La estrategia educativa para el 2030

Como dice un antiguo proverbio africano, si educas a una niña, educas a todo un país

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LONDRES – Cuando visité el campo de refugiados Zaatari en Jordania a principios de este año, conocí niños que me contaron qué significa para ellos la educación. Para los jóvenes sirios que fueron obligados a abandonar sus hogares y perdieron todo, la educación va más allá de un título o las notas en los exámenes, encarna su esperanza para el futuro.

Niños como los de Zaatari y millones más en todo el mundo son fundamentales en el trabajo de la Comisión Internacional sobre la Financiación de las Oportunidades para la Educación Mundial, a la que me sumé el pasado setiembre. Esta comisión está dedicada al cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, que busca, para el 2030, “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”.

Este objetivo todavía es una posibilidad lejana para demasiados niños. Con tantos temas de desarrollo que requieren nuestra atención, los responsables de las políticas deben tener en mente que la educación no es solo un bien en sí mismo, sino también un catalizador para muchos otros beneficios del desarrollo.

Como dice un antiguo proverbio africano, si educas a una niña, educas a todo un país. Garantizar el acceso a la educación de calidad para los niños –y especialmente para las niñas– llevará a menos matrimonios infantiles y menos trabajo y explotación infantil. Y la educación genera beneficios sociales a largo plazo: más allá de una mayor participación política, los niños capacitados aportan capital intelectual y buscan oportunidades empresariales cuando crecen, impulsando el crecimiento económico.

Para atender al desafío de la educación hay que partir de dos principios incorporados en el objetivo.

En primer lugar, “para todos” significa que debemos centrarnos en los niños que fueron dejados de lado. Millones de niños no asisten a la escuela o reciben una educación insuficiente debido a quienes son o donde viven. Según el Alto Comisionado para Refugiados de la ONU (Acnur), es cinco veces más probable que los niños refugiados no asistan a la escuela que otros niños en los países de los que han sido desplazados. Y en todos los países africanos, excepto en dos, continúa siendo menos probable que las niñas completen su educación primaria que los varones. Llevar esos chicos a la escuela requerirá nuevos enfoques que se ocupen directamente de su exclusión y logren que la escolaridad sea verdaderamente accesible y relevante.

En segundo lugar, la “calidad”: la educación debe ser eficaz, para que los niños verdaderamente aprendan. Para los 61 millones de niños que no asisten a la escuela primaria, la educación formal está fuera de su alcance. Pero igual urgencia tiene que un tercio de los niños en edad de asistir a la escuela primaria –250 millones– no están aprendiendo lo básico, según el Informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) de Seguimiento de la Educación en el Mundo. La mitad de esos niños ha asistido a la escuela durante al menos cuatro años. Debemos ocuparnos de las barreras al aprendizaje tanto en el aula como en el hogar mejorando la calidad de la enseñanza y las condiciones en el aula, y enseñando los padres como pueden apoyar la educación de sus niños.

Para defender esos dos principios hará falta una mayor inversión. El año pasado, la Unesco calculó que los gobiernos deben duplicar el gasto educativo en términos de su participación en el ingreso nacional para alcanzar los objetivos del 2030. Esto requerirá mayores ingresos fiscales y esfuerzos más sólidos para recaudar lo adeudado. También es necesario que los donantes cumplan sus compromisos de asistencia y concentren la ayuda con mayor eficacia. Por ejemplo, menos de un tercio de la asistencia para la educación va al África, aun cuando la región representa casi dos tercios de los niños que no asisten a la escuela. Además, en la actualidad los presupuestos educativos suelen ser regresivos: casi la mitad del gasto de los países más pobres se asigna al 10% de la población más educada.

Solucionar el problema de la inversión educativa requiere acciones en dos áreas clave.

En primer lugar, necesitamos financiamiento equitativo, con más inversión en el cuidado y el desarrollo de la infancia temprana, donde los beneficios potenciales son mayores. Los presupuestos se deben centrar en los niños más excluidos y la educación primaria debe ser libre en el lugar de uso, para que todos los niños puedan aprender. También necesitamos con urgencia aumentar la transparencia y la responsabilidad para que los presupuestos sean visibles y las comunidades puedan decidir sobre la gobernanza escolar.

En segundo lugar, tenemos que fortalecer los sistemas educativos locales para que los gobiernos se perciban a sí mismos como garantes de las escuelas accesibles y de calidad para sus ciudadanos, en vez de abdicar esa función en agencias externas de desarrollo. En especial, debemos impulsar las asociaciones entre el gobierno y las empresas para desarrollar recursos locales para la educación, y eliminar los flujos ilícitos de capitales que privan a los gobiernos de los medios para financiarlos, como la evasión fiscal y el lavado de dinero internacional.

Con esas prioridades en mente, la Comisión de Educación entregará sus recomendaciones en la Asamblea General de la ONU el 18 de setiembre, momento en que el secretario general las recibirá y actuará de acuerdo con ellas. La comisión educativa habrá tenido éxito si logramos aprovechar el financiamiento y la voluntad política para garantizar que cada niño aprenda, independientemente de su ingreso, localización o situación social. Nuestro trabajo no habrá terminado hasta que eso ocurra.

Helle Thorning-Schmidt, ex primera ministra de Dinamarca, es directora ejecutiva de Save the Children y comisionada para la Comisión Internacional sobre la Financiación de las Oportunidades para la Educación Mundial. © Project Syndicate 1995–2016