La marcha mundial hacia la paz

Las grandes guerrashan llegado a ser menos frecuentesy mortales

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

CANBERRA – Si teníamos la esperanza de alcanzar la paz en nuestros tiempos, el 2012 no la trajo consigo. Los conflictos se hicieron cada vez más sangrientos en Siria, continuaron avanzando de manera implacable en Afganistán y se encendieron periódicamente en el África occidental, central y oriental. Se vivieron varios episodios de violencia motivada por razones étnicas, sectarias y políticas en Myanmar (Birmania), Asia del Sur, como también en todo el Oriente Medio. Las tensiones entre China y sus vecinos escalaron en el Mar de China Meridional, y entre China y Japón en el Mar de China Oriental. Las preocupaciones acerca de los programas nucleares de Corea del Sur e Irán siguen sin resolverse.

Y, sin embargo, muchas temidas erupciones dentro y entre Estados no llegaron a ocurrir. Una fuerte presión internacional ayudó a contener rápidamente una segunda guerra de Gaza. Se garantizó un acuerdo de paz largamente buscado para Mindanao, la isla al sur de Filipinas. Se han dado grandes pasos hacia el logro de la paz y reconciliación sostenibles en Myanmar. No ocurrió una nueva catástrofe genocida de grandes proporciones. Y, a pesar de la parálisis del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en relación con Siria, los Estados miembros de la Asamblea General de la ONU dejaron en claro la continuidad de su abrumadora aceptación de la responsabilidad de proteger a las personas en riesgo de sufrir crímenes atroces en masa.

Nueva paz. La noticia más grande se mantuvo escondida, como siempre, debido a la preocupación cotidiana que tienen los medios de comunicación en relación co los actuales derramamientos de sangre: durante las dos últimas décadas, las grandes guerras y los grandes episodios de violencia en el mundo han llegado a ser mucho menos frecuentes y mortales. Después de un momento culminante a finales de 1980 y durante los primeros años de la década de 1990, se ha producido un descenso de más del 50% en el número de grandes conflictos entre y dentro de los Estados, en el número de atrocidades masivas genocidas como también en otras atrocidades masivas, y en el número de personas que murieron a consecuencia de dichos conflictos y atrocidades.

Este fenómeno de “Nueva Paz” se hizo público por primera vez en el documento titulado “Proyecto del informe sobre seguridad humana” preparado por Andrew Mack, con el apoyo de la magnífica base del Programa de datos sobre conflictos de Uppsala. Steven Pinker, catedrático de la Universidad de Harvard, en su influyente libro The Better Angels of our Nature (Los mejores ángeles de nuestra naturaleza) ubicó este concepto en un contexto histórico más amplio – no solo la “Paz de larga duración” entre las grandes potencias desde el año 1945, sino, lo que es más importante, un patrón de siglos de duración que muestra la constante disminución del apetito humano por la violencia.

Los múltiples esfuerzos que se han hecho por desacreditar este análisis (por ejemplo, los de John Arquilla, quien escribió recientemente en la revista Foreign Policy (John Arquilla in Foreign Policy) no han sido convincentes. Es cierto que ha habido un resurgimiento desde el 2004 de lo que los estadísticos (que bien pudiesen ser llamados humanistas) llamarían “conflictos armados menores”.

Sin embargo, en el caso de conflictos o guerras de “alta intensidad” (definidos como aquellos que implican 1.000 o más muertes en combate en un año), la línea de tendencia se ha estado inclinando, sin lugar a dudas, a la baja. Y, esto también es válido para muertes de civiles relacionadas con la guerra.

Las explicaciones sobre este fenómeno varían. En el caso de la Nueva Paz posterior a la Guerra Fría, la mejor explicación es sencillamente el enorme aumento que se produjo durante la última década y media en la prevención y manejo de conflictos, en la construcción de paz negociada y en actividades de construcción de la paz de forma posterior a los conflictos –cabe destacar que la mayoría de dichos esfuerzos fueron encabezados por la muy vilipendiada ONU.

En cuanto a la “Paz de larga duración”, la explicación más intrigante –y, creo, la más convincente, aunque muchos no estén de acuerdo– es que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se ha producido un cambio normativo fundamental entre los responsables de la formulación de políticas en las grandes potencias. Ya que presenciaron los estragos ocurridos el siglo pasado, los formuladores de políticas sencillamente ya no ven ninguna virtud, nobleza o utilidad en desatar guerras, y ciertamente tampoco ven ningún beneficio en una guerra nuclear agresiva. Eso no quiere decir que no nos podemos tropezar y caer en una guerra –o en un intercambio nuclear– ya sea por accidente, error de cálculo, error del sistema o sabotaje; pero, dicho cambio normativo reduce enormemente el riesgo de que ello ocurra.

La mayor prueba de esta tesis en los próximos años será la forma en la que China y Estados Unidos reaccionen ante el dramático cambio que está ocurriendo en cuanto al poder económico relativo, y con el transcurso del tiempo el cambio en el poder militar relativo. La reelección del presidente Barack Obama ofrece una esperanza razonable acerca de que los EE. UU. van a dar algo de espacio estratégico a China mediante una política de cooperación mutuamente complaciente, en lugar de insistir en políticas de dominación o primacía. Pero ¿cómo va a comportarse China bajo su nuevo liderazgo?

Razones para el optimismo. En un reciente discurso profundamente meditado en la Institución Brookings en Washington, D.C., Kevin Rudd, el exprimer ministro de Australia, quien habla chino mandarín, describió los posibles escenarios externos para China en la próxima década. Dichos escenarios cubrían un amplio espectro, desde que China busque, de manera activa, políticas de poder de suma cero encaminadas a dominar al hemisferio y más allá de este, a que China asuma una política de participación estratégica con los EE.UU. y otros socios de Asia para mantener y mejorar el existente orden internacional basado en normas. Si bien Rudd sugirió que sería prudente que los países vean maneras de protegerse ante el peor escenario, dejó en claro que él es un optimista ya que piensa que siempre y cuando el resto del mundo mantenga una política de compromiso de cooperación con China, el presidente entrante Xi Jinping y su equipo elegirán un camino de no confrontación.

El optimismo es una buena decisión en este contexto, y también en un contexto más general. Existen fuertes razones históricas para creer que desatar guerras agresivas simplemente tuvo su lugar como un instrumento de las políticas de Estado. Después de haberse agotado la mayoría de las alternativas a lo largo de los años, los líderes nacionales han comenzado a internalizar las virtudes de la cooperación.

Además, en política exterior, como en la vida misma, las pronósticos pueden actuar como una forma de autorrefuerzo, como también como profecías que se autocumplen. Los pesimistas ven los conflictos, ya sea de un tipo o de otro, como algo más o menos inevitable, y adoptan un enfoque muy cauteloso y competitivo en cuanto al desarrollo de las relaciones internacionales.

Para los optimistas, lo que importa es tener fe en el instinto de cooperación y nutrir dicho instinto, manteniendo la esperanza, y teniendo la expectativa, de que los valores humanos decentes finalmente prevalecerán. Si queremos cambiar el mundo para que sea un mundo mejor, debemos comenzar por creer que esto es posible. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

Gareth Evans, ministro de relaciones exteriores de Australia entre 1988 y 1996, y presidente emérito del Grupo Internacional de Crisis [International Crisis Group] entre 2000 y 2009, es rector de la Australian National University.