La hipocresía de los antipetróleo

El alto costo de la energía nos ha quitado la ventaja que en otros tiempos disfrutamos

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Siempre me ha deleitado leer al Ing. Rolando Portilla y hasta he llegado a coincidir con sus enfoques, como fue en el caso de su oposición a la prospección geotérmica en el Parque Nacional Rincón de la Vieja. En esta ocasión tengo que expresar mi más férrea discrepancia con su último escrito (“Petrolizar es el camino equivocado”, La Nación, 23 de junio del 2017). Los cambios tecnológicos en energía no se dan por decreto o por prédicas de fe religiosa.

La gran revolución energética se inicia con la invención de la máquina de vapor; o sea, con el simple calentamiento del agua. Los primeros trenes y vapores ingleses funcionaron con la quema de carbón. Posteriormente, evolucionaron al diésel y luego a la electricidad. Los grandes barcos ahora se mueven con turbinas de gas natural y los buques de guerra, con reactores nucleares.

La fuerza fundamental del cambio ha sido la economía del combustible utilizado y la autonomía que brinda. En aviación, el combustible no ha cambiado en casi un siglo, sigue siendo un cada día mejor keroseno.

El futuro del automóvil sigue siendo una disputa entre las tecnologías del gas natural, la electricidad o el hidrógeno. Si bien el motor eléctrico es el más eficiente en conversión de energía, su método de almacenamiento de la electricidad sigue siendo caro, primitivo y poco eficiente.

Ningún país del mundo se ha propuesto la desaparición del motor de combustión interna a corto plazo, y menos con el objetivo de ganarse el galardón mundial de ser el primero en el planeta en lograrlo. Sin embargo, todos están cambiando paulatinamente sus consumos petroleros por renovables, con un fuerte incremento en el uso del gas natural que no es un combustible fósil, sino un producto inmediato a causa de la descomposición anaeróbica de la vida vegetal en todo el planeta. Reportes mundiales anuales como el EY USA Investment Monitor y el World Energy Issues Monitor así lo confirman.

Energía renovable. La electricidad de Costa Rica fue durante varias décadas producida 100% con base en hidrolectricidad, el recurso energético renovable con el que más disponemos. En esa época, la economía tica ganó competitividad por disponer de energía eléctrica de bajo costo.

Hoy, el país se ufana de producir su electricidad nuevamente con el 100% de recursos renovables, aunque se nos olvida que vivimos un periodo de varias décadas en el cual el ICE fue el principal cliente de Recope en la compra de búnker para plantas térmicas y de diésel para la maquinaria de construcción de sus represas hidroeléctricas, y que ahora las tarifas eléctricas hacen incosteable la cocina eléctrica en hogares y restaurantes, y el aire acondicionado en hoteles y oficinas.

Tarifas caras. El alto costo de la energía en Costa Rica nos ha quitado la ventaja productiva competitiva que en otros tiempos disfrutamos. Los hogares más pobres están forzados a cocinar con propano, pues con electricidad sería carísimo.

El medio millón de motociclistas que ya circulan en nuestras calles se ganan la vida a diario con un insumo de mil colones diarios en combustible. El ICE planea hacer una nueva represa en Diquís y gastar por lo menos mil millones de dólares en diésel durante cinco años, para las máquinas que construirán la obra.

Ante esa cruda realidad petrolera de corto plazo, voces como la del Ing. Portilla solo ayudan a crear mayor confusión en nuestra población, en vez de proponer los cambios tarifarios eléctricos para volver a estimular la cocina eléctrica al más bajo costo y hacer posible la supereconómica recarga del motor automotor eléctrico a la vuelta de pocos años, y no digamos a obtener el compromiso del ICE para solamente utilizar maquinaria eléctrica en la próxima construcción de la represa del Diquís.

A esa actitud yo la elogiaría como “a Dios rogando y con el mazo dando”. A la tozuda prédica tica antipetróleo la defino como un capricho ambientalista sin fundamento alguno, en contra de las tendencias mundiales, y rayando en una burda hipocresía, pues prefieren primero salvar al planeta que a la población costarricense de la pobreza en que ha sido ahogada.

El autor es ingeniero.