La importancia de la política

En vez de despreciar la política y a quienes se involucran en ella, debemos participar

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La calidad de nuestra clase política se ha venido deteriorando a paso galopante, con honrosas excepciones, claro está. La calidad del debate en la Asamblea Legislativa también ha decaído visiblemente. Actos de corrupción, chambonadas, incapacidad de decisión y de ejecución tienen al país parqueado en un mismo punto desde hace largo tiempo.

Tomo otra vez prestada una metáfora de mi amigo Leonardo Morales: llevamos años pedaleando en una bicicleta estacionaria. Cuando se pedalea en ellas se gasta montones de energía, pero no se avanza, no se llega a ningún lado. Es decir, dilapidamos millones de recursos en improvisaciones, planes fallidos, proyectos cuestionables, arreglos mal hechos que hay que corregir una y otra vez, y en un esquema de prioridades que no resuelve los asuntos verdaderamente medulares para el desarrollo.

Este fenómeno no es exclusivo de Costa Rica. Steve Jarding, consultor político internacional y profesor laureado de Harvard, dice que el trabajo de gobernar en una democracia —gobierno en sentido amplio que abarca al Ejecutivo y al Legislativo— es el más difícil de todos; mucho más que gobernar en cualquier otro tipo de sistema.

Lo que está dañado, agrega, no es el sistema, sino la calidad de quienes están gobernando, a pesar de que la humanidad nunca había contado con tanto conocimiento y con tantas personas con acceso al conocimiento.

Crítica. Por otra parte, los medios, y los mismos ciudadanos, hemos hecho de la política el blanco preferido de crítica permanente y a veces a la ligera. Trabajar en política se ha vuelto casi deshonroso, a pesar de que es la labor llamada a ser la más noble.

Cada vez menos gente preparada quiere correr el riesgo de postularse para un puesto de elección popular o de asumir algún cargo de gobierno que acarree visibilidad y toma de decisiones —cargos que son, por cierto, los peor pagados de la Administración Pública—. En las actuales circunstancias no hay sacrificio más loable ni más devaluado que el de participar en política y hacerlo bien.

Ese círculo vicioso no se rompe fácilmente, pero no es tarea imposible. Requiere, entre otras cosas, visión a largo plazo y alta dosis de responsabilidad política y cívica. La responsabilidad política empieza en los partidos: deben actuar con seriedad; definir bien sus fundamentos ideológicos y asegurarse de que sus militantes los comprenden y los comparten; deben capacitar a fondo a quienes proponen para cargos de elección, no vender estos al mejor postor.

Los partidos son los operadores naturales del juego político, pero están corroídos por intereses cortoplacistas, por rencillas personales y competencias de ego. Algunos son un negocio. No debe extrañarles que tanta gente hable de que se permitan postulaciones personales fuera de los partidos.

Civismo. La responsabilidad cívica nos compete a los ciudadanos. Debemos pasar de la crítica destructiva al compromiso, a la propuesta y a la acción. No basta con ir a votar cada cuatro años o protestar porque no nos gusta nadie. Los mismos de siempre, se dice con desprecio. ¿Y qué hacemos para cambiar eso? Es fácil sentarse en la cómoda poltrona del que dicta cátedra sin ensuciarse las manos.

Asimismo, actuar como si se pudiera prescindir de la política y de los políticos, como si se pudiera vivir en una burbuja independiente, es iluso e irresponsable.

Hay muchas formas de generar los cambios que queremos. Hay que informarse con profundidad, de fuentes serias y responsables. Luego escoger la causa que más nos interesa; puede ser educación, infraestructura, medioambiente, economía, ataque a la pobreza, cultura, etc.

Lo siguiente es actuar, y para ello también hay varias vías. Pero involucrarnos no significa que los cambios sucederán rápido ni que el camino es fácil.

En mi caso, hace años me interesé por el tema de la calidad en la representación política. Por eso me uní en el 2012 a la Asociación Poder Ciudadano ¡YA! Empezamos por estudiar sobre representación política y sistemas electorales, porque consideramos que la política es el eje rector del desarrollo.

Nuestro trabajo desembocó en una propuesta de reforma del modelo de elección de diputados, precisamente porque creemos que es urgente que estemos mejor representados en la Asamblea Legislativa. Han pasado cinco años y el proyecto de ley no ha sido aprobado; pero hoy más que nunca los hechos confirman que la reforma es necesaria.

Ciertamente es deseable y necesario que existan organizaciones cívicas, filantrópicas, ONG, iglesias, centros de pensamiento, asociaciones y fundaciones, acciones de responsabilidad social empresarial, y todo tipo de entes que aborden y colaboren en la solución de los múltiples problemas que enfrenta cualquier sociedad. Y participar en esos entes es admirable y responsable. Pero a menos que esas acciones se conjuguen o articulen de algún modo con la gestión gubernamental y el diseño de políticas públicas, el impacto será insuficiente.

Desde lo político. Solo desde la esfera del poder político se pueden tomar las medidas determinantes del progreso, el estancamiento o el retroceso de un país. Solo el gobierno tiene el poder, los recursos, la institucionalidad, la capacidad logística y el personal suficiente para acometer y resolver los retos fundamentales de una nación.

Entonces, en vez de despreciar la política y a quienes se involucran en ella, debemos interesarnos más y a todo nivel, y comprometerse en la medida que a cada quien le permitan sus circunstancias. Solo así mejorará la política. Solo así saldrá Costa Rica adelante.