Leonardo Padura y su infancia

Padura reconoce que no leyó mucho durante su infancia. El béisbol era una de sus pasiones

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El escritor Leonardo Padura visitó recientemente nuestro país; atendió la invitación de la Academia Costarricense de la Lengua y la Asociación Amigos de la Academia. Durante cuatro días, cumplió con una apretada agenda, dialogó sobre los procesos de creación de libros como La novela de mi vida, El hombre que amaba los perros, la saga policíaca protagonizada por el inspector Mario Conde o la película Regreso a Ítaca.

Durante ese tiempo profundizamos en el universo creativo de este artista reconocido con el Premio Princesa de Asturias de las Letras por el conjunto de su obra. Sin embargo, poco se conoce de sus años escolares y de sus experiencias en el barrio Mantilla, al sur de La Habana, a finales de la década del 50 e inicios del 60, en la misma casa donde aún reside.

Expresa Ángela Pradelli que un lector desciende de lectores. Congruentes con ese principio, Geneviève Patte y María Teresa Andruetto sostienen que durante la temprana infancia se debe gozar de libertad para seleccionar aquellos textos que interesan. Por ese motivo es meritorio conocer esos relatos personales, y muchas veces ignorados, que registran escritores como Padura sobre sus primeros acercamientos a los libros. Mucho más allá de atesorar la anécdota y de contribuir a alguna reseña biográfica, estas vivencias nos permiten fortalecer el conocimiento pedagógico de la promoción de la lectura.

Pasiones. Cuenta Padura que su padre era masón y no le permitía leer los libros que guardaba en su biblioteca. Así que el niño recurría a las novelas, destinadas a la juventud, que se publicaban entonces en Cuba. Por eso, evoca El continente misterioso de Emilio Salgari y algunos títulos de Julio Verne. El primer libro que lo impactó fue El conde de Montecristo de Alexandre Dumas; sin embargo, reconoce que no leyó mucho durante su infancia. Él tenía otras pasiones, entre ellas estaba el béisbol.

Recientemente, su madre, con 89 años de edad, ordenaba los papeles masónicos de su esposo. Por casualidad, encontró el carné escolar de Padura. Allí detectó que la asistencia a clases era de un 66% o 63%. Ella lo llamó inmediatamente: “Oye, ¿qué andabas tú haciendo? ¿No estabas en la escuela?”. La verdad, Leonardo andaba por las calles de su barrio. Allí cazaba lagartijas y tumbaba mangos, pero, por sobre todo, practicaba béisbol. Por ese motivo, quiso convertirse en jugador profesional. O, al menos, en periodista deportivo.

Sin embargo, se hizo escritor; como él mismo dice, un escritor que trabaja constantemente en sus textos. Durante su infancia, de sus padres y de sus andanzas callejeras, aprendió dos reglas claras: no faltar el respeto a los mayores y no ir más allá de una calzada que lo alejaba de su casa.

Creencias. Aunque se confiesa agnóstico, Padura expresa que el concepto de caridad cristiana lo aprendió de su progenitor masón. Es la caridad que se practica a diario y de manera natural. Cuenta que el recogedor de basura de su barrio era un hombre rojo, que parecía un escocés. Era un servidor humilde que conversaba a diario con un señor negro que usaba guayaberas blancas.

Tanto el barredor callejero como el de las limpias ropas se trataban como si fueran hermanos. No importaba el color de la piel, existía un sentido de fraternidad que era más importante que las diferencias económicas. Esa es una de las imágenes vívidas que guarda de su niñez.

Se observa que un escritor y lector como Padura no se formó, necesariamente, con una saturación de libros durante sus primeros años de vida; tampoco con imposiciones ni tareas de textos obligatorios. Además, la asistencia a clases no fue una causa determinante en el proceso de formación de un artista cuya obra es reconocida internacionalmente.

La libertad creadora se puede aprender en la calle, gracias a anécdotas trascendentes como la de los dos hombres que, a pesar de representar diferentes clases sociales, pueden respetarse mutuamente.

Padura no solo autografió libros en la noche de su última presentación en Costa Rica; también estampó una dedicatoria en una pelota de béisbol que una dama guardó cuidadosamente en su bolso. Es la señal de un autor que descubrió en el deporte y las calles de su barrio tanto esplendor como el que se resguarda en las novelas de Salgari, Dumas o Verne.

El autor es profesor de Literatura Infantil en la Universidad Nacional y la Universidad de Costa Rica.