Leopoldo: preso pero libre

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Aprovechando una breve escala, adquirí en un aeropuerto internacional el libro Preso pero libre, que recoge las hojas escritas por Leopoldo López que logró filtrar desde la cárcel de Ramo Verde, Venezuela. Aunque es editado por Planeta, no lo he visto en librerías nacionales.

Me preocupa sospechar que por nuestra crisis cultural –traducida en pocos lectores– nuestras librerías estén convirtiéndose en almacenes de artículos varios. La librería física es una herramienta fundamental del saber, pues en ella se puede revisar u ojear, previo a adquirirlos, la totalidad del texto de una gama de libros. Aquí la web también se convierte en arma de doble filo contra la cultura.

Las notas de Leopoldo son estremecedoras. Reflejan el grado de iniquidad al que ha llegado esa dictadura. En días recientes, el Tribunal de Apelaciones ha confirmado la sentencia en su contra, en un proceso plagado de vicios.

Al conocer los detalles, como constitucionalista, no puedo dejar de pronunciarme clamando a nuestro gobierno por una posición de denuncia internacional firme.

Enuncio una breve enumeración de ejemplos de los atropellos allí evidentes.

Irregularidades. Primeramente, la acusación de la fiscalía venezolana contra Leopoldo se hace sin investigación de por medio. ¿Por qué lo aseguro? porque una acusación tan compleja –como lo es la imputación de terrorismo contra un líder político opositor– se aprobó tan solo cuatro horas después de los hechos que se reprochaban, y eso es absurdo. Además, al momento de allanar la vivienda de los López, se le informa a la familia que Diosdado Cabello –líder del régimen y expresidente del Parlamento–, sin ser funcionario del Poder judicial, se dirigía hacia el hogar allanado.

Llegó a coaccionar a los familiares de López para que lo convencieran de desistir de su combate moral. Si Venezuela en teoría aún es república, ¿por qué un alto jerarca del régimen se involucró personalmente en la gestión de una diligencia judicial?

Ya preso, el opositor ha sido víctima de innumerables actos de tortura. Por obligada síntesis, citaré solo algunos.

Constantes períodos de confinamiento absoluto durante semanas. A diferencia de los presos ordinarios, tanto a López como a otros reos políticos (Scarano, Ceballos y Lucchese) se les ha impedido el acceso a las áreas comunes, a la biblioteca, la precaria cafetería, las zonas de ejercicio y a la misa que oficiaba los domingos el presbítero Antonio Conceicao.

Uno de los casos graves de tortura en su contra sucedió la madrugada del 26 de julio del 2014, cuando treinta encapuchados, sin custodios ni fiscales, ingresaron armados a su celda.

Allí lo golpearon y le incautaron documentos de su defensa, sus notas, libros y cuadernos con información personal. Posteriormente, se determinó que los asaltantes eran miembros de la dirección de contrainteligencia militar, uno de los temidos brazos represores del régimen.

Un segundo caso grave sucedió la noche del sábado 25 de octubre del 2014, cuando Homero Miranda, su indigno carcelero, director del penal, hombre fanático e imbuido de odio, incitó a sus subalternos al lanzamiento de excremento por las ventanas de su calabozo, dando además instrucción inmediata de cortar el suministro de agua por más de doce horas, impidiendo así el aseo de la celda.

Posteriormente, a principios del 2015, contando ya con un año de encarcelamiento, nuevamente se le decomisaron sus libros y pertenencias y fue trasladado a un calabozo de 2x2 metros con un único baño anexo que debía compartir con treinta prisioneros.

Violación. Aún más, López no cuenta con comunicaciones privadas. Cualquier comunicación que tiene con sus defensores son grabadas, incluso las íntimas como las que realiza a su cónyuge.

En un régimen constitucional, todo recluso tiene derecho a comunicarse en privado con sus defensores y familia, sin que esas comunicaciones sean interceptadas salvo por orden previa de un juez.

Continúo: su procesamiento careció de las condiciones mínimas que requiere el ceremonial judicial, al extremo que la audiencia de presentación ante el juez, realizada el 19 de febrero del 2014, se llevó a cabo en un autobús, cual si aquel fuese una sala de audiencias. En el proceso penal no se permitieron pruebas ni testigos en su defensa. El debate no fue público, ni se autorizó el careo.

El hecho que esencialmente se le imputó a López es una supuesta incitación a la violencia, pues la marcha que convocó, pese a que era pacífica, degeneró en el asesinato de dos personas.

Aunque los testigos aseguran que dichas muertes fueron orquestadas por las mismas fuerzas represoras, a los defensores de López no se les permitió aportar ninguno de sus más de cien testigos, ni tampoco más de treinta videos. No tuvo oportunidad de prueba de descargo. Y, pese a que Rosa Azuaje –la perito experta ofrecida por el mismo gobierno– no halló delito alguno en los discursos pronunciados por Leopoldo en enero y febrero del 2014, estos fueron la justificación fundamental de su condena.

El corolario de tal farsa fue el escape del fiscal Nieves quien, una vez exiliado, reconoció que todo el caso fue un montaje.

Escritos clandestinos. En esta hora de sombras para Venezuela, los escritos clandestinos de Leopoldo contienen profunda sabiduría. Allí revela que, en la oración y en una íntima relación con Jesucristo, halló la fortaleza para enfrentar su noche oscura: “He profundizado el sentido de la oración, y ya no es un ejercicio de rutina, pues acá orar es una conversación íntima con Jesús; ha sido uno de los pilares fundamentales de mi fortaleza en la cárcel”.

Escribió que recibe inspiración de la vida ejemplar del obispo jesuita Van Thuan, perseguido y encerrado durante diez años por los comunistas vietnamitas.

Asegura que la principal frustración del preso es la expectativa de cuándo será libre, pues al no ver materializado su deseo, cada día es una decepción. Sin embargo, a raíz de esa disposición espiritual, afirma que saldrá “sin rencores, a seguir luchando por la libertad del pueblo venezolano”.

Valentía. Cuando a Costa Rica la gobernó Figueres Ferrer, Monge o Arias, en tiempos más peligrosos pues estábamos rodeados de satrapías amenazantes, nuestra política exterior tuvo un denominador común: valentía.

Pese a esas amenazas, ¿acaso la voz de nuestros estadistas no fue firme? Hoy no nos resignemos a un silencio cobarde y timorato.

Son más de 60 presos políticos y ya el grupo de trabajo del Concejo de Derechos Humanos de la ONU se ha pronunciado solicitando la inmediata liberación de Leopoldo.

Nuestro gobierno debe actuar con firmeza. “No temamos al que mata el cuerpo, mas el alma no puede matar” (Mateo 10.28).

El autor es abogado constitucionalista.