La irreversible integración centroamericana

Consolidar la integración centroamericana para una mejor inserción en el mundo globalizado

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De alguna forma u otra, la lógica de integrar unidades geográficas en unidades de mayor tamaño ha prevalecido en la historia de la humanidad. La misma lógica es válida para la integración centroamericana. Se basa en factores socioeconómicos y políticos apabullantes más que en romanticismos que, si bien pueden ser inspiradores, no son suficientes.

Cuando se suscribe el Protocolo de Tegucigalpa (PTgu) al Tratado de la Organización de los Estados Centroamericanos en diciembre de 1991, se hace un acto de fe en la integración para lograr los ideales consagrados en el mencionado protocolo' Paz, democracia, libertad y desarrollo para la Región Centroamericana, todos ideales íntimamente interconectados e interdependientes entre sí.

Así nace el Sistema de la Integración Centroamericana, el SICA, que implícitamente reconoce las dificultades para progresar e insertarse en la globalización de los Estados pequeños que, como los del SICA, aun unidos no pasan de equivaler a Perú, una economía si acaso de tamaño medio. Casos como el de Singapur o Suiza son contados y circunstanciales, inaplicables en nuestras latitudes.

No hay que ser brillante para darse cuenta de que por algo naciones que admiramos, como los EE. UU. y las europeas, han librado, en el caso de la primera, una guerra fratricida para mantener la unión nacional y, en el de las segundas, un esfuerzo supremo para consolidar su integración, venciendo la desconfianza y el rencor de cientos de años de cruentos conflictos. Para nosotros en Centroamérica, la tarea desde ese punto de vista es más fácil.

Son indiscutibles las sinergias que la integración es capaz de generar si se implementa bien y reconociendo, como lo hace el PTgu, su carácter integral/ holístico; no es posible pensar en integración comercial para negociar “hacia fuera” por ejemplo, sin pensar en una integración multidimensional. La integración comercial, y más ampliamente la Unión Económica, el objetivo a largo plazo, no se da puramente en un contexto economicista; hoy hasta los TLC tienen sus componentes ambiental y social.

Hoy en día la concepción sistémica –valga la redundancia– del SICA como reflejo de la afirmación anterior es reconocida internacionalmente como correcta y de vanguardia. Por cierto, son muchos los avances integracionistas en sectores ajenos a lo estrictamente comercial y varias las fructíferas coordinaciones intersectoriales de peso; muchas para ser mencionadas aquí. De la integración en el marco del SICA depende en mucho nuestro sector productivo y cada vez más nuestra sostenibilidad integral, en concordancia con la ALIDES, la estrategia de desarrollo regional con visión holística.

Cooperación política. En lo político se han alcanzado importantes niveles de cooperación, que se reflejan en acciones al interior de la Región y posiciones comunes en muchos foros internacionales, donde 8 países en bloque, por más pequeños que sean, unidos ya pesan. No es por casualidad la disposición de la Unión Europea de suscribir su primer Acuerdo de Asociación con una entidad multi- estadual, precisamente con el SICA. Se reconoce una voluntad de los países miembros del SICA por consolidarlo, a pesar de las piedras en el camino que a veces dificultan la marcha.

Los esquemas de integración norteamericanos y europeo se basan en marcos de acción política y legal consecuentes con su circunstancia y aspiraciones. En ambos casos es evidente el compromiso estratégico de Estado con el proceso de integración, que trasciende a los Gobiernos de turno. Se trata de un compromiso que no es ni antojadizo ni gracioso; es uno que parte de la convicción de que sin integración el progreso sostenible y multidimensional, sería al menos mucho más difícil de lograr.

Es un compromiso que trasciende la política partidista local y los vaivenes de corto plazo, que algunas veces generan la impresión errada de que la integración es reversible. Es un compromiso que exige cierto grado de audacia y manejo del riesgo.

Los países del SICA han aprendido de esos esquemas y lo siguen haciendo, animados ahora por su propia experiencia.

Conviene, como lo han hecho los europeos, trabajar el tema con un plan de ruta estratégico producto de profunda reflexión, así como a no caer en discusiones bizantinas sobre la viabilidad y vigencia del proceso integracionista, que como tal, tendrá sus altos y bajos, pero nunca la pérdida de su legitimidad y conveniencia.

Es más productivo dirigir el debate hacia el perfeccionamiento, aceptando que lo perfecto es enemigo de lo bueno.