Las dos soledades

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Para convalecer, no solo, sino que bien acompañado, mi hermano me regaló un libro reciente de Antonio Gala. Se llama La soledad sonora, nombre tomado de un verso de San Juan de la Cruz. Leyendo despaciosamente la obra de Gala se va metiendo el lector en un mundo pesimista, donde hay poquísimos destellos sonoros de aquellos que iluminan la soledad del poeta místico. El escritor cordobés, según lo confiesa, escribe "para los desolados, para los no admitidos, para los presos de cualquier celda en cualquier cárcel", lo cual es laudable propósito, pero fallido en su resolución. Y vuelve el autor a ver a su alrededor, y se pregunta con angustia, "¿no caeremos en la cuenta de que hay a nuestro alrededor más crueldad de la que el entendimiento puede soportar?". Pero insiste en lo doloroso de una soledad que Gala ve como desesperada, y escribe "para los solitarios que aun no han adquirido la dura costumbre de la soledad". El dolor de la vida en Gala se hace patente a cada instante, en esta obra amarga: en la vida "del hombre ninguna edad es perfecta: lo que no va en lágrimas va en suspiros". Su misma casa -que a ratos ama junto con sus perros- en más de una ocasión "es la casa de la desolación" porque en ella "no hay nada ya que invite a la esperanza", porque la "intolerancia, la intransigencia, la inflexibilidad y la egolatría son las virtudes de un mundo en el que la soledad se ha erigido en reina insustituible y absoluta".

Puede seguirse acumulando citas donde cada vez con más patetismo se siente la dolorosa -no sonora- soledad que ahoga a Antonio Gala. Por otro lado, con sutileza en toda la obra se va sintiendo un áspero e hiriente ateísmo. Es ese ateísmo propio, pero muy propio, de españoles, de los yo soy ateo, gracias a Dios. Dentro de esta posición donde el pasado es angustia, el presente una calamidad y el futuro peor, sin esperanza y sin Dios, ¿qué puede quedar?

En medio de sus desesperanzadores ensayos, hay uno en que se solaza en atacar a Estados Unidos, con saña hispánica, alevosía y sin una pizca de objetividad. La olla podrida en que consiste USA es mucho más podrida de lo que puede parecer", porque tiene dentro de sí "dos de las actitudes humanas más nauseabundas", que son "el puritanismo y el capitalismo". Al final del artículo clama porque el Atlántico mejor "hubiera devorado al Mayflower y a sus resentidos filisteos", pero dice que más les habría valido a ellos "no descubrir América". Cuando acabé el libro me dije: "Me carga Antonio Gala".

Ahora, me queda la otra soledad y para que le cargue a Gala es la expuesta por un norteamericano, monje cisterciense, del Monasterio de Nuestra Señora de Gethsemaní, en Kentucky, uno de los místicos más sólidos de este siglo: Thomas Merton (1915, en Prades, Francia; 1968 en Bangkok). La obra de Merton es inmensa: toda profunda, sentida, verdadera. Sería vano ahora -aunque puede quedar para después-, ver algunos de sus libros como La montaña de los siete círculos, Semillas de contemplación, La vida silenciosa, ..., pero enfoquemos hoy uno muy pequeño, para oponerlo al anterior. Se llama muy sencillo, sin pujos academicistas ni nada para llamar la atención: Thoughts in solitude (Pensamientos en soledad). Por supuesto, la posición de Merton, como contraposición a la de Gala, es optimista, plena, y no contiene ni amarguras ni desilusiones, sino que todo es de una luminosa esperanza y un gozo intenso. Esto, por contraste, se dio en un país que Gala califica de "olla podrida", repositorio de todos los males e inmundicias del mundo.

Para Merton, pues, la soledad, como cualquier cosa en la vida cristiana "sólo puede ser entendida como obra de la misericordia de Dios en el hombre, por la encarnación de Cristo". La vocación, pues no es otra cosa, a la soledad es una hacia el silencio y la pobreza. Vivir en el silencio reconcilia la contradicción que hay dentro de nosotros -estar sin ansiedad en el medio de la ansiedad-. Cuando la soledad se convierte en problema deja de ser soledad. Cuando cesa de serlo se llega a poseerla. La posesión de ella no tiene que ser subjetiva ni por una actitud interiorizante sino que tiene que ser objetiva y concreta. Con esta situación -como apunta Merton- se permanece cara a cara con el ser desnudo de las cosas, porque las palabras permanecen entre el silencio y el silencio, entre el silencio de las cosas y el silencio de nuestro ser. Entonces, si alguien es llamado a ser un solitario, deja de pensar en como va a vivir y comienza a vivir en paz, sólo cuando esta en soledad y su gran trabajo es la gratitud. Para poder vivir feliz en la soledad debe poseerse un compasivo conocimiento de la bondad de los otros hombres, un reverente conocimiento de la bondad de toda la creación y un humilde conocimiento de la bondad de mi propio cuerpo y de mi propia alma.

Las dos posiciones son absolutamente contradictorias. La de Gala es de rebeldía e insatisfacción, por su propia soledad -que no acepta- y que casi lo lleva a la blasfemia, pero una blasfemia atea, pues no tiene con quién luchar y Merton es la soledad del santo -que habla con Dios-, buscada, aceptada y gozada como gratificación y don del Señor.