La frivolidad ambiente

El arte permite metáforas y ficciones, pero estas deben procurar el respeto a los individuos

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En 1938, mi madre participó en un concurso de ensayo, celebrado para conmemorar el cincuentenario de la fundación del Colegio Superior de Señoritas, donde había cursado sus estudios secundarios.

Bajo el tema “medios que usted sugiere al colegio para librar a la mujer costarricense de la frivolidad ambiente”, y con 22 años de edad, Yolanda Oreamuno concibió un escrito precursor de los derechos de la mujer, que a través del tiempo se ha convertido en un referente nacional.

Tras su publicación en el célebre Repertorio Americano –dirigido por el maestro Joaquín García Monge–, este texto se ha conocido con el nombre de ¿Qué hora es?, debido a que fue incluido en una sección con ese nombre.

Con valentía, sus palabras señalan errores en la formación de la mujer, a la que se le hace “creer que su único destino está en el matrimonio”, y en un “feminismo que busca reivindicaciones 'políticas', sin haber conseguido otro éxito que el de ponernos tacones bajos y el de cortarnos el pelo”.

Luego de 78 años de este certamen, y para honrar el buen nombre que su empeño y el reconocimiento literario han dado a mi progenitora, debo retomar el asunto de la frivolidad ambiente, desde otros de sus matices: la morbosidad y el choteo.

Conforme el talento de Yolanda Oreamuno ha sido redescubierto, se ha ido creando un mito, una leyenda que más parece presentarnos una película de Hollywood que su trayectoria como escritora.

De esta manera, cualquier acontecimiento en la vida de mi madre se tergiversa y maximiza, y se le otorga grandes proporciones de invención, que irrespeta su derecho y el mío como su hijo, a la intimidad, a la privacidad.

Decepción. Con mucho entusiasmo y agradecimiento he participado en la mayoría de homenajes que se le han rendido en ocasión del centenario de su nacimiento. El pasado 21 de junio asistí, con igual ánimo, a un espectáculo de danza que se presentaba en el Teatro Nacional.

Decepcionado, pude constatar que la única presencia de Yolanda en la obra era su nombre, el guion mostraba una ficción absurda en relación con su existencia y no incluía nada relacionado con las cuatro obras de la autora que menciona el artículo de La Nación, cuando anuncia la presentación del Grupo Andanza en su sección Viva del 20 de Junio.

Mediante este espectáculo, la frivolidad ambiente pretendía opacar los incuestionables atributos creativos de Yolanda, a través de una interpretación morbosa y deliberada de algunos pasajes de su vida y el choteo hacia ella y personas con las cuales convivió, sin tener como base ningún fundamento real.

El arte permite metáforas y ficciones, pero estas deben procurar el respeto a los individuos si son tratados como personajes para construir una trama. A nadie puede agradarle ver retratados a miembros de su familia de manera sobredimensionada y contraria a la realidad.

Custodio. Como hijo hago pública mi inmensa gratitud hacia quienes han honrado el nombre de mi madre, en todas las manifestaciones artísticas.

Pero, en igual condición, debo asumir como custodio de sus derechos patrimoniales el deber de velar para que su legado, que tanto trabajo significó, sea respetado, así como su nombre, protegidos del arma blanca del choteo –según sus palabras– y de la irracional necesidad de morbo con que algunos se complacen y otros, amparados en el arte o en la libertad de expresión.

El autor es empresario.