La ruta hacia el populismo

Ojalá un voto protesta no se convierta en una lápida demasiado pesada para nuestra democracia

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Estamos a menos de un año de las elecciones y el panorama pinta muy complicado para quienes debemos responsablemente ejercer el sufragio. Si bien las opciones partidarias se han multiplicado, ningún aspirante a presidente parece tener liderazgo y visión para emprender las reformas legales, presupuestarias y estructurales que puedan sacar adelante al país.

La consecuencia natural de esa falta de figuras capaces y decididas a gobernar pensando más allá del cuatrienio siguiente es el peligro del surgimiento de demagogos extremistas de izquierda o de derecha, quienes pueden canalizar la insatisfacción general y llegar al poder valiéndose de encendidas diatribas y propuestas vacías de contenido que son igual o más inviables que las de gobiernos anteriores, pero que, en procura de un cambio, según algunos inconscientes, vale la pena experimentar.

La fórmula es sencilla: si quienes se suponía que contaban con la plataforma política necesaria, la preparación académica idónea y un equipo competente para gobernar no cumplieron las expectativas, es mejor hacer un giro radical y darles el poder a otros nombres no conocidos del espectro electoral para, de esta forma, renovar nuestro sistema político.

El problema de estos saltos al vacío es que se sabe dónde empiezan, pero no dónde terminan. A largo plazo, la respuesta al descontento puede ser peor que la situación que se pretendía solucionar. Chaves en Venezuela y Trump en Estados Unidos son claras muestras de lo anterior.

Candidatos culpables. Lo más preocupante es que muchos de los que hoy se presentan como alternativas para evitar esos giros hacia candidatos populistas se autodenominan defensores de la austeridad en el gasto público, de la rendición de cuentas y de la lucha contra la corrupción, para citar tan solo tres ejemplos, pero han coadyuvado, por acción u omisión, a llevarnos a la crisis que nos aqueja, cuando ocuparon cargos de diputados, ministros o presidentes ejecutivos y no ejercieron responsablemente las funciones encomendadas.

Esas posturas de personajes que pasan de un puesto público a otro sin mayores logros, y que después se presentan como la llave para salir de la crisis, no hacen más que aumentar la desconfianza en la política tradicional, incluyendo dentro de este concepto lo que practica el oficialismo en este momento.

Quien crea que Costa Rica está vacunada contra el populismo se equivoca tajantemente. Especialmente desde los años noventa, los gobernantes han prometido mucho en campaña y han cumplido muy poco.

Discurso populista. Por eso, nunca hemos estado más cerca de la posibilidad de llegada al poder de un advenedizo que se pueda valer de temas en campaña como la presencia de extranjeros indeseables en territorio costarricense, la lucha con mano dura contra la delincuencia, el combate al libre comercio explotador del proletariado o la tutela de la moral pública para ganar adeptos con muy baja inversión.

Recordemos que una foto o frase incendiaria en las redes sociales puede tener más impacto que una costosa campaña publicitaria.

Todo esto lleva también a darle mayor importancia al voto para diputados. Ante la posibilidad de que un radical de una u otra ideología llegue al poder, lo mejor es que la Asamblea controle al Ejecutivo. Peor que un extremista en Zapote sería un extremista en Zapote con mayoría parlamentaria. Pero hay que reconocer que nuestro Parlamento no se caracteriza últimamente por contar con miembros sobresalientes, lo cual también es un serio problema, al que habría que sumarle que en Costa Rica el sistema obliga a votar por una papeleta y no por personas específicas.

Ojalá un voto protesta no se convierta en una lápida demasiado pesada para nuestra democracia. Las experiencias en entornos cercanos no son muy halagüeñas y nada hace pensar que este país no correría la misma suerte.

El autor es abogado y periodista.