La patria es el bolsillo...

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Algunos sucesos recientes ocurridos en nuestro país me han hecho recordar una historia que contaba mi padre sincera y auténticamente escandalizado. Viajando en barco cerca de las costas de Venezuela le escuchó a un militar venezolano de alto rango expresar, con el mayor desparpajo y hasta con gestos manuales, la siguiente frase: "la patria es el bolsillo". Era la época de Juan Vicente Gómez, amo absoluto del poder durante 27 años y el último de los caudillos que asolaron la tierra de Bolívar durante todo un siglo.

Independientemente de mi amor filial y admiración por mi padre, basta con relatar un hecho solo de su intensa vida, como prueba y explicación de su candoroso asombro al escuchar las desvergonzadas palabras del cínico chafarote venezolano. Con apenas un año de radicar en Costa Rica como médico recién graduado en Italia, estalló en Europa la Primera Guerra Mundial. Sin pensarlo dos veces abandonó el suelo costarricense y una promisoria carrera profesional para ofrecerle a su país, Italia, sus servicios médicos en el frente de batalla. Fueron para él más de tres años de peligro, enfermedades y sufrimiento en tierras balcánicas pero coronados al final con la profunda satisfacción del deber cumplido con la patria. Por su sacrificio y servicios recibió nueve condecoraciones que yo aún conservo. Años después de finalizado el sangriento conflicto bélico, decidió regresar a tierra tica donde eventualmente fundaría su hogar con una costarricense por los cuatro costados.

Ahora ya los "héroes" no sirven a la patria sino que se sirven de ella con cucharón para llenar sus bolsillos a reventar. El pago de prestaciones por 73 millones de colones a uno solo de los empleados del INS de apenas un poco más de cuarenta años de edad y de otras sumas multimillonarias a varios de sus colegas no puede calificarse más que de un brutal despojo de fondos públicos y de una bofetada al resto de la sociedad.

Este saqueo, dizque legal, ha sido posible como resultado de las infames convenciones colectivas y de la colusión entre los políticos de bandos opuestos pero siempre prestos a decir un sí a las estrafalarias peticiones de los sindicatos y grupos de presión con tal de acumular clientelismo con fines electorales. Ante estos desmanes, ¿qué pensarán todos aquellos costarricenses obligados por las circunstancias a doblar las espaldas o a quemarse las pestañas por diez o más horas diarias para medio alimentar a sus familias? Y pensar que todavía hay muchos dispuestos a seguir apoyando la continuación de estos deleznables monopolios. Aparentemente no se han dado cuenta de las cochinadas que allí se cuecen y de que estamos metidos hasta el cuello en un "potpourri" (olla podrida) de sociedad.

Es difícil comprender la actitud de muchos políticos de este país. Por un lado hablan de su determinación para eliminar toda clase de privilegios y gollerías como un imperativo moral, pero por el otro se salen con inverosímiles ocurrencias para seguir creándolos, como la última de varios diputados, de otorgarse por medio de una ley pasaportes diplomáticos al finalizar su período, así como a ministros y otros funcionarios públicos. Si esta ocurrencia llega a convertirse en ley de la República el valor y concepto del pasaporte diplomático va a sufrir una gravísima capitis-diminutio a los ojos de los gobiernos extranjeros. Se hará también realidad aquel refrán que dice: "de lo sublime a lo ridículo hay solo un paso". No nos ofendamos entonces si en otras latitudes nos llaman con intenciones peyorativas "república bananera". Además, en estos tiempos de codicias irrefrenables, una ley como esa podría servir de instrumento para incurrir en más abusos.