La encrucijada del ministro de Ambiente

¿Fue hipócrita el ministro de Ambiente cuando prometió el primero de mayo del 2014 que iba a ver el bosque y no los árboles?

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El 1.° de diciembre del 2014 el ministro de Ambiente y Energía (Minae), Edgar Gutiérrez, concedió una entrevista a la periodista Michelle Soto, titulada “Vamos a estar viendo el bosque y no los árboles”. Allí, el recién nombrado jerarca esbozó los lineamientos generales de su gestión al frente de este importantísimo ministerio. Una de las figuras que utilizó llamó poderosamente mi atención.

Dijo don Edgar: “En los últimos 30 años, este país ha tratado –algunas veces por presiones de grupos económicos y otras veces por incapacidad de gobernar– de jugar un partido de fútbol en una cancha de baloncesto con una bola de pimpón y, para peores, en lugar de un árbitro de fútbol lo que tiene es un umpire”. Cuando lo leí, tuve un asomo de esperanza.

El texto denotaba claridad del problema y una pluma fina que, reconozco mi debilidad, siempre he apreciado. Seis meses antes de terminar su gestión al frente del Minae, estoy profundamente decepcionado. Lo que fue la cima es ahora la sima.

Los ejemplos de la mala gestión afloran por todas partes. Ni siquiera hay que escarbar mucho. Por eso, no quisiera enumerarlos, pues son numerosos y harto conocidos, sino, más bien, en un esfuerzo constructivo, voy a partir de una pregunta: ¿Por qué fracasó el ministro Gutiérrez?

Incertidumbre. ¿Fue hipócrita en aquel artículo del primero de mayo, es decir, iba con la clara intención de prometer a sabiendas que no podía cumplir? Creo que no. Me inclino a pensar que personas bien intencionadas como él, pero con escasa experiencia administrativa, se topan con mandos medios sumamente hábiles, con una gran mística y dedicación para mantener el statu quo que perpetúa sus beneficios, pero no aporta soluciones a los problemas más urgentes relacionados con las áreas protegidas y los parques nacionales.

De esa forma, cuando un ministro como don Edgar se percata a la mitad de su gestión que todo está peor, se da cuenta de que está en una encrucijada. La salida menos traumática es maquillar los resultados, un sendero mucho menos empedrado y espinoso que un enfrentamiento abierto con quienes construyeron espejismos en medio de un desierto estéril en resultados.

Esos funcionarios maniataron las buenas intenciones de don Edgar, y mientras pintaron bonito la carrocería del Ministerio, el motor, las llantas y los frenos agonizaban por el cáncer de la burocracia. Y don Edgar fue incapaz de deshacer el nudo, académico y no zorro viejo de la gestión pública, con visión, pero con cero capacidad de ejecución en un barco con marineros mañosos.

El ministro afirmó con orgullo que su vista se posó “en el bosque y no en los árboles”, pues para cuando finalmente se dio cuenta de que cada año los verdaderos árboles estaban sufriendo más, ya era demasiado tarde.

Quizás el bosque se vea mejor desde el aire y por eso don Edgar forma parte del pelotón de élite de ministros con más viajes al exterior.

Reconocimiento. Pero no quiero ser mezquino y no dar crédito a sus visionarias palabras de cambio inmortalizadas en aquel artículo en La Nación. Pero debo ensayar una nueva versión: “Ahora estamos jugando un partido de fútbol, en una mesa de pimpón con una bolincha, y, para peores, el árbitro fue nombrado por el gran enemigo de los parques y la conservación: la burocracia”.

Tampoco quiero terminar sin reconocer que, en la gestión pública, todavía quedan excelentes funcionarios comprometidos con el trabajo honesto y arduo para buscar formas concertadas de proteger nuestros parques nacionales.

Al próximo ministro de Ambiente… una doble dosis de coraje y maña, antes que los excelentes funcionarios que están en extinción desaparezcan.

El autor es empresario turístico.