Los anestesiólogos y sus demandas

En vez de defender ciegamente al gremio, el sindicato debe proteger a los asegurados

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La noticia de que la junta directiva de la CCSS ha iniciado los despidos de los anestesiólogos no nos hace felices. Cada uno de esos especialistas ha significado un esfuerzo económico enorme para los cotizantes de la seguridad social, amén que introduce más resentimiento social y angustia en la familia costarricense.

Casi la totalidad de los anestesiólogos ha viajado al extranjero a obtener esa especialidad y costeado sus estudios con recursos ordinarios de la institución. Al Centro de Desarrollo Estratégico e Información en Salud y Seguridad Social (Cendeisss) le deben su designación como becarios, pero los acreedores de la subvención económica que recibieron mensualmente lo constituye el conglomerado del sector laboral costarricense.

Pese a esta condición de deudores en lo académico, económico y social, que debería palpitar en sus corazones como señal de agradecimiento, los galenos, con destacadas excepciones, han venido devaluando el paradigma humanista. Las carreras de medicina del país adolecen de un eje transversal curricular que fomente la sensibilidad y las solidaridad social. Las universidades privadas renunciaron al ciclo de humanidades desde sus albores y la pública se vio inserta en una competencia desalmada, en la vorágine liberal salvaje de la que nos advertía Juan Pablo Segundo.

Corrupción. Los hospitales son verdaderos campos de batalla, de clientelismo, de impunidad y gollerías. No bastaron las intervenciones. Los biombos continuaron creciendo, el ausentismo médico, la confusión entre lo público y lo privado y sabe Dios cuántas granjerías más. Para ello se cobijan en un sindicato que los defiende incondicionalmente, la Unión Médica, y un Colegio Profesional que olvidó que su razón ontológica no es proteger ciegamente al gremio, sino, por el contrario, proteger a la sociedad civil de los profesionales que desnaturalicen esa noble profesión.

El interés autónomo que persiguen los colegios profesionales no los priva del carácter de entes públicos, y, por antonomasia, están obligados a ejercer las potestades de regulación y policía en el quehacer bioético y moral de sus profesionales.

En un pasado reciente se profundizó en abundancia sobre el desatino de una huelga convocada por ese mismo gremio para perpetuar un régimen inequitativo de incapacidades divorciado del resto del sector laboral costarricense. Hoy le toca el turno a los anestesiólogos.

Antes de aventurarse en esa odisea en busca de un aumento salarial del 5% y 15 días de vacaciones profilácticas, por lo que consideran una profesión riesgosa, debieron reparar que con sus acciones estarían afectando al sector más vulnerable de la seguridad social. A ese sector que cumple estoicamente con sus deducciones mensuales confiados en la salvaguarda de un sistema solidario que los ampare en los difíciles momentos y en los quebrantos de la salud.

Un examen mental tan sencillo hubiese bastado para percatarse de que, al agredir directamente a los cotizantes, a quienes deben sus grados, posgrados académicos y su estabilidad laboral, lo único que obtendrían sería el repudio popular.

En el contrato de la seguridad social los trabajadores honran con sus cuotas mensuales la obligación sinalagmática que les corresponde.

Quienes están incumpliendo son los que temerariamente abandonan sus tareas sin reparar en las consecuencias, las complicaciones, la angustia de las familias y las secuelas del dolor en los pacientes.

Daño a asegurados. Los despidos no se justifican jurídicamente en la carencia de fundamento de sus demandas, sino por el daño que le están infringiendo a los más desprotegidos, por haberse lanzado a mansalva contra quienes más necesitan de amor y cuidado.

La inobservancia de esos principios humanos y cristianos convierte ese acto en una acción cobarde que ofende, agravia, injuria a la sociedad costarricense en su conjunto.

Más les hubiera valido declararse en huelga de hambre, como lo hizo Gandhi. Demostrar su disconformidad ofrendando su propia salud y no la de los demás hubiera sido más dignificante, habrían dado mayores muestras de congruencia con sus demandas y, probablemente, hubieran logrado mejores resultados. Aún están a tiempo.

La coyuntura actual no se ve feliz; los huelguistas están contra la pared, los despidos constituyen una espiral sin retorno, generarán más protestas y desavenencia. Los médicos saben que se están jugando el todo por el todo: si la junta directiva de la CCSS logra hacerlos deponer este movimiento, será la segunda derrota en un lapso muy corto y probablemente el principio del fin de un régimen de alcahuetería gubernamental, de privilegios y de arbitrariedad sindical. Si, por el contrario, los huelguistas logran sus prebendas, el principio del fin será para la seguridad social pública y probablemente estaremos entonando un réquiem para la CCSS.