Las opciones de Donald Trump en Oriente Próximo

Trump no debería esperar a que surja una crisis que le imponga una agenda

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TEL AVIV – El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha dicho muchas cosas sobre asuntos exteriores, sin en el fondo decir nada. Sus confusas declaraciones dan pocas pistas sobre el tipo de política exterior que realmente llevará a cabo y no hay demasiadas razones para creer que, cuando esta se vuelva más clara, sea la que Estados Unidos o el mundo necesitan.

Trump es un empresario, no un estadista. Piensa en términos de utilidades y pérdidas inmediatas, visión de las cosas de la que son ejemplo sus declaraciones de que los aliados de Estados Unidos tienen que contribuir más a las alianzas de seguridad. En tiempos de retos cambiantes y amenazas crecientes, es improbable que adherir a este enfoque estrecho y aislacionista beneficie a nadie.

Una región a la que no podrá ignorar es Oriente Próximo. En particular, la crisis de Siria arrastrará a EE. UU., aunque las opciones de Trump son limitadas. Después de todo, los aliados yihadistas “moderados” de Estados Unidos no son más digeribles que el presidente Bashar al-Asad, y falta mucho para poder decir que se ha derrotado al llamado Estado Islámico (EI).

El exalcalde de Nueva York Rudy Giulani, cercano asesor de Trump y posible miembro de su gabinete, ha señalado que la gran prioridad exterior del gobierno será derrotar al EI. Trump ha declarado saber “más sobre el EI que los mismos generales”, pero eso es improbable. Después de todo, la única manera de derrotar un movimiento que crece gracias al caos es desarrollar Estados sólidos y competentes, tarea para la cual Trump carece de inclinación y paciencia.

Si escoge un enfoque puramente militar, se encontrará con que cada “victoria” no hace más que crear espacio para más violencia y terror. Si bien la conquista de Raqqa y Mosul en una campaña militar liderada por Estados Unidos mejoraría su reputación entre sus aliados suníes, también reduciría la presión sobre el eje Rusia-Irán-Hizbolá. Las milicias chiíes respaldadas por Irán comenzarían un reguero de matanzas contra las comunidades suníes en Mosul tras la retirada del EI. La confusión y la presión subsiguientes sobre las poblaciones suníes generarían más terrorismo, relacionado con el EI o bien con grupos completamente nuevos.

Sin lugar a dudas, sea cual sea la posición que Trump adopte en Siria, estará influenciada por el presidente ruso, Vladimir Putin. Trump debe bajar el nivel de dependencia de Estados Unidos ante Rusia en la guerra de Siria, a fin de resistir los esfuerzos de Putin por usar su peso en Siria para ganar influencia en Ucrania.

Por supuesto, es incierta la voluntad de Trump de desafiar a Putin, hacia quien ha expresado admiración. Pero es improbable que las instituciones de seguridad y militares estadounidenses, además de senadores republicanos como John McCain, le permitan “Volver a hacer grande a Rusia” con la entrega tanto de Siria como de Ucrania. Solo entregar Ucrania haría que Rusia se reafirmara en su supuesta “esfera de influencia”, causando en potencia la ruptura de la OTAN.

A juzgar por sus declaraciones de campaña, puede que a Trump no le preocupe la disolución de la OTAN ni de cualquier otra alianza de seguridad de las que Estados Unidos forme parte, o al menos no de momento. Pero los resultados podrían ser desastrosos, no en menor medida porque la falta de garantías y estructuras de seguridad estadounidenses podría dar rienda suelta a la proliferación nuclear.

En particular, es preocupante la promesa de Trump de suspender el acuerdo nuclear con Irán, país que ha preparado a Hizbolá como una potente milicia que actúa en su representación precisamente para las ocasiones en las que desea atacar a sus enemigos. Más aún, la suspensión del acuerdo haría que casi de inmediato Irán se convierta en potencia nuclear. En una región carente de una arquitectura de seguridad colectiva, fácilmente los grupos terroristas podrían llegar a tener sus propias armas nucleares rudimentarias.

Considerando esto, los distanciados aliados de Estados Unidos en Oriente Próximo (Arabia Saudita, Egipto e Israel) harían bien en abandonar su oposición al acuerdo con Irán y, en su lugar, pedir a Trump que lo mantenga. De modo similar, la promesa de Trump de reducir el financiamiento a los aliados extranjeros como parte de una estrategia más general de “Estados Unidos primero”, debería atemperar su regocijo ante su victoria.

Otro aliado distanciado que podría influir sobre las opciones de Trump en la región es Turquía, que ha llegado a una especie de etapa de distensión con Rusia en los últimos meses. Para salvar la relación bilateral, Trump tendría que sacrificar la relación de colaboración de Estados Unidos con los kurdos, cuyas milicias en Siria e Irak han sido sus aliados más fiables en las batallas por Mosul y Raqqa.

Puede que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan quiera derrotar al EI, pero desea más aún acabar con las ambiciones de autogobierno de los kurdos. Recompensar a los kurdos por su ayuda con el respaldo a sus intentos de independencia sería tan inaceptable que, para evitarlo, Erdogan podría incluso tratar de sabotear la derrota del EI. Si a ello se añade la oposición de Irak, Siria e Irán, queda claro que la independencia kurda no está en el tablero.

Sin embargo, la independencia palestina debería estarlo. En su propia y errática manera, Trump lo ha dicho, generando esperanzas entre algunos palestinos de que su elección pueda acabar inclinando las cosas a su favor. Pero el fanático movimiento de los colonos israelíes tiene la impresión opuesta, llegando a ver la victoria de Trump como una licencia para la expansión ilimitada de los asentamientos en tierras palestinas.

Al final, puede que los acontecimientos sobre el terreno acaben determinando el modo como Trump use el peso de Estados Unidos en el conflicto palestino-israelí, el único problema de Oriente Próximo en que Estados Unidos tiene una influencia tan indisputada. En concreto, una ola de construcción de asentamientos podría encender la chispa de una tercera intifada palestina particularmente violenta.

Pero Trump no debería esperar a que surja una crisis que le imponga una agenda. En lugar de ello, haría bien en reconocer que hoy, más que en ningún momento desde 1948, los enemistados aliados suníes de Estados Unidos tienen un sólido incentivo para hacer la paz con Israel y colaborar con él en materias de seguridad regional, y que un acuerdo de este tipo solo podría verse legitimado con la creación de un estado palestino. Puesto que eso también ayudaría a la reconciliación de EE. UU. con los pueblos árabes, sirviendo con ello a los intereses nacionales estadounidenses, Trump no debería dudar en tomar la iniciativa.

Shlomo Ben Ami, exministro de Exteriores de Israel, es en la actualidad vicepresidente del Centro Internacional Toledo por la Paz y autor de “Scars of War, Wounds of Peace: The Israel-Arab Tragedy”. © Project Syndicate 1995–2016