La nueva bioeconomía

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Cada vez existe más evidencia del agotamiento de los combustibles fósiles y, a pesar de que no podemos hablar del fin del petróleo, sí podemos hablar del fin del petróleo barato. Este tardó miles de millones de años en acumularse y hoy se está consumiendo rápidamente a una tasa insostenible que, además, está provocando grandes problemas de contaminación y cambio climático global. Para bien o para mal, es una realidad que el petróleo rige la economía moderna.

Dentro de una o dos generaciones, una humanidad con más de 9.000 millones de habitantes, con mayor esperanza de vida y mayor renta per cápita estará demandando más alimentos, más agua, más energía y mejores servicios. Esto impondrá uno de los mayores desafíos que enfrentará el colectivo humano: ¿cómo satisfacer a más con menos, cuidando la naturaleza y siendo rentable? Definitivamente, algo tendrá que cambiar en el modelo actual.

Difícilmente se podrá superar el reto de alcanzar un desarrollo sostenible en este planeta sin una transición a una economía más amigable con el ambiente. Será difícil superar el reto sin una mayor apreciación por el valor de la biodiversidad y los servicios ambientales; sin la incorporación del conocimiento y la innovación en la producción en cuanto a la transformación eficiente de la biomasa en productos de alto valor agregado para la sociedad.

Hacia el futuro. Esta temática obliga a ver hacia el futuro y a trabajar por una sociedad menos dependiente de los recursos fósiles para satisfacer sus necesidades de energía y materias primas donde, alternativamente, se plantea utilizar la biomasa producida por plantas, animales y microorganismos para transformarla en una amplia gama de productos tales como alimentos, medicamentos, compuestos para la industria química, biocombustibles, etc.

La Unión Europea ha estimado que la bioeconomía representa un 17% de su PIB, que genera 21,5 millones de empleos tanto en sectores de baja como de alta tecnología y logra un impacto positivo en cuanto al desarrollo rural y costero. Por ello establecieron una estrategia de largo plazo para alcanzar una bioeconomía basada en el conocimiento para el 2030.

Costa Rica se puede considerar un país sumamente privilegiado en términos de producción de biomasa y diversidad biológica. Además, cuenta con un acervo científico y tecnológico importante que le permitiría convertir sosteniblemente esa riqueza natural en bienes y servicios de alto valor agregado, integrados a la economía nacional y mundial.

En el corto plazo, será necesario articular las acciones propias del quehacer bioeconómico, hoy disperso, en sectores tales como agricultura y ganadería, ciencia y tecnología, ambiente y energía, economía e industria, comercio, entre otros. Así mismo será fundamental cuantificar unificadamente dentro de las cuentas nacionales los aportes de los sectores agropecuario, forestal, pesquero, agroindustrial, biotecnológico y servicios ambientales, cuya importancia relativa en el PIB posiblemente sea mayor a la prevista.

Alto potencial. El potencial bioeconómico del país es alto, pero lo importante es cómo pasar del potencial a la acción. Aunque no existe una vía única para hacer una transición a este nuevo modelo, un eje estratégico será la incorporación de la ciencia, la tecnología y la innovación al uso eficiente de los procesos biológicos así como su conversión a productos útiles para la sociedad.

El petróleo, tarde o temprano, se acabará y cuando llegue ese momento, los países que no hayan tomado medidas quedarán postergados y quienes hayan emprendido el camino hacia la nueva bioeconomía obtendrán ventajas seguras sobre los otros.