La praxis educativa

Los conocimientos son producto de un muy extenso proceso de ensayo y error

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¿Es posible sacarse el chaleco sin quitarse el saco? El problema matemático anterior fue planteado décadas atrás como una forma de introducir conceptos de topología. Algunos estudiantes respondían que era imposible y otros ni siquiera mostraban interés por la pregunta. Luego de unos minutos, el profesor lograba sacarse el chaleco sin quitarse el saco, de modo que los estudiantes se convertían en testigos de un milagro. En ese momento tan particular de praxis educativa, se alcanzaba la máxima motivación por tratar de entender el problema y comprender su solución.

Los más observadores lograban igualar la proeza imitando a su profesor y luego procedían a enseñar a sus compañeros los pasos para que consiguiesen también el éxito.

Los estudiantes sabían que el problema tenía solución porque habían visto a su profesor resolverlo. El docente adquiría el respeto que da el conocimiento, el cual se logra luego de muchas horas de estudio concienzudo y esfuerzo constante.

Aquella clase magistral en la que un maestro experto transmite sus conocimientos a los estudiantes, ha sido un proceso satanizado por los modernos pedagogos, pues asocian dicha metodología con el recuerdo de algún maestro enojón que no permitía que alguien se atreviese a interrumpir su clase.

Suponiendo que dicha metodología fuese un suplicio tomado de los infiernos de Dante, cómo se explicaría que grandes científicos y estadistas, que engalanan la historia por sus aportes a la humanidad, fuesen producto de escuelas donde la clase magistral era el pan diario.

Una de las fábulas creadas por la imaginación de Platón es aquella que plantea que cada humano antes fue un alma proveniente del mundo de las ideas.

Como alma, flotaba en un mar de conocimiento, y por tanto lo sabía todo. Junto al alma pasaban navegando las valencias de todos los elementos químicos, los decimales de pi y la velocidad de la luz. Por desgracia, cuando el niño nace, olvida todo.

Sin embargo, este conocimiento permanece latente en algún rincón oscuro de la mente. Siendo así, bastaría que algún socollón educativo haga despertar el conocimiento dormido y el niño adquiriría nuevamente la omnisciencia perdida.

Proceso histórico. En este sentido, la historia de la ciencia refuta lo anterior, pues los conocimientos son producto de un muy extenso proceso de ensayo y error. Las ideas han sido formuladas, refutadas y modificadas a lo largo de siglos de experimentación.

Muchos de los conceptos científicos que hoy se enseñan con naturalidad en un aula, significaron el sacrificio de hombres y mujeres que invirtieron sus vidas en la creación y mejoramiento de tales conceptos, entre ellos podemos citar a Marie Curie, Copérnico y Galileo, como algunos ejemplos conocidos.

Tan solo unos cuantos siglos atrás, los europeos comenzaron a utilizar la numeración indoarábiga. Sin el contacto comercial, habría sido imposible que el sistema decimal que operaba en Oriente fuese conocido y adoptado por Occidente.

La observación práctica de este mejor sistema permitió que los europeos intentaran realizar sus cálculos utilizando un método que ellos mismos no crearon, el cual contenía ideas tales como el valor posicional y la base diez, que no existían en el sistema europeo.

Es posible que dichas ideas fuesen descubiertas en Europa en el futuro, pero es igualmente posible que nunca lograsen evolucionar y se estancaran en un sistema numérico poco eficiente.

Hoy, la cultura escolar surge de un mundo caracterizado por el deseo de alcanzar éxitos académicos sin invertir esfuerzo y disciplina de pensamiento.

El actual sistema educativo ni siquiera roza los talones de la educación de antaño, en la cual la praxis se fundamentaba en docentes que demostraban un total dominio de lo que enseñaban.

Estos dos aspectos se aúnan para generar, inevitablemente, un fiasco educativo que a largo plazo resulta incorregible.