Los límites de las negociaciones climáticas

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

NUEVA YORK – Si el mundo va a resolver la crisis del cambio climático, se necesita de un nuevo enfoque. En la actualidad, las principales potencias ven el cambio climático como una negociación sobre quién va a reducir sus emisiones de CO2 (que sobrevienen principalmente por el uso de carbón, petróleo y gas). Cada una de estas potencias está de acuerdo con realizar pequeñas “contribuciones” a la reducción de emisiones, y trata de empujar a los demás países a poner más de su parte. Estados Unidos, por ejemplo, “contribuirá” con un poco de reducciones de CO2 si China va a hacer lo mismo.

Durante dos décadas, nos hemos visto atrapados en esta mentalidad minimalista e incremental, que es errónea en dos aspectos claves. En primer lugar, este enfoque no está funcionando, ya que las emisiones de CO2 están aumentando, no disminuyendo. La industria petrolera mundial está en una época de bonanza: fracking , perforaciones, exploraciones en el Ártico, gasificación del carbón y la construcción de nuevas instalaciones para el gas natural licuado (GNL). El mundo está destruyendo los sistemas climáticos y de abastecimiento de alimentos a un ritmo vertiginoso.

En segundo lugar, la “descarbonización” del sistema energético es tecnológicamente complicada. El verdadero problema de Estados Unidos no es la competencia que llega de China, es la complejidad que supone el desplazamiento de una economía de $17,5 millones de millones que usa combustibles fósiles para convertirla en una economía que utiliza alternativas bajas en carbono. El problema de China no es EE. UU., sino cómo hacer que la primera economía más grande del mundo, o la segunda (China es la primera o segunda, según qué datos se utilicen para clasificarla), deje de lado su profundamente arraigada dependencia del carbón. Primordialmente, estos son problemas de ingeniería, no de negociación.

No quepa ninguna duda: ambas economías podrían descarbonizarse, si reducen drásticamente su producción. Sin embargo, ni EE. UU. ni China están dispuestos a sacrificar millones de puestos de trabajo y millones de millones de dólares para hacerlo. De hecho, la pregunta es cómo descarbonizar manteniéndose económicamente fuerte. Los negociadores climáticos no pueden contestar esta pregunta, pero innovadores como Elon Musk, de Tesla, y científicos como Klaus Lackner, de la Universidad de Columbia, sí pueden contestarla.

La descarbonización del sistema energético del mundo requiere que se prevenga que grandes y crecientes cantidades de electricidad impulsen el crecimiento de las emisiones atmosféricas de CO2. También supone la conversión hacia una flota de transporte sin emisiones de carbono y mucha más producción por kilovatio-hora de energía.

La electricidad sin emisiones de carbono está al alcance. La energía solar y eólica ya pueden brindar este tipo de electricidad, pero no necesariamente cuando y donde se la necesita. Necesitamos de avances tecnológicos para el almacenamiento de la energía producida por estas fuentes intermitentes de energía limpia.

La energía nuclear, otra importante fuente de energía sin emisiones de carbono, también deberá desempeñar un papel importante en el futuro, lo cual implica la necesidad de reforzar la confianza pública en su seguridad. Incluso, los combustibles fósiles pueden producir electricidad sin emisiones de carbono, si se utilizan procesos de captura y almacenamiento de carbono (CAC). Lackner es uno de los líderes a nivel mundial en nuevas estrategias de CAC.

La electrificación del transporte ya está con nosotros, y Tesla, con sus sofisticados vehículos eléctricos, está capturando la imaginación e interés del público. No obstante, se necesitan mayores avances tecnológicos con el fin de reducir los costos de los vehículos eléctricos, aumentar su fiabilidad y ampliar su alcance. Musk, deseoso de estimular el rápido desarrollo de estos vehículos, hizo historia, días atrás, al liberar las patentes de Tesla para que sus competidores puedan usarlas.

