La lección de Limón del Yuna

La asistencia no debe prolongarse porque se transforma en asistencialismo

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Un desastre de gran magnitud como un huracán requiere, además de la asistencia inmediata, un método que incorpore a la comunidad organizada, de ser posible, en la prevención para mitigar el evento, pero, sobre todo, en las tareas de reactivación y reconstrucción de la infraestructura y de la actividad social y económica.

La asistencia y el socorro son muy necesarios en una primera etapa, pero una vez que los afectados son puestos a salvo, la asistencia no debe prolongarse porque se transforma en asistencialismo con toda su estela de dependencia.

Le toca al Estado fijar políticas de respaldo, pero a la comunidad organizada asumir el control de la reconstrucción.

Caso de éxito. En 1979, después del paso de los huracanes David y Federico, que dejaron devastada a la República Dominicana, el Instituto Interamericano de Cooperación con la Agricultura (IICA), a solicitud del Instituto Agrario Dominicano (IAD), le contrató a la UNA dos especialistas en capacitación masiva, que era la metodología más utilizada en los proyectos de reforma agraria de la región, para atender las necesidades de uno de sus asentamientos más afectados, el de Limón del Yuna, cerca de Puerto Plata.

Nos tocó a los autores de este artículo atender la emergencia local. Decidimos, de acuerdo con el IAD, llamar a la población afectada e iniciar un taller de gestión empresarial basado en el Laboratorio de Organización para formar en primer lugar una empresa de reconstrucción.

Los activos que llevamos para montar la empresa de reconstrucción fue la ayuda de emergencia que había empezado a llegar. Un cúmulo de comida y equipos que se puso a disposición de la nueva organización y que se entregaría bajo inventario en asamblea a las personas que ellos designaran como responsables.

La empresa naciente tenía como obligación atender a los ancianos y niños y el resto lo utilizarían como pago por los servicios de limpieza de la infraestructura más afectada.

Trabajo en equipo. Con 350 personas y estos recursos empezó sus actividades, habilitando las vías de comunicación y reparando lo más urgente de la zona. No obstante, existía un obstáculo importante que limitaba la reanudación de los cultivos en una zona de humedales: la obstrucción con árboles y animales muertos en los canales de desagüe.

Para resolver este problema, el IAD elaboró, de manera ejecutiva, una licitación en la que participaron empresas encargadas de estas labores, pero también concursó la empresa de reconstrucción que para entonces se había apoderado de algún equipo de trabajo.

Esta última, que para entonces había adquirido capacidad organizativa, presentó la cotización más baja y ganó la licitación.

A partir de este contrato, la empresa pudo intervenir con más fuerza e incluso pagar salarios competitivos. Tal fue el auge de este emprendimiento, que hasta tres mil personas asalariadas de la localidad pidieron incorporarse a las actividades.

Desde luego, no todos pudieron ser contratados, pero el espíritu de trabajo y la iniciativa mostrada determinaron que una vez terminados los trabajos la empresa de reconstrucción se transformara en una exitosa cooperativa de bienes y servicios que fue un elemento destacado dentro de la economía local durante más de un cuarto de siglo.

Aprendizaje. Pensamos que esta experiencia demuestra: a) Que solo una comunidad apoderada así como sanas e inteligentes políticas públicas, como la aplicada por el IAD, pueden sacar adelante a una comunidad postrada por un desastre de gran magnitud. b) Que la palanca que empodera a la comunidad es la capacidad organizativa, o vitamina “O”, y que esta capacidad se adquiere con un enfoque que coloque a las personas como eje en condiciones de autonomía real una vez que ha terminado el rescate.

Retomamos esta experiencia y la publicamos en este momento ya que puede ser de utilidad a quienes tienen a su cargo la reconstrucción de la región norte, y señalamos, de paso, que existen en el país más de 40 técnicos en desarrollo cooperativo comunitario formados en la metodología de capacitación masiva por el proyecto Germinadora, en el 2010, que pueden, con un entrenamiento adicional en desastres, aportar su capacidad de organización.

Miguel Sobrado es sociólogo y Hernán Mora es ingeniero agrónomo.