La montaña rusa

Si Rusia no detiene entreguismo, será colonia del Tercer Mundo

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El intento de Yeltsin de implantar en Rusia el capitalismo salvaje, nos recuerda aquella anécdota apócrifa según la cual, cuando Marx escribía su obra Das Kapital, su esposa se quejaba amargamente: "¡No me explico cómo Carlitos, con todo lo que sabe sobre el capital, en lugar de describirlo, no se dedica a acumular uno!". Esa gran nación siempre ha vacilado entre Oriente y Occidente, que se inició cuando en el siglo IX, el rey de Kiev decidió adoptar una religión y razonó su opción: "La musulmana no, porque prohíbe el vodka. El judaísmo tampoco, porque su Dios ha abandonado a su pueblo a la persecución católica. Será el cristianismo ortodoxo, porque sus cardenales son obesos y viven en la opulencia, señal de prosperidad y sabiduría."

Posteriormente, el gran occidentalizador fue Pedro el Grande, en el siglo XVIII. Moderniza la administración, la educación, el ejército, la armada, la tributación; crea un Senado, impulsa la industria, somete al Santo Sínodo y funda San Petersburgo como una ventana a Occidente, que admira e imita. Actuó en oposición a la tradición y a los eslavófilos, quienes seguirán creyendo que Rusia debía obedecer mesiánicamente a su propio destino.

Durante el siglo XIX, cada zar iniciaba un nuevo movimiento pendular y, en 1861, se procedió a emancipar a los siervos, por motivos humanitarios y para convertirlos en obreros agrícolas o en pequeños agricultores y elevar así la productividad de una tierra rica en cereales, los que se exportaban mientras imperaba el hambre y la miseria.

Con la Revolución de 1917, de inspiración occidental, Lenin introduce un sistema de economía mixta, en 1921, después de una sangrienta guerra civil. Stalin impone, en 1929, la colectivización de la tierra, la planificación y la industrialización a ultranza. En una década, logra la revolución industrial que a Europa le tomó un siglo, gracias al Estado, a la mística revolucionaria y a un sistema de terror que exterminó a cuatro millones de "kulaki", pequeños agricultores y a otro tanto de víctimas ideológicas. Después de la invasión nazi de 1941, que mata a 22 millones de rusos y devasta a la URSS, se reconstruye aquel imperio que avasalla a Europa Oriental y se enfrenta en la Guerra Fría.

Cuando en 1953 muere Stalin, Krutchev detiene el baño de sangre. Impulsa la desestalinización, la desburocratización, una dirección colegiada, la descentralización y la democratización. Pero, por la humillación de los misiles en Cuba, la sublevación en Budapest, su lucha contra los privilegios de la "Nueva Clase", y su promesa del inminente comunismo igualitario, es destituido por la Nomenklatura, que saboteaba todas las reformas a sus espaldas.

De 1964 a 1982, Brezhnev comparte el poder con su camarilla en una dictadura colegiada, que garantiza los privilegios de los "apparatchiki", que se autoperpetúan como clase dominante. Garantiza la fosilización del sistema colectivista, la petrificación del totalitarismo y un statu quo cuya única norma es el inmovilismo, pero el precio es un divorcio con el resto de la sociedad que, sin embargo, se moderniza y prospera lentamente.

El siguiente movimiento pendular, de 1985 a 1991, le corresponde a Gorbachov quien inicia otra revolución desde la cúpula. Combate la esclerosis del sistema, el estancamiento de la economía, la burocratización y la centralización excesivas, mientras renuncia al mesianismo ideológico y hegemónico. Lucha contra los privilegios, por la libertad de expresión, el retiro de Afganistán, un mundo sin guerras y una democracia participativa, pero con un sistema de partido único.

Esto provocó el fallido "putsch" de los neoestalinistas, en agosto de 1991, en su torpe intento por retornar al totalitarismo. Pero poco después, Yeltsin provoca la desaparición la URSS y Gorbachov queda cesante, abortándose sus reformas eclécticas para implantar una economía mixta. La URSS, moribunda ya por inanición y por las fuerzas centrífugas de la periferia, se desintegra y es remplazada por la nueva Comunidad de Estados Independientes.

