La educación como antídoto frente a la radicalización

Estamos en una batalla por los corazones y las mentes que no se puede ganar por la vía militar

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DUBAI – Nadie que visite Oriente Medio puede pasar por alto la enorme brecha que allí hay entre las aspiraciones educacionales, empresariales y laborales de sus jóvenes y la cruda realidad que priva a tantos de ellos de acceder a un futuro positivo. De hecho, en la región la mitad de quienes tienen entre 18 y 25 años se encuentran sin empleo o subempleados.

Esta situación se ve agravada por la crisis global de refugiados, que ha desplazado a cerca de 30 millones de niños (seis millones desde Siria solamente), de los cuales muy pocos podrán regresar a sus hogares en edad de escolaridad.

No es de sorprender que el grupo que allí se conoce como el Dáesh (el Estado Islámico) crea que puede encontrar terreno fértil para el reclutamiento entre su enorme población de jóvenes desposeídos y desafectos.

Los propagandistas del Daesh usan las redes sociales como sus predecesores y contemporáneos extremistas han usado a veces las mezquitas: un espacio de radicalización. El grupo publica constantemente material que niega la posibilidad de coexistencia entre el islam y Occidente y llama a los jóvenes a hacer la yihad.

Los videos grotescamente violentos que produce generan una sacudida emocional, pero lo que realmente atrae a los jóvenes desafectos es la invitación a ser parte de un proyecto mayor que ellos mismos y las sociedades en que viven.

Shiraz Maher, del Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización (ICSR) del King´s College de Londres identifica rasgos comunes entre los reclutados: “santa indignación, rebeldía, la sensación de ser perseguidos y no querer resignarse a la situación en que viven”. Como concluye un estudio reciente de la Fundación Quilliam, el Dáesh saca provecho del deseo juvenil de ser parte de algo que merezca la pena: su mayor atractivo para los nuevos reclutas es el carácter utópico de la organización.

En vista de esto, pocos estarán en desacuerdo con que estamos en medio de una batalla generacional por los corazones y las mentes que no se puede ganar únicamente por la vía militar. Puede que con las armas se elimine a los principales líderes del Dáesh, pero necesitamos más que eso para convencer a cerca de 200 millones de jóvenes musulmanes de que el extremismo es un camino sin salida.

Hay muchos ejemplos de operaciones desapercibidas que apuntan a contrarrestar el extremismo en el subcontinente indio y Oriente Medio: revistas infantiles en Paquistán, videos para adolescentes en el norte de África, estaciones de radio en Oriente Medio, y libros y publicaciones opuestas a Al Qaeda. Pueden ser de ayuda para poner al descubierto la verdad de la vida en el Daesh (brutal, corrupta y propensa a purgas internas) de varias maneras; por ejemplo, poner la mirada sobre las deserciones. Como señala un informe de 2014: “la mera existencia de los desertores rompe la imagen de unidad y determinación que el grupo quiere transmitir”.

Pero tenemos que ser más ambiciosos si deseamos ganar la batalla de las ideas: es necesario sostener aquel espacio cultural que el Dáesh llama “la zona gris” y que se propone destruir; allí donde musulmanes y no musulmanes pueden coexistir, cooperar y descubrir sus valores en común. Peter Neumann, director del ICSR, ha propuesto un concurso de videos en YouTube que pongan al descubierto las carencias del Dáesh. “En poquísimo tiempo llegarían 5.000 vídeos. Habrá que descartar cuatro mil, pero los otros mil sí funcionarán… mil videos para contrarrestar su propaganda”.

Sin embargo, la mejor herramienta de largo plazo para combatir el extremismo es la educación. En Jaffa, Israel, una escuela a cargo de la Iglesia de Escocia muestra las virtudes de la tolerancia a niños musulmanes, judíos y cristianos. En el Líbano, a partir de los nueve años se enseña a niños suníes, chiíes y cristianos un currículo común que destaca la diversidad religiosa, incluido el “rechazo a todas forma de radicalismo y aislamiento religioso o sectario”. Además, el país ha puesto en funcionamiento dobles turnos en su sistema escolar para dar cabida a cerca de 200.000 niños refugiados procedentes de Siria.

Si el atribulado Líbano, plagado por la violencia sectaria y las fracturas religiosas, puede defender la coexistencia y dar a los refugiados sirios la oportunidad de estudiar, no hay razones para que otros países de la región no sigan su ejemplo.

La opción no puede ser más clara. Podemos asistir impávidos a que una nueva generación de jóvenes musulmanes con manejo de Internet reciba un aluvión de falsedades que les dicen que el islam no puede coexistir con Occidente, o reconocer que los jóvenes de Oriente Medio y el resto del mundo musulmán comparten las aspiraciones de sus coetáneos de cualquier otra parte del planeta.

Todo indica que los jóvenes de la región quieren educación, empleo y la oportunidad de aprovechar sus talentos al máximo. Nuestro propósito para el 2016 debería ser generar las condiciones para que esto ocurra.

Gordon Brown, ex primer ministro y ministro de Economía del Reino Unido, es enviado especial de las Naciones Unidas para Educación Global. © Project Syndicate 1995–2015