La era de los malos lectores

Cada vez más personas fallan en asimilar el texto o los textos que se les presentan en lo cotidiano y lo profesional

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El Octavo informe estado de la educación, publicado en el 2021, puso en el punto de mira los grandes retos a los que nos enfrentamos en el ámbito de la educación pública, la cual se ha caracterizado históricamente por ser un baluarte de nuestro Estado.

Como muchas personas, me considero un producto de la educación estatal; cursé desde el CEN-Cinái hasta la universidad.

Dentro de los puntos más alarmantes que fueron resaltados en el informe, está la comprensión de lectura o, mejor formulado, la incomprensión,que aqueja a nuestros jóvenes y a los no tan jóvenes, que se percibía desde el año 2009, es decir, mucho antes de la pandemia de covid-19, aunque sin duda la emergencia sanitaria agravó el problema.

Según el informe, un 74% de los estudiantes “apenas son capaces de ejecutar tareas elementales de lectura, como comprender el significado literal de oraciones o pasajes cortos, reconocer el tema principal o el propósito del autor en un texto sobre un tema familiar, hacer una conexión simple entre varias piezas de información adyacentes o entre la información dada y su propio conocimiento”.

Además, no pueden “seleccionar una página relevante de un pequeño conjunto basándose en indicaciones simples y ubicar una o más piezas independientes de información en textos breves”.

Se trata del reino de una lectura superficial de los textos, sin llegar a una interiorización del mensaje que se intenta transmitir. Cada vez más personas fallan en asimilar el texto o los textos que se les presentan en lo cotidiano y lo profesional.

La gravedad de esta situación trasciende la propagación de noticias falsas (fake news), lo cual ya es, en sí mismo, muy serio y podría desembocar incluso en ordalías posmodernas.

Por ejemplo, si bien las personas no necesariamente deben contar con conocimientos técnico-jurídicos para leer un contrato de cualquier naturaleza y existen profesionales capacitados para aclarar sus dudas, se debe poseer cierto grado de comprensión y entendimiento mínimo de los alcances de un instrumento legal y del idioma español en general, entre otras cosas, para proteger nuestros derechos del desequilibrio dentro de la relación contractual. Desgraciadamente, no estamos alcanzando siquiera ese mínimo.

Lo anterior es motivo de preocupación y, por qué no decirlo, de tristeza; sin embargo, no me causa sorpresa. Vivimos en la era de la infoxicación, término que fue acuñado por Alfons Cornella, y es el acrónimo de los términos información e intoxicación.

La premisa de la infoxicación parte de que nos encontramos “ahogados” en un mar de información, donde resulta imposible detallar y, menos aún profundizar, algún dato en específico con detenimiento antes de que nos llegue la próxima ola de datos.

A estas marejadas de información indiscriminada también se les conoce como comida rápida para el cerebro, porque nos llena, nos satisface momentáneamente; sin embargo; no proporciona ninguna sustancia ni se traduce en nutrientes a largo plazo.

¡La vida es demasiado corta! Demasiado corta para prestar atención a 140 caracteres de un tuit o leer el contenido de la noticia. Realmente corta para dedicar tiempo a un video de más de un minuto.

Es posible ver este fenómeno todos los días en las redes sociales: una persona intenta vender un par de zapatos, indica precio, color, talla y demás. El primer comentario en la publicación siempre será “¿precio?”. Algunos ni se molestan en leer para comprender, porque les llegará una versión masticada de la información, porque alguien la habrá digerido ya por ellos.

Aun así, no pierdo la esperanza. La curiosidad científica, en el más amplio sentido de la frase, es la que nos lleva a investigar, abrir un libro y descubrir el mundo que se nos presenta. Tal vez este sea el mensaje optimista: ¡No deje que le cuenten! ¡Sumérjase en el texto!

monserrat.fallas@gmail.com

La autora es abogada.