La tertulia de Escazú

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Una de las tantas cosas en decadencia en nuestro país es la vida urbana. La convivencia en la ciudad de San José prácticamente ha desaparecido. Casi nadie vive en el centro; la mayoría ha huido hacia esas desoladas urbanizaciones, donde hay edificaciones lujosas, pero no se ve a la gente caminando por las calles, ni vecinos conversando, ni lugares apropiados para hacerlo. La forma que ha adoptado la vida urbana es extraña y alienante, porque cuando encontramos a nuestros conocidos los vemos empujando un carrito, lleno de compras y con poco tiempo, en los supermercados, que no son los mejores lugares para hacer tertulia.

La necesidad de verse y conversar, de estar entre amigos, ojalá de forma casual, seguramente nos viene de los españoles, a quienes da gusto ver paseando y hablando tanto en la Gran Vía madrileña, las Ramblas catalanas, como en cualquier pueblito, a esa hora deliciosa que llega después del trabajo y antes de la cena. Hace años entre nosotros, esto era posible hacerlo de manera muy agradable en la Avenida Central. Uno podía ver a todo el mundo conocido, caminando entre Chelles y la esquina este del Mercado Central. Más de una vez, a las cinco de la tarde, arrecostado a las sólidas piedras de lo que era el Banco Anglo frente a la Librería Lehman, siendo estudiante, conversaba con compañeros de la Escuela de Derecho, mientras contemplábamos la belleza no menos sólida de aquellas costarricenses -¿qué se hicieron?- que paseaban con gran coquetería e indiferencia ante nuestros ojos.

Años atrás, en una de las ventanas del Diario de Costa Rica, se reunían los miembros de una distinguidísima tertulia, en la que las conversaciones se prolongaban por largas horas alimentadas por la fantasía de José Marín Cañas, la erudición de Abelardo Bonilla, la sagacidad de Mario Fernández Alfaro y la perspicacia del Dr. Luján. Por lo menos así me lo relataba mi padre, joven periodista que salía del Congreso Nacional (hoy Banco Central) y tenía que caminar hasta La Tribuna (hoy Automercado) gastando varias horas en llegar hasta su máquina de escribir, porque de camino encontraba a todo el mundo, desde don Tomás Soley hasta don Juan Rafael Arias.

En nuestros días esta necesidad de verse, conversar entre amigos, ojalá de forma casual, no la satisface de modo alguno la vida urbana que llevamos. Además, se nos agudiza cada vez más estando tan revuelto el mundo, ocurriendo cambios tan profundos que nos desconciertan y nos llevan a buscar con urgencia un sitio de coincidencia, donde podamos escuchar a alguien elaborar una explicación con sentido.

Por fortuna, desde mayo de 1982, inaugurada con una charla sobre folclor de la recordada Emilia Prieto, hasta nuestros días, ha funcionado todos los miércoles, con una constancia digna de elogio, una tertulia de amigos en Escazú. En estos más de trece años han desfilado por ella personalidades tan destacadas de nuestro medio académico, cultural y científico como Claudio Gutiérrez, Carmen Naranjo, Isaac Felipe Azofeifa, María Eugenia Bozzoli, Eduardo Lizano, Alberto Di Mari, Ana Poltronieri, Rodrigo Carazo, Estrellita Cartín, Alfonso Chase, Hugo Díaz, Rafa Fernández, Rebeca Grynspan y cientos más que no es posible citar aquí.

Detrás de una actividad cultural tan prolongada, cumplida con persistencia y calidad, necesariamente han de haber diversas causas que la generen. Quiero mencionar tan solo la que me parece principal: un grupo de personas que se han propuesto cultivar ese bien tan preciado que es la amistad. Por eso la tertulia ha sido básicamente una conversación entre amigos. Chico, Fary, Aníbal, Olga, Enrique son algunos de los nombres de quienes han alentado esta tertulia; obviamente no puedo mencionarlos a todos, pero quiero recordar el de Lila Montero de Herrera que para mí ha sido el símbolo de este cálido foro donde más de una vez he tenido el privilegio de ir a hablar y escuchar las resonancias que mis palabras han producido.