Rica es una de ellas y la gran lección que le dio al mundo hace 75 años es más útil y necesaria que nunca. ¡Por los próximos 75 años de cultura desmilitarizada!

El autor es especialista en paz y transformación de conflictos.