La voz de 32 millones de niñas

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Malala tenía la edad de 12 años cuando fue interceptada, en el autobús en que viajaba, por un grupo de talibanes. Regresaba de la escuela al domicilio familiar. Uno de ellos, joven, con aspecto de universitario subió a la plataforma trasera del autobús y preguntó: “¿Quién es Malala?”. Nadie respondió nada, pero Malala era la única que no llevaba el rostro cubierto. Entonces, el joven accionó un arma y disparó tres veces a quemarropa. Pero no logró matarla. Sobrevino el traslado, el viaje a Inglaterra y una larga recuperación. Malala tenía los signos externos de la desobediencia civil.

Esta adolescente, hoy con quince años de edad, es de origen musulmán, estudiante, era vecina del bello y generoso valle de Swat, tierra angosta y rodeada de escarpadas montañas, al norte Islamabad, Pakistán. Cuenta que cuando nació, los habitantes de la aldea se compadecieron de su madre y nadie felicitó a su padre. En su cultura cuando nace un varón se tiran disparos al aire, cuando nace una niña, se las oculta detrás de una cortina, y su función en la vida no es más que preparar la comida y procrear la descendencia.

Abuso y violencia. La historia de esta niña y su familia es una historia de sufrimiento, acoso, presión y persecución. El único objetivo era que ella desistiera de acudir a estudiar. Los ancianos del pueblo llegaron a solicitar a su padre, quien era el director de la escuela, que impidiera a las niñas estudiar, con argumentos que eran una mezcla de interpretaciones religiosas y culturales. Les escandalizaba que las niñas entraran por la puerta principal. En sendas negociaciones, hasta llegaron a ceder para que las pequeñas entraran por la puerta de atrás. La situación de la educación de las niñas es un problema complejo y de orden mundial.

El alto comisionado de las Naciones Unidas para la Protección y Promoción de los Derechos Humanos llama la atención sobre las barreras que impiden a las niñas acceder a la educación. Entre las mismas señala la atribución de labores domésticas, una sociedad patriarcal que infravalora a las niñas, la amenaza de la violencia sexual, los matrimonios precoces y forzados y el embarazo adolescente.

Un ejemplo reciente es una propuesta legislativa en Bagdad, donde se pretende, entre otras cosas, eliminar los rangos etarios mínimos, que permitiría eventualmente el matrimonio de niñas de cualquier edad, legalizando así formalmente la pedofilia. O la niña yemení de ochos años de edad que perdió la vida a causa de lesiones sexuales provocadas por su “esposo”. ¿Qué clases de sociedades y de mundo estamos conformando?

En este país somos muy dados a sentirnos superiores al resto del mundo, valga señalar que no estamos tan distantes si a ideología se refiere. En zonas rurales de este país todavía se hace un caldo de pollo, a la mujer cuando da a luz un varón. O se escucha decir a la gente del pueblo: “a fulanita le regalaron una alcancía”, cuando ha nacido una niña.

Si usted aboga por el real cumplimiento de los derechos de las mujeres se expone, en las redes sociales, por ejemplo, a recibir epítetos como vaginismo, hembrismo o veleidosa, este último, utilizado por un popular presentador de un noticiario nacional. Los argumentos que se esgrimen van desde los que tienen carácter religioso y bíblico, de derecho natural que invoca un orden establecido de previo, hasta llegar al derecho positivo, donde los detractores hacen escarnio de la legislación de los últimos años, promulgada a favor de la no discriminación y como medidas compensatorias ante la desigualdad, la inequidad y la no paridad.

Inspiración. Poder, autoritarismo y violencia continúan siendo las armas del patriarcado que se resiste a cambiar. Que insiste una vez y otra también en que las mujeres somos ciudadanas de segunda. La historia de Malala nos renueva y nos inspira. Pero además remueve a las mujeres en particular y a la sociedad como un todo. Malala tenía todo culturalmente en su contra: género, origen nacional, edad. Sin embargo, con una fuerza de voluntad férrea supo trocar desventajas en ventajas, crisis en oportunidad y derrota en éxito. Porque la historia de esta niña y su familia es una historia de coraje, fe, certeza y determinación.

“El 9 de octubre de 2012, los talibanes me dispararon en el lado izquierdo de la frente…Nada ha cambiado en mi vida, excepto esto: la debilidad, el miedo y la desesperanza murieron para siempre. Nacieron la fuerza, el poder y el coraje”.

Este es el legado de Malala al mundo. Hoy encabeza una lucha sin cuartel contra todos los prejuicios, políticas y costumbres que segregan, reprimen y discriminan a las niñas del mundo. Treinta y dos millones de niñas sin instrucción primaria esperan este cambio.