La tecnología ofrece también nuevos avances en el ámbito de la eficiencia energética. Los nuevos diseños de construcción han reducido los costos de calefacción y refrigeración al basarse mucho más en el aislamiento, la ventilación natural y la energía solar. Los avances en la nanotecnología ofrecen la perspectiva de contar con materiales de construcción más ligeros cuya producción requiere de mucha menos energía, haciendo que tanto las edificaciones como los vehículos sean mucho más eficientes en cuanto al consumo de energía.

El mundo necesita un esfuerzo concertado para adoptar a la electricidad baja en carbono, no una negociación más en términos de “nosotros contra ellos”. Todos los países necesitan nuevas tecnologías bajas en carbono, muchas de las cuales aún no son comercializables. Por lo tanto, los negociadores climáticos deben centrarse en cómo cooperar para garantizar que se logren avances tecnológicos y que estos beneficien a todos los países.

Ellos deben imitar la forma de proceder en otros casos en los que el Gobierno, los científicos y la industria se unieron para producir cambios importantes. Por ejemplo, para llevar a cabo el Proyecto Manhattan (para fabricar la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial) y para el primer aterrizaje en la Luna, el Gobierno de EE. UU. fijó un objetivo tecnológico excepcional, estableció plazos audaces y consignó los recursos financieros necesarios para lograr estos cometidos. En ambos casos, los científicos e ingenieros alcanzaron a tiempo lo buscado.

Puede ser que el ejemplo de la bomba atómica sea desagradable, pero el mismo plantea una pregunta importante: si les pedimos a los Gobiernos y a los científicos que colaboren en el desarrollo de tecnologías de guerra, ¿no deberíamos, por lo menos, hacer lo mismo para salvar al planeta de la contaminación causada por el carbono?

De hecho, el proceso de “cambio tecnológico dirigido”, en el que se fijan objetivos audaces, se identifican hitos y se establecen plazos, es mucho más común de lo que muchos creen. La revolución de las tecnologías de la información que nos trajo computadoras, teléfonos inteligentes, GPS y mucho más se construyó con base en una serie de hojas de ruta de la industria y del Gobierno. Se realizó el mapa del genoma humano a través de un esfuerzo dirigido por el Gobierno, y que, en última instancia, también requirió la participación del sector privado. Más recientemente, el Gobierno y la industria se unieron para reducir los costos de la secuenciación de un genoma individual desde unos $100 millones en el 2001 a solo $1.000 en la actualidad. Se estableció un objetivo de reducción de costos dramático, los científicos se pusieron a trabajar y se logró a tiempo el avance buscado.

La lucha contra el cambio climático sí depende de que todos los países tengan confianza en que sus competidores vayan a seguir por el mismo camino. Por lo tanto, sí debemos lograr que las próximas negociaciones climáticas detallen acciones compartidas entre EE. UU., China, Europa y otros.

Sin embargo, dejemos de pretender que este es un juego de póquer, pues, muy al contrario, este es un rompecabezas científico y tecnológico del más alto nivel. Necesitamos personas e instituciones similares a Musk, Lackner, General Electric, Siemens, Ericsson, Intel, Electricité de France, Huawei, Google, Baidu, Samsung, Apple y otros en laboratorios, plantas de energía y ciudades de todo el mundo para que forjen avances tecnológicos que vayan a reducir las emisiones de CO2 en todo el planeta.

Hay incluso un lugar en la mesa para que participen ExxonMobil, Chevron, BP, Peabody, Koch Industries y otros gigantes del petróleo y el carbón. Si ellos esperan que sus productos sean usados ??en el futuro, deben lograr que sean seguros a través de la implantación de tecnologías avanzadas de CAC. El punto es que la descarbonización profunda y alcanzar el nivel de descarbonización deseado se constituyen en un trabajo para todas las partes interesadas, incluyéndose entre ellas a la industria de los combustibles fósiles, y es un trabajo en el que todos debemos estar en el lado de la supervivencia y el bienestar de todos los seres humanos.

Jeffrey D. Sachs es profesor de Desarrollo Sostenible, profesor de Políticas y Gestión de Salud y director del Earth Institute, en la Universidad de Columbia. También es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio. © Project Syndicate.