Las etiquetas

Hay etiquetas buenas y malas. Sin duda, las que Salud acaba de prohibir están entre las primeras

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Hay etiquetas buenas y malas, merecidas e inmerecidas. Un ejemplo de una etiqueta mala e inmerecida es la que imprimimos en el papel de nuestros juicios de valor y la adherimos a una persona. Entonces, decimos que se cree un sabelotodo, cuando en verdad es preciso y certero en sus opiniones, o lo tildamos de arrogante, en vez de reconocer que es dueño de una firme y positiva seguridad en sí mismo.

Las etiquetas que endilgamos a los demás con frecuencia se nutren de un alma alta en grasas de envidia y baja en calorías de estima propia. Las etiquetas malas y merecidas son las que uno se pegó a sí mismo, haciendo méritos y consumiendo indeseables nutrientes de intolerancia, falta de empatía y desvalorización de los demás.

Existen otras etiquetas, sin embargo, que no solo son buenas, sino también necesarias en orden a la legítima aspiración de todo organismo vivo de pasearse por este mundo con un poco de buena salud. Me refiero a las etiquetas de advertencia que deben contener los alimentos que adquirimos y que, cautivos en cajas, bolsas o envases, resultan tentadores a nuestros ojos y bocas.

En un silencioso clamor, nuestro cuerpo nos pide que advirtamos si lo que vamos a pasar por nuestra garganta contiene los llamados nutrientes críticos que potencialmente pueden dañarnos: si su contenido en grasas saturadas es tan excesivo como nuestro peso o si la cantidad de sodio nos convierte en un rebosante y peligroso salero viviente; si el volumen de azúcares es intolerable hasta para la más diligente de las abejas o si las grasas trans obstruyen las delicadas autopistas de nuestras arterias.

La salud de nuestro organismo no es solamente un asunto personal, sino una necesidad pública con miras a que los miembros de una sociedad se desarrollen sanos. Ahora bien, el 22 de junio, el Ministerio de Salud extirpó su interés por la salud de los ciudadanos y comunicó a los importadores y distribuidores de alimentos “ocultar la información de la etiqueta original”, a la vez que no se debe ver “ningún sello de advertencia sobre nutrientes”.

La resolución del Ministerio transfiere el paradigma económico y político del laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) a la con frecuencia descuidada conducta en nuestra alimentación y, con ello, nos coloca en un sitio en el que lamentablemente muchos costarricenses no han puesto un pie en años: ser responsables del cuidado de su cuerpo, tal como lo evidencia el estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) realizado en marzo de este año, según el cual el porcentaje de obesidad en hombres y mujeres costarricenses supera el 70 %.

Si ya esta cifra lo nutre a uno de alarma, un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo trepidar mis pulsaciones cardíacas: dice que si continuamos con los malos hábitos alimentarios, en el año 2060 seremos el tercer país más obeso del planeta.

Dada nuestra afición a engullir lo que nuestros impulsos nos dictan, privar al consumidor de la información en los alimentos es declarar innecesaria toda prevención para que no comamos lo que representa un riesgo para nosotros.

Las letritas impresas en las etiquetas de los paquetes y las bolsas nos informaban sobre los nutrientes de cada alimento y nos alertaban; la decisión de adquirirlo quedaba en manos de nuestro albedrío que, secuestrado unos instantes por el antojo, se liberaba en favor de nuestra salud o caía en su prisión.

El Colegio de Profesionales en Nutrición y la Asociación Costa Rica Saludable no esperaron un minuto e hicieron una vigorosa declaración en la que señalaron la importancia de que el público esté al tanto del valor nutricional de los alimentos (especialmente de los nutrientes críticos) en vista de que su consumo excesivo puede ser causa de una cantidad de males que usted no desearía transportar en su cuerpo, entre ellos, además de obesidad y sobrepeso, diabetes, hipertensión arterial y enfermedades cardiovasculares.

Si el Ministerio de Salud persiste tercamente en esta medida e ignora las consecuencias de ocultar a los consumidores “el sello de advertencia sobre los nutrientes” de los alimentos, entonces, a la institución, por sus propios méritos, deberá adherírsele una etiqueta mala y merecida, cuya información contendrá las palabras imprudencia, irresponsabilidad y abandono del interés en la salud de los costarricenses.

alfesolano@gmail.com

El autor es educador pensionado.