La pintura de historia

La pintura histórica tuvo gran relevancia en la construcción del relato poscolonial de las naciones latinoamericanas

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La pintura de historia tuvo gran relevancia en la construcción del relato poscolonial de las naciones latinoamericanas. Fue propiciada, promovida, financiada y controlada por el Estado.

Los motivos en la pintura de historia son variados; sin embargo, muchos se reiteran en diferentes momentos y lugares de América Latina, entre ellos, los considerados fundacionales de la nación, por ejemplo el pasado prehispánico, la conquista y las luchas por la independencia.

Obras de expresiva calidad y magnífica factura son El Senado de Tlaxcala (1875), del pintor mexicano Rodrigo Gutiérrez, y El juramento de los Treinta y Tres Orientales (realizado entre 1875 y 1878), del uruguayo Juan Manuel Blanes.

Costa Rica es un caso peculiar en Latinoamérica, pues el interés por la elaboración de cuadros sobre historia se debió, sobre todo, a iniciativas particulares.

En la segunda mitad del siglo XIX, el pintor y fotógrafo italiano Lorenzo Fortino registró y documentó, por encargo del militar Máximo Blanco, distintos episodios de la movilización del ejército costarricense para enfrentar a Juan Rafael Mora Porras, quien ingresó a Costa Rica por el puerto de Puntarenas en 1860, con la intención de retomar el poder. Se trata, en suma, de un hecho armado, donde el arte intervino.

Los temas patrióticos fueron materia de la pintura de historia. En la enorme tela de Enrique Echandi titulada La quema del mesón (1896), la figura agónica de Juan Santamaría se transfigura en una representación del sacrificio por la patria.

Resulta harto conocido que el cuadro de Echandi enfrentó una crítica incendiaria de los “comentaristas de arte” de la época. Tal affaire afectó la carrera de Echandi como pintor de pasajes históricos, amén de ser denostado por los círculos oficiales. Aún más, la Escuela Nacional de Bellas Artes (fundada en 1897) tampoco estimuló la producción oficial de cuadros de temática histórica.

Actualmente, existe un mayor interés académico por historiar la emergencia de este tipo de representaciones en la Costa Rica del siglo XIX. Este enfoque procura desentrañar los motivos y las influencias que condujeron a la aparición de una expresión artística que, más allá de las controversias de su época, se erigió como un dispositivo visual de hechos que forjaron la identidad nacional costarricense.

En este esfuerzo, se revelan las capas más profundas de la compleja relación entre arte, historia, identidades y nacionalismo.

gmobrs@gmail.com

El autor es historiador.