Llegó la hora: proyectos y símbolos

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Las sociedades son más simbólicas de lo que pensamos. Las insignias y divisas no son en vano: hasta cierto punto, nos definen. Paradójicamente, la sociedad costarricense vive un largo ayuno de símbolos concretos, de proyectos tangibles que generen confianza. Y cuando digo confianza, me refiero a la capacidad de “creérnosla”, de sentir que el gobierno, el Estado y últimamente el país tienen futuro y sentido. Esto se hizo evidente cuando la gente salió a saludar a los trenes recién puestos en operación. Era algo pequeño, pero no tenemos nada de qué estar orgullosos desde hace décadas. El hecho es una carencia, y a la vez, una oportunidad. Veamos.

Infraestructura. Inicio mi argumentación con el contraejemplo. A nivel global, países tan dispares como Panamá, Dubai o China han comprendido que el desarrollo económico pasa necesariamente por la mejora en la infraestructura. Panamá, nuestro vecino, amplia el Canal de Panamá y simultáneamente re-lanza su red vial y hasta construye un metro. Dubai construye rascacielos imposibles. China es un hervidero de grúas, puentes, aeropuertos: proyectos monumentales. Estos países han privilegiado la construcción de infraestructura, y no es entonces coincidencia el notable rendimiento de las economías en los tres ejemplos citados. Se trata de competitividad a nivel global. En Costa Rica, solo el ICE desarrolla iniciativas importantes, pero con el inconveniente de ser “lejanas” para la sociedad: no interactuamos directamente con represas en el día a día.

Prosigo: la postergación de proyectos tan urgentes, como la ampliación de la ruta 1 y la conclusión de Florencio del Castillo, implica otro coste económico. Me refiero al costo de oportunidad. Cada día que retrasamos el lanzamiento de estas y otras obras similares estamos perdiendo todos . Abdul Abiad, jefe de Investigación del FMI ,comentó recientemente que “un incremento de 1% del PIB en la inversión en infraestructura aumenta el nivel de producción en torno a un 0,4% en el mismo año y cerca de 1,5 % en los cuatro años siguientes”. En otras palabras, este tipo de iniciativas no son gastos: son inversiones –y muy rentables, por cierto–. Valga mencionar que un aumento en el PIB y la productividad nacional contribuye –de rebote– con el déficit fiscal: mayor producción, mayor cosecha tributaria.

Hay inclusive otras razones que también podrían medirse en términos económicos en función de costo de externalidades. Me refiero a la calidad de vida e impacto al medio ambiente, factores que hacen aún más rentables los grandes proyectos viales pendientes. Cuando se suma todo lo anterior, es evidente que inclusive con un terrible desempeño en la ejecución de estas iniciativas, el beneficio total es tan grande que saldríamos ganando.

Hay todavía un factor más sutil, pero, a mi criterio, más importante: la necesidad de impulsar el espíritu de nuestra colectividad. Necesitamos un proyecto que relance nuestra confianza-país; ver para creer. Un proyecto grande de vialidad es perfecto: impulsa la economía, mejora la calidad de vida y es absolutamente tangible para toda la sociedad. Los préstamos están ya aprobados. Es imperativo actuar ya.