"La puerta se cerró..."

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Recuerdos lejanos, con nostalgia evoco los lugares que antaño disfruté y ya no existen: "El Potrero de los Gallegos" -hoy circuito judicial- y, al final de una larga callejuela de tierra entre cafetales y maleza, el viejo caserón del bar "El Escape", proclive en los atardeceres al cantar del poeta, a la búsqueda de un amor pobre y un alcohol barato. Cerveza cruda y un guitarrista excepcional que suave y tristemente entonaba el bolero de la década de los cincuenta: "... La puerta se cerró detrás de ti...".

Con alegre camaradería dedico este comentario a los miembros de la junta directiva del Colegio de Periodistas -sin amargura y con aprecio-, pues nuestras luchas de quince años terminaron en Caracas, donde la Sociedad Interamericana de Prensa me entregó el premio de su placa máxima, y don José Rafael Cordero Croceri -compañero en las aulas universitarias pero él mucho mayor que yo-, un apretón de manos amistoso: existen discrepancias ideológicas profundas pero al fin y al cabo él es cartago y yo desciendo también de la muy noble y leal metrópoli de antaño. Hoy su Colegio de Periodistas -sin monopolio de colegiación obligatoria- podrá ser foro académico, y denuncia y apoyo para el bien de la múltiple gama de la libertad de expresión.

La suprema síntesis de la vida es el arte. La Edad Media quizá se conoce mejor a través de las piedras de las catedrales góticas de Francia; el Renacimiento sería poca cosa sin Botticelli ni Afrodita desnuda naciendo de las espumas del mar; la "Belle Epoque" se plasma en la luz impresionista, así como el cambio brusco de la época moderna no se concibe sin contemplar a Picasso o a Braque.

Gonzalo Morales el joven, clásico hasta el tuétano de sus pinceles y paletas, es además realismo mágico, pues la existencia estalla en sortilegio con finos detalles genuinos y verdaderos. El me pintó esta puerta para el bufete: la madera carcomida en tonos ocre desteñidos, luego de los fallos vinculantes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la Sala Constitucional, con una gruesa cadena de eslabones de hierro que clausura la colegiación obligatoria, gracias al candado que yo le puse.

Después del simpático torneo quinceañero en que todos, en definitiva, triunfamos -yo con más canas y ustedes ahora libres de la ilegal obligatoriedad- hago descansar sobre la pierna la guitarra de los hermanos Corrales (Luthier, n°ree; 361), y en Mi menor y unos cuantos Fa sostenidos cuya ejecución me cuesta aún más que los debates en los tribunales, al amanecer en noche de serenata entono:

"La puerta se cerró detrás de ti, y nunca más volviste a aparecer..."