La última pelea de ‘Tuzo’ Portuguez

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Por motivos personales, que no es del caso explicar aquí, no es sino hasta ahora que puedo escribir sobre la pérdida de una gloria nacional del deporte como lo fue Tuzo Portuguez. Tuzo fue no solo una gloria nacional, sino también un ejemplo para la juventud porque, aparte de sus grandes logros deportivos, fue un caballero cabal, una persona intachable que nunca siquiera se acercó a las drogas, en un medio en el que abundan las ocasiones y las tentaciones. Una vez me dijo: “De joven, varias veces estuve tentado a probar un cigarrillo. Pero nunca lo hice. No creo que sea ningún mérito, ya que no lo hice por temor a las consecuencias”. Ojalá todos los jóvenes tuvieran el mismo temor y midieran las terribles consecuencias de algo tan simple como encender un cigarrillo.

Amigos. Fuimos muy amigos y, durante algunos periodos de mi vida fue mi mejor amigo y, creo, yo también lo fui para él. La amistad se inició cuando Tuzo llegó a New York durante el tiempo en que yo estudiaba en la Universidad de Columbia. Su apartamento estaba a dos cuadras del mío y yo iba con frecuencia a estudiar en ese apartamento mientras él escuchaba música clásica. Además, lo acompañaba a sus entrenamientos y, hasta algunas veces, corría a su lado. Su manager, Pincho Gutiérrez, quien había dirigido a campeones mundiales como Kid Chocolate, era una persona de tanto prestigio que consiguió, bajo la fe de su palabra, una pelea estelar para su pupilo, a quien nadie conocía, primero en el St. Nicholas Arena y, luego, en el Madison Square Garden.

Yo era corresponsal del Diario de Costa Rica y de La Hora , y su dramático triunfo por knockout sobre Bobby Mann le abrió las puestas de la fama y a mí, joven periodista, me dio la oportunidad de ver una crónica y unas fotografías mías ocupando toda la primera página de un periódico. Tuzo, por cierto, peleó también en Canadá y en varios países europeos siempre con buen suceso. Lo medios de comunicación de entonces eran muy rudimentarios. Junto al ring tomaba fotografías con una cámara inmensa que ahora solo se puede encontrar en un museo. Al terminar las peleas, salía con Tuzo y con Pincho a celebrar la victoria en un restaurante de lujo, cuya cuenta, naturalmente, la pagaba este último. En la madrugada iba a la universidad a revelar las fotos. Finalmente escribía la crónica y caminaba hasta un buzón para enviar el sobre, cuando ya el sol empezaba a pintar de amarillo los altos edificios de apartamentos.

El más valioso. Tuzo fue, sin lugar a dudas, el boxeador “más valioso de América Latina de su época”, como lo declaró la comisión de expertos cuando fue escogido como miembro del Salón de la Fama del Consejo Mundial de Boxeo.

Cuando se retiró, compró una quinta en Río Segundo, en la cual tenía un gimnasio y hasta un ring . Me invitó muchas veces y ahí pasé momentos muy agradables y hasta me atreví, en varias ocasiones, a hacer guantes con él, momentos en que se mostró generoso y me dejó creer que lo había enfrentado en casi igualdad de condiciones, lo cual, obviamente, no era cierto.

Por esas vueltas que da la vida, me casé, adquirí nuevos intereses y obligaciones, y no volvimos a encontrarnos hasta que mi hija Silvia, que conocía lo que yo le había comentado de él, lo encontró en un concierto de música clásica, y se atrevió a hablarle. “Decile a tu papá que tenemos que vernos”, le dijo Tuzo, e iniciamos entonces otro capítulo de nuestra amistad.

Amante de la música. Lo visité varias veces en su casa y me recibió con gran afecto. Frente a una taza de té o un refresco, recordamos los tiempos de New York, sus peleas, su vida. Me contó que, aunque había ganado mucho dinero durante su época activa, la mayor parte se le había ido, no por vicios ni malos pasos, sino por ayudar a quien se lo pidiera. “Mi mujer cocina, hace un arroz guacho riquísimo y yo me encargo de lo demás. Mirá cómo dejo los pisos, parecen espejos”. Se mostró orgulloso, también, de su colección de trajes del mejor casimir inglés, todos confeccionados a la medida en Londres. Y también se sentía orgullosos de su colección musical: “Decime cualquier obra de cualquier compositor, Mozart, Vivaldi, Brahms, Beethoven, Boccherini, la que sea, yo la tengo.” Los discos, de 76 revoluciones, los tenía en cajones bien rotulados.

En una ocasión los vecinos le hicieron un homenaje y me invitó. Hubo discurso, la entrega de una placa y luego un café muy bien acompañado. El taxista que me llevó estaba esperándome en la acera y, cuando Tuzo lo vio, lo invitó a entrar, lo sentó a la mesa y personalmente le sirvió de todo lo que disfrutaban los invitados.

Cuando supe que estaba enfermo, preparé varios documentos que, estaba seguro, le iban a agradar mucho. Le iba a entregar varias fotos de sus peleas en New York, una copia completa de su biografía que publiqué en varias entregas en una revista deportiva y literaria, y varios recortes del Diario de Costa Rica con fotos y crónicas de sus victorias. Ya no podré entregarlas a él, sino que lo haré a sus familiares.

Tuzo obtuvo, en su vida muchos triunfos. Ahora ha perdido su última pelea con la vida. Pero su recuerdo vivirá siempre en todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo y ser sus amigos.