La democracia española

Si el movimiento separatista catalán se mantiene, se llegará a consecuencias muy graves

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Se ha celebrado recientemente en España la era de la democracia (40 años) desde la muerte de Franco (1975) y la transición en 1978 en la reforma de la Constitución que admite partidos políticos y un régimen parlamentario prácticamente independiente de la monarquía.

Por mi conocimiento de la historia de España, cultivado de manera continua desde mi época de estudiante de filosofía y letras y filosofía románica en Madrid, puedo asegurar que el régimen democrático no es una forma de Estado que tenga afinidad profunda ni en el temperamento español ni con su gloriosa y milenaria historia. Pronto o tarde surgen los fenómenos políticos anómalos y la tendencia anárquica, que está siempre latente en su fuero interno y en su trasfondo psíquico.

En 1873, cuando se funda la primera república después del reinado transitorio de Amadeo de Saboya, en un corto período de un año tuvo cuatro presidentes, lo que evidencia la turbulencia anárquica.

Restaurada la monarquía borbónica en la proclamación en 1874 de Alfonso XII, mediante intervención militar del general Martínez Campos, se inicia un largo período de relativa calma por la gestión talentosa de dos grandes políticos, Cánovas y Sagasta.

Las tendencias conflictivas se mantienen latentes, pero vivas, hasta 1923 cuando fue derrocado Alfonso XIII e iniciado el período restaurador del general Primo de Rivera, que logró gran estabilidad y progreso hasta su dimisión en 1930.

Entonces vuelve a aparecer el fantasma maligno de la República, que se inicia en 1931 y en solo cinco años convierte a España en una anarquía y en un campamento contaminado del comunismo mundial, el terrorismo rojo y la tolerancia extrema por parte del gobierno. Aparece de nuevo, como en la primera república, el separatismo catalán secundado por el de Andalucía. En fin, guerra civil (1936-1939).

Paralelismo. En la actualidad, tenemos en España un panorama político casi idéntico, con los mismos fenómenos disidentes, antipatriotas, radicales. Es evidente también la flojedad del Estado, la escasa participación del rey como jefe de Estado, la fluctuación de decisiones del Poder Judicial y la llamada “prudencia” política, que al rebasar el límite se convierte en imprudencia.

Estimamos que si tal tolerancia ante el movimiento separatista catalán se mantiene, se llegará a consecuencias muy graves. Podríamos decir de manera analógica y eufemística que habrá gases lacrimógenos, para no decir más por ahora.

Queremos añadir en este breve análisis que es mala señal que el rey Felipe VI haya dicho hace poco que la guerra civil y la dictadura fueron una desgracia. Se le olvida que esa dictadura restauró la monarquía y Franco, en los umbrales de su muerte, se la entregó a su padre, de quien él la ha recibido por dimisión. Ninguno de los dos hubiera sido rey nunca sin esa decisión histórica.

El autor es filósofo.