Pero de las ruinas de la URSS surge una "Nueva Clase" que trata de implantar ese capitalismo manchesteriano que tanto daño ha causado en el mundo. Esa elite económica está constituida por tres grupos. El primero lo forman los "yuppies", jóvenes dinámicos, talentosos y emprendedores, pero obnubilados por el éxtasis del dinero, la ostentación, el éxito y el poder, sin importarles el bienestar del pueblo o la entrega del país.

El segundo grupo lo constituyen los "nomenklaturistas reciclados" que --después de haber confiscado la revolución de 1917--, engolosinados ahora por el lucro y la rapiña, se apoderan de parte del botín del Estado como bienes de difunto, mediante la privatización, y renuncian súbitamente a sus convicciones para convertirse en la "neoplutocracia" que antes repudiaban.

El tercer sector --el más beneficado, importante y corrupto-- es el de los "maffiosi". Es el crimen organizado que saqueaba el sector productivo y controlaba el mercado negro, el contrabando y el hampa, en la siniestra y tenebrosa clandestinidad de la "economía de las tinieblas". Gracias a sus fechorías, esos nuevos barones son los únicos que esgrimen una sólida experiencia empresarial y gigantescas fortunas, acumuladas sobre la miseria humana.

Esos capos controlan el 45% del sector productivo, y han movilizado una fuga de capitales de $1.000 millones mensuales al extranjero, desde el inicio del ciclo liberal, saqueando masivamente al país. Así, el "capitalismo de iniciativa estatal" dio origen a una elite empresarial que encuentra en el "capitalismo salvaje de iniciativa privada" su caldo de cultivo, engendrándose así una"cleptocracia económica".

Pero como una reacción y un anticuerpo, el nuevo sistema democrático ha generado una elite política que encarna y esgrime el repudio popular contra esa "economía del goteo a la Raskólnikov", que ha agudizado la penuria de las grandes masas, así como una brutal, aguda y excesiva polarización social.

El resultado de la "terapia de choque fondomonetarista" ha sido que el 90% de la población quedó bajo el nivel del mínimo vital. Sus principales víctimas han sido los ancianos, los enfermos y los discapacitados, al cercenar los programas de salud, educación, seguridad social y defensa. En 1993, siete millones perdieron sus empleos, lo que se agravó en 1994, mientras que para 1995, la producción se había reducido en una tercera parte.

Eso explica que el 75% de la opinión repudia esa versión rusa del darwinismo social, según The Economist. Por eso, las elecciones legislativas, en diciembre de 1995, reflejaron la impopularidad de esa "economía de budú a la Rasputín" y los liberales son los responsables de despertar la nostalgia por un imperio totalitario que, al menos, se inspiraba en una solidaridad humana que ahora una vasta mayoría comienza a añorar

Eso también explica que los excomunistas, ahora con un programa socialista moderado, conquistaran el 21,9% de los votos, que los ultranacionalistas del excéntrico Jirinovsky obtuvieron un 11,1%, mientras que el grupo neoliberal de Yeltsin apenas lograra un insignificante y humillante 9,6% del sufragio, lo que equivale a una aplastante derrota.

Esto no significa un retorno apocalíptico al arcaico y brutal stalinismo --porque las conquistas democráticas parecen irreversibles en una nación que atesora enormes valores y un elevado nivel cultural-- sino el repudio a un "anarcocapitalismo a la Karamásovi", igualmente duro, frío y caduco. Por eso se pronostica la adopción de una moderada socialdemocracia al estilo escandinavo, en una coalición de los vencedores, a partir de las elecciones presidenciales, a mediados de este año.

En 1917, Rusia era mitad imperio y mitad colonia; dejó ya de ser imperio y si no se detiene el entreguismo, de nuevo será otra colonia económica del Tercer Mundo. Pero una vez más, en ese movimiento pendular se demuestra el fracaso universal de los extremismos ideológicos, tanto del comunismo epiléptico como del liberalismo paleolítico. Sobre todo cuando, por abrazar otro credo, como el rey de Kiev, son camaradas los que, en lugar de teorizar sobre el capitalismo, lo implantan brutalmente para amasar coquetas fortunas y vivir como cardenales bizantinos.