La tertulia, fundamento de muchas ideas

Todos con quienes departí me enseñaron a poner cabeza y corazón en nuestros ideales

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En las tardes llegaba hacia las tres, con su medio puro en la mano. Ocupaba su sitio frente a la máquina de escribir, pero siempre existían momentos para una breve tertulia. Con frecuencia esta se alargaba cuando entraba don Julián Marchena.

Don Mario Zaragoza, alma y director del Instituto de Cultura Hispánica, unía y acogía. A mí, con frecuencia, don José Marín Cañas me permitía asistir. Don Julián, de elegante traje azul, intervenía menos. Yo sabía que mi papel era escuchar a estos grandes dos literatos.

Pensar humanamente. Don Jorge Manuel Dengo tenía otro sistema. Al final de la tarde, en su despacho en la vicepresidencia del Gobierno, o en su casa, con un café, acompañado de doña Maruja, explicaba el organigrama y los planes para la seguridad, las obras públicas o para el futuro de América Central.

Conversaba de los grandes planes, y yo le preguntaba cosas como de qué manera administraba la crisis del volcán Irazú en 1963 y el huracán que iba a tocar Límón y cómo organizaba su evacuación.

Eran sus temas preferidos: organización para salvar a las personas en las crisis. Siempre grandes ideales y objetivos nacionales, condimentados con simpáticas anécdotas, entre otras, sobre las construcciones de las represas en Atenas y Orosi, en donde todos soltábamos las carcajadas. La noche terminaba de cubrir esos inolvidables momentos.

El abrepuertas de Centroamérica. El doctorcito, como le llamaban todos los que lo apreciaban, don Carlos Manuel Castillo, era un profundo conocedor de América Central. Experto en todos los recovecos de cada pueblo, de cada esquina de Centroamérica.

Sus preguntas eran sobre cuál libro había leído y qué me había parecido. Era un examen serio. Su invitación a desayunar era uno de los momentos más privilegiados de conversación.

No hablamos de política. Conversamos en esos momentos sobre Costa Rica, el estudio y los proyectos regionales, los temas internacionales del día.

Quedé agradecido por esos minutos de tertulia con un intelectual que llenaba su casa de libros y de ideas por Costa Rica.

Diferentes tertulias en las que aprendí a escuchar y a conversar, pensando siempre en Costa Rica. Todos me enseñaron a poner cabeza y corazón en nuestros ideales de país.

El autor es diplomático.