La esposa de Jesús

La idea de asociar a Jesús con una amante o esposa no es nueva

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En La Nación del jueves 20 de setiembre de 2012, página 20A, apareció una noticia titulada “Papiro del siglo IV sugiere que Jesús tuvo una esposa”. La misma difunde la idea sobre el descubrimiento de un nuevo papiro copto del siglo IV, de 4 x 8 centímetros con 8 líneas visibles. (Ya circula una posible traducción del papiro). En la línea 4 se lee: “mi mujer (')” ‘ta hime’, en copto dicho por Jesús; sin embargo, la traducción completa del papiro resulta arriesgada porque es de difícil lectura.

La importancia dada a este papiro a nivel internacional es exagerada, puesto que no hay evidencia que favorezca la idea de que el fragmento perteneció a un documento del siglo II escrito en griego y luego traducido al copto. Hasta la fecha, los textos gnósticos de Nag Hammadi (próxima a la antigua Luxor, en el curso del río Nilo, y hallados por casualidad a finales de 1945) son uno de los tesoros mayores de occidente (el otro tesoro es Qumrán o Manuscritos del mar Muerto, en 1947).

Los primeros siglos del cristianismo estuvieron marcados por un espíritu de apertura que permitió el florecimiento de varias escuelas que pretendieron armonizar las especulaciones filosóficas con las verdades cristianas. Los gnósticos (del griego “gnosis” o ‘conocimiento’, de donde les viene su nombre por dedicarse a la ‘alta especulación’) tomaron de las Escrituras lo que les parecía y acomodaron muchas de las enseñanzas a sus ideas.

El punto central de la doctrina es la afirmación de un Dios trascendente y, por otro, la materia determinada como principio del mal. Además sostenían la existencia de seres intermedios, seres emanados del Ser supremo, llamados “eones”, estos principios eternos, producidos desde la eternidad, formaban con el Ser el Reino de la Luz. Un “eón” vino al mundo, un demiurgo (Cristo), contrincante de Dios (el Dios del Antiguo Testamento), a rescatar las almas de los hombres del encierro en la materia. Este “eón” divino (Cristo) no toma verdadero cuerpo (pues la materia es esencialmente mala) y no redime a través del sacrificio de la cruz, sino enseñando el conocimiento verdadero con su ejemplo. No siendo su cuerpo verdadero, Cristo no sufrió ni, desde luego, se hizo merecedor de nada.

La idea de asociar a Jesús de Nazaret con una mujer como amante o esposa no es nueva en la historia del cristianismo. En los primeros siglos, los gnósticos habían sostenido ciertas afirmaciones en torno a la ‘peculiar’ relación de Jesús y María Magdalena. En los llamados evangelios gnósticos, se habla de María Magdalena al menos en 10 de ellos. El “Evangelio de Felipe” dice lo siguiente: “Eran tres, que acompañaban siempre al Señor: su madre María, la hermana de esta, y Magdalena, a la que se le llama su compañera. En efecto, María era su madre, su hermana y su consorte”. Y agrega: “La compañera de Cristo es María Magdalena. El Señor amaba a María Magdalena más que a todos los discípulos y la besaba en la boca repetidas veces.

Los discípulos le dijeron: ¿Por qué la amas más que a nosotros? El Salvador les respondió diciendo: ¿Cómo es posible que no os ame igual que a ella?”. Pero, según los gnósticos, el beso era la expresión de ese deseo y vínculo espiritual. Por eso se decía que el beso comunicaba el saber (gnosis). Uno se transformaba en el otro. Magdalena podría transmitir las enseñanzas del Maestro/Amado.

En el “Evangelio de María”, Pedro reconoce que Jesús ‘amaba’ a Magdalena de una manera diferente que a otras mujeres, considerándola digna y más que a los discípulos. Aquí el verbo ‘amar’ (en griego, ‘phileîn’ o ‘agapân’; en copto, ‘ouosh’) tiene el sentido de un amor intelectual revelado a los escogidos/as.

María Magdalena vivenció el amor espiritual y fue la discípula perfecta. En “Pistis Sophia” se la describe como una mujer pneumática, es decir, llena del Espíritu Santo y guiada por él. Sobre esto no hay novedad.

Tal vez lo que pretende la noticia sobre el papiro a manos de la Dra. Karen King, de la Facultad de Teología de Harvard, y publicada en un congreso de coptología en Roma, sea –arriesgándonos a decir algo sin condenar– llamar la atención respecto de que las mujeres también podrían edificar jerárquicamente la comunidad cristiana.