Las bases del nuevo orden

Como el progreso no puede detenerse, se necesita una solución al problema del empleo

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Al surgir la actividad industrial en la Inglaterra del siglo XIX, la novedosa maquinaria instalada en el norte de Europa, que por sí sola hacía el trabajo de miles, empujaba a la desocupación a cantidades ingentes de obreros.

Sin poder alimentar a sus familias, muchos trabajadores destruían las máquinas como mecanismo de protesta ante la pérdida de sus fuentes de ingresos. A esa inusual protesta contra la automatización fabril se le denominó ludismo, en memoria de un tal Ned Ludd, que en 1779 destruyó dos tejedoras mecánicas.

Y así como el ludismo fue engendrado por la primera Revolución Industrial, en el horizonte se otea uno nuevo que la tercera y cuarta Revolución Industrial están produciendo. ¿Por qué? Resulta que la implementación de la robótica, la inteligencia artificial, la Internet de las cosas y las plataformas virtuales interconectadas de esas nuevas revoluciones industriales está sustituyendo masiva y aceleradamente la mano de obra humana.

Solo citaré un ejemplo: para la década de 1990, en un área tan sensible como la agrícola, el Wall Street Journal informaba al mundo que los israelíes, preocupados por la creciente violencia de los trabajadores palestinos, había desarrollado una generación de máquinas autoguiadas para dicha actividad. Con una productividad máxima, operan en los surcos vertiendo fertilizantes y pesticidas y regando las plantaciones con una exactitud matemática.

El paroxismo de esta tendencia llega con un robot de la Universidad de Purdue, denominado Robotic Melon Picker. Diseñado para trasplantar, cultivar y cosechar productos agrícolas como melones, calabazas, repollos y lechugas, el aparato es montado sobre una estructura rodante equipada con cámaras, ventiladores, un ordenador y sensores que, antes de recoger ella misma el fruto, analiza las imágenes para determinar la madurez del fruto.

Transformación. Tales avances tecnológicos son la razón por la que Peter Drucker, en su obra La sociedad poscapitalista, sostiene que la desaparición del trabajo como factor de producción se transformará en el proceso inacabado del sistema capitalista.

Así, el peligroso panorama que se avecina es el de un aumento de la actividad productiva, pero, paradójicamente, con una reducción en la demanda de empleados.

Adviértase además que, tal como sucedió en la Europa del siglo XIX, la abismal distancia que estamos viendo entre los detentadores de la moderna tecnología, por una parte, y las masas desclasadas por otra, es un caldo de cultivo de confrontaciones sociales graves.

Y para luces, la historia: lo anterior, sumado al desempleo generado por la técnica mecanizada de la Europa del siglo XIX, fue una de las causas que produjeron el surgimiento, tanto del radicalismo comunista en ese siglo, como del extremismo fascista en la primera mitad del siguiente.

De hecho, parte de la fuerza que han asumido ambos nuevos populismos, el neofascista y el neomarxista, tiene su origen en el desempleo masivo. Aunado al hecho de que los actuales adelantos tecnológicos no solo generarán cantidades ingentes de desempleados, sino una distancia abismal entre los poseedores de esas tecnologías y los marginados de ella.

En otras palabras, así como el desempleo causado por la mecánica de la primera Revolución Industrial catalizó el ludismo, el marxismo y el fascismo, así también el desempleo que origina la robótica de la tercera y cuarta Revolución Industrial cataliza la versión actual de esas mismas patologías sociopolíticas.

Nuevo contrato social. Ahora bien, como el progreso tecnológico no debe detenerse, se necesita una solución al problema. En los siglos XIX y XX, las filosofías sociopolíticas que lograron contrarrestar aquellos radicalismos totalitarios fueron esencialmente la socialdemocracia y la doctrina social de la Iglesia católica.

Así las cosas, ante el resurgimiento de los extremismos de los que somos testigos, se requiere una reinvención de muchos de los principios y postulados prácticos de las filosofías políticas moderadas, de tal forma que sea posible un nuevo contrato social.

Tal como sucedió con aquel nuevo orden establecido por el gobierno de Franklin D. Roosevelt después de la gran depresión. De la lectura de pensadores contemporáneos como Jeremy Rifkin, Alvin Toffler o Noah Harari, podemos extraer indicios y atisbos sobre algunas bases o fundamentos de un posible new deal del siglo XXI.

Un primer postulado tiene que ver con el derecho laboral: deberá hacerse una reducción de la jornada laboral ordinaria a escala mundial, de tal forma que se posibilite, por una parte, una mejor distribución del aumento de la productividad derivada del uso intensivo de la tecnología sustituta de mano de obra, y, por otra, un desempleo menor, al aplicarse una menor cantidad de horas laborales a cada trabajador.

Esa medida producirá la disposición de más tiempo libre por parte de grandes colectivos humanos, por lo que podría redirigirse el ocio de millones en tareas solidarias, generando una nueva fuerza laboral, la de la economía social o tercera economía, que no es sector público tradicional, ni tampoco sector privado mercantil ordinario.

Otros pagos. Ahora bien, para que esto último sea posible, el segundo postulado, derivado de la responsabilidad social empresarial, afirma que una fracción de las enormes utilidades obtenidas del ahorro en mano de obra humana por la aplicación y uso intensivo de alta tecnología deberá invertirse y cuantificarse en dicho modo alternativo de economía citado. Como lo es por ejemplo, el pago de estipendios en favor de quienes colaboren en la economía social, o bien en otras manifestaciones como el ecocapitalismo (o sea, la vocación mercantil aplicada a la solución de los problemas ecológicos), y en la economía solidaria.

Durante el primer industrialismo, las relaciones mercantiles prevalecieron sobre las no lucrativas, y el reconocimiento social se ha medido por la capacidad adquisitiva del individuo.

Si logramos darle valor y consolidar la economía social y solidaria como tercer sector, estableciendo elementos de medición financiera y retribuyendo financieramente el tiempo que se le destina, pagando la labor no lucrativa o incluso cuantificando la inversión en ella, avanzaremos en el ideal de restaurar el valor de las relaciones humanas genuinas. Es sentar las bases de la sociedad solidaria.

El autor es abogado constitucionalista.