Los ángelessí existen

Los ángeles me salvaron y cuidaron de mí por la gracia e infinito amor de Dios

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El título de este texto no es una exageración; no es un invento ni es retórica romántica. Les aseguro que los vi, hablé con ellos, me salvaron y cuidaron de mí por la gracia e infinito amor de Dios. Esos ángeles son aquellas personas que, en diferentes momentos y de diferentes maneras, hicieron posible que aquel 9 de octubre mi corazón no dejara de latir y que mis pulmones siguieran cumpliendo su función respiratoria. A eso le añado mis enormes ganas de vivir. Estaba seguro de que el Creador me quería de este lado.

A casi dos meses de aquel accidente no dejo de creer que Él tiene un plan especial para este servidor y espero tener la humildad, la fe y el optimismo para cumplirlo a cabalidad. Reconozco, sin embargo, que aún no sé de qué se trata.

Mi vida cambió dramáticamente esa soleada mañana de octubre. Un metal –creo que fue un metal, porque nunca lo vi y hasta la fecha no ha aparecido— impactó contra mi pecho cuando corría por el bulevar de Rohrmoser, en Pavas. Fue cuestión de microsegundos. El aire me comenzó a faltar, la voz “desapareció” y sentí que me desvanecía. La desesperación se apoderó de mí. Creo que no pasaron 15 segundos cuando caí al suelo y, de inmediato, me rodeó un séquito de ángeles enviados por Dios.

Uno de esos ángeles me cosió allí mismo para evitar que me desangrara y me entrara aire por la herida. Esto fue posible gracias a una vecina de la zona que prestó aguja e hilo. Otro ángel sostuvo mi mano derecha y con voz cariñosa, maternal, no dejaba de darme aliento; me decía que no cerrara los ojos, que me mantuviera despierto, que todo saldría bien. Yo estaba medianamente consciente, pero aún no sabía qué me había pasado.

Otro ángel detuvo su microbús y, sin pensarlo, abrió sus puertas para trasladarme al hospital más cercano. Y así fue. Entre él y dos de los que me atendieron en el sitio, me subieron con cuidado al vehículo, y cinco minutos después estaba en emergencias del México.

Allí otro séquito de ángeles se dio a la tarea de velar por mi salud. Me estabilizaron y, después de unos exámenes, la respuesta fue urgente y sin dudas: ese metal cortó más que piel del pecho; comprometió algunos de mis órganos. La cirugía duró dos horas; estuve tres días en Cuidados Intensivos y cinco días más en sala.

Durante ese período recibí la atención dedicada, amorosa y paciente de más ángeles, de personas que sin preguntar mi condición social, laboral, religiosa, amorosa o financiera lucharon para evitar que una vida se apagara. Que mi vida se apagara. Y esta vida brilla cada día gracias al amor, cariño y entrega de muchos otros angelitos que me insuflan energía y optimismo con sus abrazos cargados de cariño y sus hermosas y sentidas palabras de aliento.

Esos ángeles tienen nombre y apellido. Ellos son: Johanna Zommer, Esteban Flores, Julián Peña, Lorna Castro, Juan José Pucci, Eduardo Induni, José Pablo Rivera, Sabrina Alfaro, Celia Cruz y Nathalie Víquez. No puedo dejar de lado a Arnoldo, Monique y Desireé Robert, Vanessa Loaiza, Mercedes Agüero, Antonio Sanabria, Ángela Ávalos, Robert Lee, Gonzalo Solórzano, Ricardo Cordero, Marcela Arce y muchos, muchos más.

Dios me regaló una hermosa y contundente muestra de amor, al enviarme a hermosos ángeles que, así como lo hicieron conmigo, velan por muchas más vidas con enormes ganas de reír, llorar, amar y prodigar alegría. Los ángeles sí existen y siguen conmigo.