La vigencia política de Martín Lutero

La concepción de ‘pueblo de Dios’ ha sido rehabilitada por el papa Francisco.

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El 31 de octubre se conmemoraron en Alemania los 500 años de la Reforma protestante promovida por el monje Martín Lutero. Este fue sin duda uno de los acontecimientos políticos que impulsó la Modernidad en el mundo occidental. América Latina quizá no haya recibido una influencia directa del protestantismo luterano porque fue “conquistada” y “evangelizada” por la misma mentalidad medieval de la persecución contra musulmanes y judíos, y de la Inquisición española. Pero no sería sino gracias a frailes predicadores como Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas que manifestaron la cuestión política de la dignidad humana de los autóctonos para liberarlos del sometimiento impuesto por los reyes católicos.

En América Latina, el Concilio de Trento dio paso, posteriormente, a una Iglesia “moderna”, institucional y sacramentalista.

Quizá haya sido entre las décadas de 1970-1980 que algunas ideas de los teólogos latinoamericanos de la liberación se asimilaron a la crítica hecha por Lutero al papado y a la jerárquica eclesial, cuando él intentaba liberar la conciencia de los fieles frente a la corrupción de la riqueza eclesial (indulgencias).

La doctrina luterana del sacerdocio universal de todos los bautizados guarda similitud con la interpretación del “pueblo de Dios” hecha por los teólogos de la liberación: la “opción por los pobres” podía derivar en una Iglesia popular contraria a la jerárquica. Sin embargo, la concepción de “pueblo de Dios” ha sido rehabilitada por el papa Francisco, como un camino de reformación del Concilio Vaticano II, después de que fuera relegada en la Iglesia católica desde hace decenios.

América Latina y Costa Rica. Aunque Lutero no fue un pensador político, algunas ideas expuestas en varios escritos permiten justificar un Estado laico, según la “doctrina de los dos reinos” (Zwei-Reiche-Lehre), como se denominaría después del teólogo Karl Barth.

Una interpretación teológica de los escritos políticos de Lutero permite al menos cinco argumentos fundamentales para constituir un Estado laico en Costa Rica; a saber: 1. No hay un fundamento bíblico para un Estado confesional ni religioso; 2. Hay más bien una separación del poder político y religioso, sin injerencia del uno sobre el otro; 3. El Estado secular debe gobernar sobre los asuntos temporales y los cristianos deben obedecer en relación con el bien común; 4. La Iglesia no debe gobernar sobre los asuntos temporales, y no debería tener injerencia en los asuntos políticos; y 5. La Iglesia tiene únicamente el gobierno espiritual, el de la palabra.

Ciertamente, Lutero insiste en que hay que separar el gobierno secular y el gobierno espiritual y evitar todo tipo de confusión entre estos. Sin embargo, la doctrina luterana de los dos reinos puede derivar en una interpretación a favor del fundamentalismo, pues el “cristiano” que actuara en la política podría utilizar el gobierno secular para reprimir a los no cristianos (paganos) por el poder político.

Este podría ser el espacio político que ejerce el fundamentalismo en América Latina y en Costa Rica, resultado de una interpretación de las ideas políticas de Lutero, contra los valores no cristianos de la sociedad y la corrupción política.

En fin, si hay algo de sospechoso y peligroso aún en Lutero es que sus ideas promovieron la secularización y la desacralización del catolicismo y de la política durante la Modernidad, pero estas permitieron, cuando menos, que el cristiano ejerciera libremente su oficio o vocación en la sociedad, sin injerencia de la jerarquía eclesiástica.

No obstante, la visión teológica de la política esbozada por Lutero presenta el riesgo de la participación del “cristiano” fundamentalista en la sociedad y la política; Lutero trató de resolver el problema de la relación entre el gobierno secular y religioso por medio del amor al prójimo, pero esto es demasiado ingenuo para la política.

Francisco Quesada es teólogo y bioeticista.