La diligencia

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“Contra pereza, diligencia”, me decía mi madre. Tenía claro qué era la pereza: la llevaba en la sangre, en las sábanas, en la perilla del televisor (sí, perilla) que me mantenía alejado de mis deberes. Pero la diligencia era una cosa extraña, no podía entender qué tenía que ver aquel carruaje de las películas de vaqueros con la pereza.

Se me ocurría pensar en una especie de atropello, como pasarle por encima con todo y caballos. Lo que reflejaba muy bien lo que sentía (y sigo sintiendo) cuando me pongo a hacer algo sin ganas.

La imagen no estaba tan lejos de la realidad. La diligencia no es un antídoto que elimine el desgano, sino que el sentido de la célebre frase se parece en algo a aquella que termina en “…darle prisa”. Es, al fin y al cabo, no una emoción, sino la decisión de hacerle frente a lo que no quiero.

La diligencia es como la prisa que llevaban aquellos carros para no quedarse más tiempo del necesario en medio de caminos desérticos o ser asaltados por malhechores. Si no le entramos pronto a esos asuntos tediosos o insalvables, irremediablemente nos asalta la pereza.

No postergar. Pienso en mucha gente que dejó la tesis “para luego”, aquel arreglo de la casa que quedó pendiente, esa maleta que jamás desempacamos. Lo que vamos postergando por los siglos de los siglos.

Y qué difícil es poner en marcha una carreta empantanada, con partes podridas o herrumbradas por desuso y con caballos macilentos. Es como tratar de poner a Costa Rica en movimiento: dejamos tantas cosas para luego, que ahora da pereza.

¿Qué hacer con esta modorra si no fuimos diligentes, si ya nos llevó la trampa? La verdad es que al diligente también le da pereza, pero eso no lo detiene. Igualmente, alguien con pereza puede hacer las cosas rápido (para salir del paso), pero mal.

Contra pereza, sentido. Es decir, para hacer lo que no queremos, y hacerlo bien, ocupamos encontrar un buen motivo, una posibilidad futura, pero alcanzable. ¿Para qué voy a hacer esto que no quiero? Simple, porque querés los resultados.

¡Qué pereza estudiar!; ¿no querés un buen trabajo? ¡Qué pereza trabajar!; ¿no querés comer? ¡Qué pereza entrarle a todos esos problemas que tiene el país y por los que hemos estado pateando el tarro por muchos años!; ¿queremos seguir igual?

¡Qué pereza viajar en diligencia! De solo imaginarme aquellos calores, los asientos incómodos y las horas interminables... Pero con todo y pereza, la gente se montaba en aquellos vehículos, porque tenían el firme propósito de llegar a algún sitio. ¿Le da pereza? A mí también, pero eso no nos excusa.