La naturaleza ofrece una solución ingeniosa para combatir el calor

La solución a la ola de calor no puede ser simplemente aumentar el uso del aire acondicionado

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En los últimos días, hemos sido testigos de cómo las temperaturas cálidas, más allá de lo habitual, se han trocado en una constante en nuestras vidas y se pronostica incluso un aumento por encima de lo normal en los meses de marzo a mayo en casi todas las zonas continentales.

El fenómeno se exacerba por la intensa actividad de El Niño en el período 2023-2024 que, aunque se encuentra en una fase de debilitamiento, sigue teniendo un impacto significativo en el clima global.

El episodio, uno de los cinco más fuertes jamás registrados, ilustra cómo los fenómenos naturales, en combinación con las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de la actividad humana, están alterando nuestro clima a una escala sin precedentes.

El aumento de las temperaturas no es un fenómeno aislado, se inscribe en el contexto de un clima alterado por el hombre, que presenta desafíos considerables para la resiliencia de las ciudades. El cambio climático nos enfrenta a extremos climáticos: precipitaciones intensas, inundaciones, olas de calor y sequías, cuyas consecuencias son devastadoras.

Según la Organización Mundial de la Salud, las olas de calor se cobraron la vida de más de 166.000 personas entre 1998 y el 2017, testimonio sombrío de la urgencia de actuar.

La solución no puede ser simplemente aumentar el uso del aire acondicionado, que si bien ofrece un alivio temporal del calor, contribuye a un ciclo vicioso de emisiones de dióxido de carbono, estrés térmico y contaminación del aire, comprometiendo la salud y el bienestar de los habitantes urbanos. La respuesta reside en transformar las ciudades en entornos más verdes y resilientes.

La naturaleza ofrece una solución ingeniosa para combatir el calor urbano. Infraestructura verde en las ciudades, como plantación de árboles, instalación de muros vivos y creación de masas de agua y vegetación, puede mitigar significativamente el fenómeno de las islas de calor urbanas. Además, los espacios verdes fomentan un estilo de vida activo y saludable al reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares y mejorar el bienestar psicológico y emocional.

Sin embargo, la realidad es desalentadora. En cantones y ciudades, el porcentaje de áreas verdes es alarmantemente bajo, lo que limita nuestra capacidad para combatir eficazmente el calor urbano. Por ejemplo, en San Pablo de Heredia (un 10,7 %), Tibás (un 18,5 %), Heredia (un 12,8 %) y San José (un 15,3 %), el porcentaje de vegetación es críticamente bajo, con la mayoría de los espacios verdes confinados a las riberas de los ríos.

La adaptación de las ciudades para incorporar espacios verdes es más que una cuestión de estética urbana; es una necesidad para mitigar los efectos del calor y el cambio climático. Frente a olas de calor cada vez más intensas y frecuentes, es urgente repensar y rediseñar las ciudades. No solo implica plantar árboles o crear parques, sino también integrar la naturaleza en el tejido de la planificación urbana, haciéndola parte integral de calles, edificios y espacios comunes.

Así frente a la creciente amenaza del cambio climático y sus efectos exacerbados por fenómenos como El Niño, es crucial adoptar un enfoque proactivo en la gestión de las ciudades. La infraestructura verde ofrece una solución práctica y sostenible al problema del calor urbano, y también mejora la calidad de vida de los ciudadanos al fomentar un entorno más saludable y resiliente.

Es hora de actuar con decisión y creatividad para transformar las ciudades en refugios de frescura y verdor, por el bien de nuestra salud y la del planeta.

lenin.corrales@catie.ac.cr

El autor es investigador del Catie y fue presidente del Consejo Científico de Cambio Climático de Costa Rica.