La Iglesia Católica debe explicaciones

Tenemos derecho a conocer la verdad sobre el capital de la Iglesia Católica en Costa Rica

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El interesante seguimiento que La Nación ha hecho de las inversiones y negocios de la cúpula de la Iglesia Católica costarricense es, por mucho, un ejercicio de libertad de expresión responsable y deber periodístico que todos los ticos debemos agradecer, al margen que nuestra posición sea de desconfianza o credulidad pura en los señores de la Iglesia.

Se debe agradecer, pese a que muchos, como fervientes católicos, piensen que se está cometiendo una injusticia, que se está atacando a sus líderes. Nada más lejos de la realidad. Son necesarias y saludables este tipo de informaciones, que no juzgan ni acusan a nadie; simplemente, hacen del conocimiento público hechos reales y concretos, probados y sustentados en una investigación seria.

Aclaraciones. Tendrán que ser Hugo Barrantes y los otros obispos los que aclaren las dudas y dejen sin mancha su reputación y la de la Iglesia que representan, la cual, definitivamente, pasa por su peor crisis, no porque los hechos de los que se le acusa en todo el mundo sean nuevos, sino porque ahora no hay temor a excomuniones por denunciarlo. Es ahí donde la valentía de hacer públicos estos hechos toma valor. Si no se hubiese iniciado así, hoy seguiríamos en el oscurantismo de la injusticia y la abominación a la que fue sometida la humanidad por siglos en nombre de Dios.

Como católico bautizado y expracticante de la fe católica, tengo el derecho, como tantos cientos de miles de costarricenses, de pedirle cuentas a la cúpula de la Iglesia Católica. Tenemos ese derecho, porque fuimos, y otros siguen siendo, seguidores de una Iglesia que entrega a sus sacerdotes, por extensión, la bandera de la honestidad, la transparencia, la rectitud, la virtud y casi santidad, como características intrínsecas de la Iglesia Romana.

No es justo, monseñores Hugo Barrantes, Ulloa y San Casimiro, valerse de excusas para no responderle al medio de comunicación que, sin ninguna tendencia en su información, pregunta lo que muchos queremos saber; y lo que queremos saber, es que, con la verdad obligada que les demanda su investidura, digan lo cierto, que no se nieguen a hablar, que no se valgan de un proceso judicial que respetar para postergar las explicaciones, pues si el caso no llega a juicio –algo que muchos desean– las dudas siempre quedarán. No se vale cobijarse en argumentos legales simplones y cajoneros para no decir lo que su obligación moral como líderes religiosos les obliga.

Esto, señores sacerdotes, no es un tema legal ni financiero; este es un tema moral que debe aclararse ya. Flaco favor se hacen a ustedes mismos con no sentarse frente a los medios de comunicación y someterse a un interrogatorio respetuoso donde ustedes, partiendo del hecho de su inocencia, sin ambages, procedan a responder con la verdad cada pregunta que les haga. Eso ustedes se lo deben a todos esos católicos que siguen creyendo que ustedes son honestos; son ustedes quienes deben probar que efectivamente no tienen nada que ocultar.

Respuesta de la Fiscalía. Pero, la respetuosa llamada de atención va también para los fiscales del Poder Judicial a cargo de este caso. Ya son más de dos años sin que las pesquisas los hagan tomar una decisión de si solicitan la apertura a juicio contra los obispos o desestiman la causa. La falta de determinación en el tema genera igualmente en la opinión pública incomodidad, incertidumbre y desconfianza.

El argumento respecto a que es un caso complejo, para un neófito en la materia, como yo, tiene poca validez para justificar la tardanza, pues un medio de comunicación ha publicado pruebas irrefutables para que el caso se ponga en manos de un juez que valore si hay sustento para un juicio en el que un tribunal decida, como se hace contra cualquier sospechoso de cometer un delito, si esas personas son inocentes o culpables.

No debería existir ninguna excepción ni ningún trato diferenciado ni temor a castigos divinos por poner a valoración de un tribunal de la República si los líderes de la Iglesia Católica han cometidos delitos.

Si, por alguna razón, este caso nunca se llegase a ventilar en los tribunales, pues será ante su Dios que estos señores tendrán que dar cuentas y ahí sí se sabrá la verdad. Lo penoso es que, cuando esto suceda, nosotros, los que hoy tenemos las dudas, no lo podremos ver; además del riesgo de que el bendito “juicio final” no exista o nunca llegue.