La guerra en Gaza se globaliza

Lanzar un ataque desde territorio iraní, en lugar de hacerlo por alguna de las organizaciones militantes intermedias, es invitar a las represalias sobre el país mismo

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Tras el ataque iraní con drones y misiles sobre Israel la noche del 13 de abril, la guerra en Oriente Próximo adquirió una nueva dimensión.

Durante años, el conflicto entre Irán e Israel había sido una “guerra en la sombra” en la que ambos bandos evitaban ataques militares directos en territorio del otro. En su lugar, el conflicto llegaba subrepticiamente a las calles de Teherán con asesinatos de científicos e ingenieros nucleares iraníes y en áreas asoladas por la guerra, como Siria, el Líbano, Yemen y Gaza.

En estos puntos calientes, el llamado Eje de la Resistencia —compuesto por Hizbulá (en el Líbano), Hamás (en Gaza) y los hutíes (en Yemen)— recibe un amplio apoyo en la forma de dinero, armamento y entrenamiento iraníes.

La actual guerra comenzó el 7 de octubre del 2023, cuando Hamás lanzó un ataque sobre Israel, que se cobró 1.200 vidas y 253 personas fueron tomadas de rehenes. Pronto Israel contraatacó y desde entonces la guerra en Gaza ha estado activa. Como resultado de la campaña de las Fuerzas de Defensa de Israel para eliminar a Hamás de una vez por todas, han muerto más de 30.000 palestinos, según datos proporcionados por el Ministerio de Salud bajo control de Hamás, y el enclave ha sido prácticamente demolido.

A pesar de estos horrores y de las apabullantes condiciones en Gaza, la guerra es el capítulo más reciente de un sangriento conflicto en que israelíes y palestinos han estado trabados por el mismo territorio en los casi últimos 80 años.

Invitación a las represalias

En contraste, el ataque directo de Irán a Israel representa algo nuevo. Lanzar un ataque desde territorio iraní, en lugar de hacerlo por alguna de las organizaciones militantes intermedias, es invitar a las represalias sobre el país mismo.

El régimen iraní debe sentirse muy seguro de sí, o está bajo una enorme presión para demostrar su fuerza, incluso si eso significa una “guerra abierta” no solo con Israel, sino con los Estados Unidos.

El activador inmediato fue el golpe israelí del 1.° de abril al edificio del consulado iraní junto a la Embajada de Irán en Damasco, en el que murieron varios miembros del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán, incluidos dos comandantes de alto rango. Si bien difícilmente estas hayan sido las primeras víctima de la “guerra en las sombras” en Siria y el Líbano, las autoridades iraníes esta vez se sintieron motivadas a responder.

Es cierto que Irán supuestamente avisó a EE. UU. por canales informales que su contraataque era inminente, por lo que nadie se sorprendió cuando ocurrió. De todos modos, las implicaciones de la medida son profundas. La guerra ya no es una entre Israel y los palestinos sobre una franja de territorio; ahora se ha regionalizado, o incluso globalizado.

Acechando ominosamente en el trasfondo del escenario está la amenaza potencial que plantea el programa nuclear iraní. Dados los últimos sucesos, esta amenaza existencial a Israel se vuelve cada día menos hipotética. ¿Dará Irán los últimos pasos para cruzar el umbral nuclear, y esa mera posibilidad aumentará las probabilidades de una guerra con Israel y los EE. UU.? Esa es la gran pregunta para toda la región.

Más aún, sabemos que los planes de Irán van más allá de lograr el predominio regional. El régimen vería con agrado el reemplazo del orden internacional encabezado por EE. UU. por un sistema más multipolar en el que compitan las potencias grandes y emergentes.

Para tener una posición de solidez en este nuevo orden internacional se necesitarán armas nucleares, tecnología de avanzada y el fin del aislamiento económico que implican las amplias sanciones de Occidente. Todo esto parece a su alcance mediante la profundización de las relaciones con China, Rusia y partes del llamado sur global.

Debilidad interna de Irán

Los teócratas de Irán saben que su posición es frágil dentro del país. Las manifestaciones de gran escala lideradas por mujeres, jóvenes y minorías étnicas (por ej., en Kurdistán y Beluchistán) han desacreditado el régimen, así como la rampante corrupción de la élite gobernante.

Los envejecidos gobernantes ya no tienen ninguna legitimidad y meramente se sostienen por medio de la represión directa. Pero aunque confiar en las porras y las balas puede funcionar por un tiempo, difícilmente sea una receta para el éxito a largo plazo.

Sin embargo, la situación es completamente diferente en términos geopolíticos. El régimen teocrático iraní se encuentra entre los grandes ganadores de la transición hacia un orden mundial no liderado por los estadounidenses.

Según la Agencia Internacional de Energía Atómica, el programa nuclear de Irán ha avanzado más que nunca y ha llegado al umbral de enriquecer suficiente uranio apto para uso militar. También habría que suponer que el país cuenta con los conocimientos tecnológicos para construir una cabeza nuclear y los sistemas para lanzarla.

En un paisaje político cada vez más favorable, el matrimonio de conveniencia de Irán con Rusia y China resulta de importancia capital, no en menor medida porque permitirá al régimen escapar a décadas de aislamiento internacional. A medida que las potencias nuevas y emergentes busquen desarrollar nuevas estructuras multilaterales más allá de la hegemonía occidental, es casi inevitable que Irán se beneficie.

La guerra en Oriente Próximo se debe entender en este contexto mayor, que también incluye a Ucrania y Taiwán. Estamos siendo testigos de iniciativas cada vez más osadas y ambiciosas para derribar el viejo orden occidental por cualquier medio necesario, incluso la guerra directa.

Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y el 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

© Project Syndicate 1995–2024