La llave para la unión de dos países

El 16 de diciembre del 2015 quedará registrado en los anales de nuestra historia

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El 16 de diciembre del 2015 quedará registrado en los anales de la historia costarricense como el día en que el respeto a la soberanía nacional alcanzó su máxima expresión.

La sentencia de la Corte de La Haya, la cual, entre otras cosas, ratifica que la isla Calero (isla Portillos) es parte del territorio costarricense, es un fiel reflejo de que utilizamos la vía más saludable y democrática que existe.

Pero quizá el fondo de todo este asunto no esté, precisamente, en inflarse el pecho de orgullo porque un organismo internacional ha determinado que una porción de terreno es nuestro y no de Nicaragua.

Creo que el mensaje dado por los señores magistrados de la Corte es sumamente claro: Costa Rica y nuestro país hermano del norte tienen la obligación de sentarse –en un período de doce meses– a negociar y conciliar posiciones.

No puede existir, bajo ninguna justificación, un sano y conveniente intercambio de relaciones diplomáticas entre países cuando, de por medio, afloran las diferencias por el más mínimo detalle.

Nuestro país y Nicaragua comparten frontera, en una zona donde bien explotadas sus riquezas podrían gestarse importantes beneficios para ambos países, especialmente en materia de agro y turismo compartido.

Las primeras señales después de la noticia son, por más, alentadoras. Tanto el canciller como la vicepresidencia del gobierno nicaragüense han dejado entrever voluntad diplomática para un acercamiento.

El gobierno costarricense no debe esperar mucho ante esa prevista insinuación y, con sentencia en mano, procurar el contacto para iniciar las negociaciones que sean necesarias para encauzar el barco a buen puerto.

Costa Rica es un país de paz convencido de que la fuerza no es la mejor forma para resolver diferencias y, por ello, –aunque en el papel de la sentencia haya salido reforzado– la humildad y el buen juicio demanda su obligación de tocar la puerta de su contrincante para conciliar posiciones, a la luz de lo resuelto por la Corte.

Apuesto, firmemente, que la sentencia de la Corte Internacional de La Haya servirá de llave para el necesario acercamiento de dos pueblos hermanos que necesitan unir esfuerzos para iniciar una nueva era diplomática que permita ver sus buenos frutos a mediano plazo.

El autor es abogado y profesor universitario.