La dictadura del combustible fósil

Debemos abrir la ventana a las oportunidades que las fuentes alternas de energía nos conceden

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Costa Rica importó en el 2015 $1.214 millones en petróleo. En pocas palabras, cada mes los costarricenses sacamos de nuestros bolsillos unos $100 millones para adquirir combustible fósil costoso y altamente dañino. En los años que le antecedieron, la importación fue aún mayor: $2.105 millones en el 2014, $2.181 millones en el 2013, $2.175 millones en el 2012… En cuatro años, los costarricenses pagamos $7.675 millones para adquirir barriles de petróleo.

Somos prisioneros de esa tiránica dependencia a ese tipo de combustible, con el agravante de que, conforme consumimos barriles de “oro negro”, la salud del planeta empeora. Entonces, tenemos dos caminos: o nos resignamos a observar nuestra autodestrucción o como país tomamos la decisión valiente de acabar con esa tiranía. Como bien lo dijo hace poco el científico Franklin Chang, Costa Rica tiene suficiente energía para generar su propio combustible casero.

¿Qué ganamos con eso? Que en vez de que el dinero se escape mediante importaciones de petróleo, esos fondos se queden en nuestra economía. Por eso hay que dirigir la mirada a otras fuentes alternas menos contaminantes y a nuestro alcance.

Chang, el primer latinoamericano en viajar al espacio –orgullo de nuestra tierra–, predica con el ejemplo. Su empresa en Liberia, Ad Astra Rocket, opera con un 100% de energía solar y, a partir de junio, un autobús de esa firma circulará por las calles de Liberia con hidrógeno.

Cambio de paradigma. A veces nos cuesta entenderlo: tenemos que acelerar el cambio de paradigma para que, a más tardar en el 2026, nos liberemos de los combustibles fósiles. Hay que apoyar la búsqueda de formas novedosas –pero en especial amigables con el ambiente– para producir, a costos razonables, el combustible que demandarán las próximas generaciones.

Veámoslo de esta forma: en Costa Rica pagamos gasolina a un precio mayor que en países grandes y desarrollados como Taiwán, Australia, México, Nigeria y Rusia. Es más, pagamos el combustible más caro de Centroamérica.

Si queremos sacar al país del atasco vial, no solo es necesario chorrear cemento o asfalto para ampliar las vías. Toda solución vial pasa por una apuesta hacia energías limpias: trenes y tranvías eléctricos, buses y vehículos impulsados por hidrógeno…

Como un país comprometido con el ambiente, Costa Rica debe permanecer vigilante de esos avances tecnológicos y abrir la ventana a las oportunidades que las fuentes alternas de energía nos conceden. No podemos quedarnos rezagados, máxime con las riquezas naturales de las que disfrutamos: viento generoso, abundante sol, geotermia, biogás, olas espléndidas en ambas costas…

Otras fuentes. En el 2016, el 12,43% de la energía que consumió el país provino de la geotermia; el 10,65%, de las plantas eólicas; el 0,73%, de la biomasa; y un 0,01% de los paneles solares. Nos falta avanzar mucho más; conformarnos con poco sería un error imperdonable.

Bien hacen los países del Istmo en dirigir sus esfuerzos hacia esas vías, como lo ha hecho Nicaragua con el calor de sus volcanes y los desechos de ingenios, El Salvador y Panamá con sus proyectos eólicos, así como Honduras con su apuesta por proyectos de energía solar.

¿Y Costa Rica? O nos atrevemos a dar el paso definitivo o viviremos con la vergüenza de saber que pudimos haber dado un giro a la historia. Estamos para más; Costa Rica puede más.

El autor es presidente del PUSC.