La verdadera Golda

La película sobre Golda Meir pasa de costado por las enseñanzas que ella nos legó sobre diplomacia

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Se acaba de estrenar una película con Helen Mirren en el papel de Golda Meir, cincuenta años después de la guerra que puso fin a la carrera de la primera ministra israelí.La (bastante soporífera) cinta, titulada Golda, hace un retrato fiel de su personaje fumando un Chesterfield tras otro, pero pasa de costado por una enseñanza diplomática oportuna: un líder eficaz tiene que conocer la personalidad de la otra parte, así como sus intereses nacionales.

Estados Unidos ha cometido errores cuando sus presidentes confundieron ambas cosas. El presidente Barack Obama creyó que entendía a su homólogo sirio Bashar Al Asad cuando le advirtió que usar armas químicas sería cruzar una “línea roja”. Asad se burló de él y las usó. Oliendo debilidad, el presidente ruso, Vladímir Putin, mandó sus tropas a invadir Crimea.

Más tarde, Donald Trump mezcló su relación personal con el norcoreano Kim Jong‑un con la política del gobierno, y alardeó de que una “hermosa” carta del dictador había cambiado la dinámica de la relación entre Estados Unidos y Corea del Norte.

Cuando el presidente Joe Biden ordenó a las tropas estadounidenses retirarse de Afganistán, creyó que tenía a los talibanes controlados. No era así, y la apresurada partida de Estados Unidos dejó helicópteros Black Hawk y Apache (armas letales) en manos de un régimen bárbaro.

Quién era Golda

¿Qué podemos decir de Meir? Era una inmigrante rusa en Estados Unidos y podría haber disfrutado de una vida cómoda en Milwaukee. Fue la mejor estudiante de su clase en la escuela secundaria, y cierta vez organizó una colecta para comprar libros en beneficio de niños refugiados pobres. Pero en vez de comodidad, en 1921 optó por mudarse a Tel Aviv, y fue abriéndose paso a través de la difícil historia temprana de Israel.

Estaba en Israel cuando una sequía tuvo a los agricultores rogando una gota de agua. Tuvo en sus brazos a un civil que se moría de un disparo. Y vio a soldados británicos rechazar a sobrevivientes del Holocausto que terminarían una vez más en campos de concentración.

Meir tenía unas ojeras enormes, como para probar todo lo que había visto. Cuando en 1969 juró como primera ministra de Israel, mostraba un parecido notable (si dejamos a un lado la diferencia de altura) con el agotado Lyndon Johnson, que acababa de dejar la presidencia de los Estados Unidos.

Los sionistas varones podían ser chovinistas. El comediante Jackie Mason decía que los israelíes hombres, de tan bronceados y “machos” que se veían, tenían que ser puertorriqueños. Pero Meir no aceptó que la relegaran a la sección femenina en ninguna reunión. Se convirtió en asesora clave del primer primer ministro de Israel, David Ben Gurión, quien dijo de ella que era “el mejor hombre” de su gabinete.

Liderazgo

Después de la declaración de independencia de Israel en 1948, Ben Gurión puso a Meir a cargo de supervisar la defensa de Jerusalén y la distribución de alimentos. Meir impuso una ración diaria de tres onzas de pescado seco, lentejas, macarrones y porotos.

Mal dormida, muchas veces tenía que viajar de Jerusalén a Tel Aviv atravesando fuego enemigo. Una vez, cuando las balas ametrallaban el autobús en que viajaba, se tapó los ojos. Al preguntársele por qué, respondió: “No tengo miedo de morir… Pero ¿cómo viviré si quedo ciega? ¿Cómo trabajaré?”.

Pocos días después, su autobús cayó en una emboscada al tomar una curva en las afueras de Jerusalén. El hombre que viajaba a su lado murió en su regazo.

Influencia

Meir tenía atractivo sobre los hombres de poder inteligentes. El presidente estadounidense Richard Nixon, superando los demonios de su psiquis, le mostró su costado cálido, algo que no se veía a menudo. Además, solía pasar por encima del secretario de Estado Henry Kissinger para cumplir los pedidos que hacía Meir como primera ministra en tiempos de guerra.

Durante el sorpresivo ataque de Yom Kipur en 1973, en el que fuerzas egipcias paralizaron la aviación israelí usando nuevos misiles soviéticos antitanque y antiaéreos, Kissinger dudaba de ayudar a Israel. Al final Nixon le dijo: “Mira, Henry, nos van a criticar lo mismo si enviamos tres que si enviamos treinta o cien… mándale todo lo que vuele”.

Amistad con los árabes

Incluso más fascinantes fueron los estrechos vínculos de Meir con los reyes de Jordania, Abdalá y su nieto Huseín, con quienes se encontraba en secreto para tener charlas francas y amistosas.

Justo antes de la declaración israelí de independencia, Meir se escabulló hasta la frontera con Jordania, vestida toda de negro y con velo, y el chofer del rey la llevó a una casa segura en las colinas. El rey le preguntó por qué los judíos tenían tanta prisa por tener un Estado, y ella respondió: “Hemos esperado dos mil años. No es lo que yo llamaría prisa”.

Cuando más tarde Huseín subió al trono, trabó una fuerte relación personal con Meir. En 1970 le pidió que mandara la fuerza aérea israelí a destruir los tanques que Siria había reunido en la frontera con Jordania; ante la amenaza, los sirios se retiraron.

A veces también él se escabullía hacia Israel para verla, piloteando su helicóptero Bell personal, al que hacía aterrizar en un punto de encuentro cerca del mar Muerto.

Unos días antes de la guerra de Yom Kipur, en 1973, Huseín voló hasta una casa segura del Mossad para alertar a Meir sobre un posible ataque. Los dos lamentaban que él no tuviera suficiente influencia para lograr un acuerdo de paz entre Israel y los países árabes. Las cuantiosas pérdidas de la guerra de 1973 le costaron a Meir el cargo.

Paz con Egipto

Cuatro años después, cuando el egipcio Anwar al Sadat tuvo el coraje de viajar a Israel y decirle a una entusiasmada Knéset “les damos la bienvenida para vivir entre nosotros en paz”, Meir esperaba en fila para recibirlo.

Se dieron un beso en la mejilla, y bromearon sobre el hecho de ser abuelos. Unos años antes, Meir se había convencido de que Sadat podía ser un pacificador. Fue entonces, apenas un año antes de morir de cáncer, cuando por fin quedó demostrado que tenía razón.

Todd G. Buchholz, exdirector de política económica de la Casa Blanca y director gerente del fondo de inversión Tiger Management, es autor de “New Ideas from Dead Economists” (Plume, 2021) y “The Price of Prosperity” (Harper, 2016)y coautor del musical Glory Ride.

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