Los nuevos mosqueteros de Putin

Los nuevos misiles rusos de crucero sorprendieron a todo el mundo por su temible precisión

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MOSCÚ – En toda Europa, apologistas de Rusia y de las políticas rusas han confluido en lo que parece ser una quinta columna. El auge en las capitales occidentales de lo que podría llamarse, “el grupo de Putin” es un acontecimiento extraordinario y riesgoso, precisamente porque los que lo integran no son los sospechosos de extrema izquierda y extrema derecha usuales. Entonces, ¿quiénes son sus “miembros”?

Son, para empezar, aquellos que independientemente del partido, no han hecho alguna crítica con respecto al gran recibimiento de Estado que el presidente Vladimir Putin desplegó hace poco en el Kremlin para el enemigo reincidente de Occidente (y asesino de su propio pueblo), el presidente sirio, Bashar al-Assad. Están aquellos cuyo alivio por ver que un “hombre fuerte” ha aparecido para poner orden (su versión) en el embrollo sirio, les impide percibir que el efecto primario de los bombardeos masivos e indiscriminados de Rusia ha sido la aceleración del flujo de refugiados hacia Europa.

Y está la gran mayoría que sencillamente ignora los motivos de la diplomacia armada de Putin (no solo en Siria): el deseo de vengarse de aquellos que él considera responsables de la caída de la Unión Soviética. Es bien conocida la declaración de Putin de que el colapso de la Unión Soviética fue una “catástrofe geopolítica mayor del siglo [XX]” y nunca ha dejado de señalar como culpables a los Estados Unidos, a la Iglesia católica (y el Papa polaco) y a Europa.

Con todo, los partidarios de Putin prefieren no ver cómo eventos en apariencia independientes son componentes de una estrategia del Kremlin de represalias, humillación y desestabilización, como mínimo, dirigida a Europa. Sin embargo, hay que estar ciego intencionalmente para no ver la situación global porque las tácticas de Putin –aprovechar la menor posibilidad o error de Europa con el fin de crear divisiones– han sido notablemente consistentes.

Así pues, por ejemplo, Putin, supuestamente dijo al presidente ucraniano, Petro Poroshenko, en septiembre de 2014: “si yo quisiera, en dos días podría desplegar tropas rusas no solo en Kiev, sino también en Riga, Vilnius, Tallin, Varsovia y Bucarest”. En noviembre del mismo año, preguntó “cuál es el problema con el Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939 (el pacto nazi-soviético que permitió a Stalin invadir Europa oriental y anexar los países bálticos y partes de Polonia y Rumania). Además, a finales de junio, procuradores rusos anunciaron el inicio de una investigación sobre la legalidad de la independencia de los países bálticos.

Más allá de la retórica revisionista, está la reunión del 17 de febrero de Putin y el principal de sus partidarios de la Unión Europea, el primer ministro húngaro Viktor Orbán (reunión que generó quejas en las calles de Budapest por manifestantes opuestos a ser de nuevo una “colonia rusa”). También se pueden mencionar los numerosos contactos de Putin con el primer ministro Alexis Tsipras, éste último estuvo en Moscú durante el apogeo de los enfrentamientos de Grecia con la Unión Europea, con el supuesto objetivo de conseguir 10 mil millones de dólares para imprimir nuevos dracmas.

Asimismo, se pueden señalar las repetidas violaciones militares de Rusia al espacio aéreo de los países fronterizos de Europa; así como el apoyo sistemático del Kremlin a partidos populistas, nacionalistas y abiertamente fascistas que en cada país de la UE están ansiosos por desarticular Europa.

Putin, vaya donde vaya, seguro tendrá el apoyo de sus partidarios. Cuando la sociedad civil de Ucrania proclama su interés por la UE y Putin lo interpreta como un acto hostil contra Rusia, sus miembros toman partido contra Europa. Cuando Putin permea un nacionalismo lingüístico para justificar sus reclamaciones en Crimea y Donbas (los rusos son aquellos que hablan ruso), sus apologistas en Europa –donde los nazis usaron la misma estrategia en Sudetenland (los alemanes son aquellos que hablan alemán)– lo consideran simplemente un asunto de sentido común.

Son varios los adjetivos con los que se puede describir al grupo de partidarios de Putin, suicida, masoquista o movidos por un autodesprecio o gusto por la traición. Con todo, sus miembros no dicen nada cuando por primera vez desde la guerra fría, el Kremlin altera por la fuerza las fronteras de las que depende la seguridad colectiva del continente. No saben o pretenden no saber que Putin es un fabricante de imperios rodeado de ideólogos cuya visión del mundo, aunque compleja y amplia, es en muchos puntos esenciales, opuesta a la de Occidente.

Así pues, debemos entender qué implica dicha visión; la ley y la justicia al servicio de la fuerza y el poder, y no al contrario, como debería de ser; orden en lugar de libertad; y persecución institucional de gais y otros “desviados”, que son la pura representación de un Occidente decadente castrado con el veneno del cosmopolitanismo.

Resuelto a encarnar una alternativa euroasiática “viril” a la civilización democrática occidental, Putin está ahora a la ofensiva y está midiendo la resistencia de sus vecinos. Además, el ejército anticuado, corrupto y en descomposición que heredó hace quince años ya no es su herramienta. Los nuevos misiles rusos de crucero, lanzados desde buques desplegados en el mar Caspio a objetivos sirios, sorprendieron a todo el mundo por su temible precisión.

Sin duda, la ceguera demostrada por el grupo de apoyo de Putin –desde Marine Le Pen de Francia, pasando por Nigel Farage del Reino Unido hasta Geert Wilders de Países Bajos– no tiene precedentes. Los riesgos actuales me llevaron a leer a Thierry Wolton sobre la historia del comunismo y los servidores voluntarios que reunió a lo largo de varias décadas.

Sin embargo, lo que es confuso es el grado de conocimiento sobre el pasado que puede quedar trágicamente inutilizado, y cómo los mismos errores, la misma ignorancia consciente, pueden regresar, y no siempre, pace Marx, como farsa.

Bernard-Henri Lévy es uno de los fundadores de “Nouveaux Philosophes” (Movimiento nuevos filósofos). Entre sus libros está Left in Dark Times: A Stand Against the New Barbarism. © Project Syndicate 1995–2015