La riqueza de nuestros mares

Debemos aprender a aprovechar mejor el mar y para ello existen técnicas que están dando muy buenos resultados

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El mar, vulnerable y peligroso, es la mayor riqueza planetaria. Aprovecharlo mejor se basa en tres aspectos interrelacionados: lograr más y mejores servicios y productos, protegerlo y conservarlo para mantener esos servicios y productos y protegernos de sus embates al ritmo que se incrementan por el cambio climático.

Mientras en tierra Costa Rica tiene poco más de 50.000 kilómetros cuadrados, en mar poseemos alrededor de 600.000 kilómetros cuadrados. Es una riqueza extraordinaria que hemos aprovechado muy parcialmente y podemos capitalizar correctamente para garantizar nuestro futuro.

Además de los servicios ecosistémicos que brinda el mar, que son muchos y en gran medida regulan el clima planetario, nuestros usos tradicionales son navegación, aprovechamiento de las costas para recreación y puertos, disposición de aguas y pesca.

El aprovechamiento de las costas para puertos y recreación es tal vez el rubro en que más hemos avanzado. Mediante muy probadas obras de ingeniería costera, como diques, rompeolas y atracaderos, es factible mejorar playas y costas para permitir un mayor y más seguro uso, protegiéndolas, además, contra los incrementos en el nivel del mar y la erosión costera.

Contaminación. Aunque se avanza lentamente en controlar los vertidos de aguas contaminadas y basura al mar, la problemática está bien entendida. El mar no puede seguir siendo receptor de desechos y a la vez fuente de riqueza. Los florecimientos algales, incluyendo nuestra marea roja, han creado extensas zonas marinas bajas en oxígeno e incluso “muertas” alrededor del mundo.

La pesca es importante y debe continuar siéndolo. Hasta ahora la principal estrategia ha sido limitarla y regularla para recuperar el recurso y reducir la incidencia sobre especies no deseadas. Además de que se necesita superar el empirismo en pesca y manejo del producto que predomina en el país, podemos explorar técnicas de repoblamiento. Estas consisten en reproducir y liberar juveniles de peces que luego pueden ser pescados. Un buen ejemplo es el programa de la corvina blanca en California.

Como complemento de la pesca, surgió la acuicultura, en este caso maricultura. Esta se ha desarrollado mayormente para suplir el creciente faltante de pescado y mariscos, pero, bien entendida, ofrece toda una segunda agricultura. La capacidad planetaria de sostener la vida humana se expande al considerar el mar, sobre todo cuando el agua en tierra es limitada.

Técnicas nuevas. La primera gran maricultura, la cría del salmón en jaulas, demostró efectos ambientales negativos. Pero existen técnicas mucho más eco y bioamigables, entre ellas, la cría de bivalvos como mejillones y ostras, que se alimentan filtrando el agua del mar, limpiándola. Y se avanza en desarrollar otras. Nosotros estamos criando, experimentalmente en jaulas, sardinas que también filtran todo su alimento del agua.

El cultivo de macroalgas, que son las plantas del mar, es la base de esa nueva agricultura acuática. Su producción, el 99 % de la cual se realiza en ocho países asiáticos, alcanza los 30 millones de toneladas anuales, y crece rápidamente. También, nosotros hemos avanzado en el cultivo de plantas tolerantes a la sal flotando en el mar, ampliando la gama de posibilidades productivas existentes.

Sin pretender ser exhaustivo, ni necesitar distraernos con la explotación petrolera y de otros recursos del lecho marino, o hablar de las oportunidades del transporte marítimo, hay dos líneas adicionales de acción que pueden ser de gran relevancia para nosotros.

Una es la producción de energía alternativa. Además de otras posibilidades en desarrollo: implementar molinos de viento en el mar es una realidad y está creciendo en Europa, China e incluso EE. UU. Un estudio reciente publicado en PNAS revela el gran potencial de la energía eólica para el Atlántico norte.

La otra línea es desalinizar agua del mar, para producir agua dulce. Actualmente hay miles de plantas desalinizadoras operando en decenas de países, y se avanza en abaratar costos. Esta podrá ser una excelente estrategia para nosotros llegado el momento.

Para lograr estos beneficios, sustentablemente, es indispensable tomar las decisiones correctas. Sobre todo, hay que invertir para cosechar. Las comunidades costeras, con su conocimiento del mar y vulnerabilidad, son esenciales para capitalizar la riqueza marino-costera que directamente les atañe.

El autor es catedrático de la UCR.