La democracia es un ideal pero también es una tarea

Existe una correlación entre el desempeño moral de la ciudadanía y la salud de las instituciones

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Salimos de nuestros hogares y encontramos cada día a más personas que se acercan a nosotros. Tienen carencias. Son como faros en la oscuridad que nos iluminan porque despiertan en nosotros sentimientos cívicos como lo son la compasión, la vergüenza y la reverencia.

Requiere valor mirar el rostro de la pobreza, porque esa mirada exige una correspondencia. Me recuerda seis fundamentos de la moral que el psicólogo estadounidense Jonathan Haidt enumera en un artículo publicado en la revista Science: cuidado versus daño, honradez versus engaño, libertad versus opresión, lealtad versus traición, autoridad versus subversión y virtud versus degradación.

Dichos fundamentos morales se conquistan mediante comportamientos concretos. Se fortalecen con los buenos ejemplos. Ya lo advertía Aristóteles en Ética a Nicómaco cuando afirmaba que los legisladores hacen buenos a los ciudadanos cuando consiguen que adquieran ciertos hábitos mediante la práctica de las virtudes, en el desarrollo de hábitos honestos. ¿Están correspondiendo con su ejemplo? Los ciudadanos debemos dar un paso al frente. La democracia es un ideal pero también es una tarea. Una tarea de todos.

Existe una correlación entre el desempeño moral de la ciudadanía y la salud de las instituciones. Sin comportamientos íntegros no se comprende la justicia ni el honor. Se dice que el honor posibilita vidas significativas y proyectos de largo alcance. Hace de la dignidad un asunto público.

El filósofo Javier Gomá en Ejemplaridad pública afirma que las costumbres son el único instrumento social eficaz para garantizar una paideia, la transmisión de valores. Las buenas costumbres pueden lograr una integración de la ciudadanía en un mismo sentimiento mayoritario hacia el bien común.

¿Pueden nuestras leyes fortalecer los principios? Toquerville afirma en La democracia en América que “las leyes son siempre vacilantes en tanto no se apoyen en las costumbres; las costumbres forman el único poder resistente y duradero del pueblo”.

Por otro lado, el economista David Cerdá señala que el bien va más allá del cumplimiento de las leyes. “Una sociedad con legalidad y sin moral, con férreos cuerpos legislativos y cuerpos de seguridad y tribunales, pero sin autonomía ni conciencia, es una apariencia de libertad con las entrañas roídas”. No todo lo legal es moral.

El cambio empieza por la educación. Algo que queremos para todos los niños y jóvenes que vemos en las calles. Nicolas de Condorcet mencionaba que los tres ejes de la educación liberal son el aprendizaje de una profesión de provecho para la sociedad, el desarrollo del espíritu crítico y el de los sentimientos morales.

A su juicio, la educación es un medio espléndido para combatir “la mediocridad ambiciosa y los talentos deshonrosos”. Ese tipo de personalidades originan una baja calidad democrática. Este filósofo afirmaba que la verdad es un bien que anuda toda las virtudes, y que cuando la verdad se traiciona la democracia es falsa. La verdad es consustancial al bien. Debe estar en el centro de la educación. Desempeña un papel esencial en la ética.

Para el estagirita la valentía es una virtud política porque protege la polis. El honor requiere valor. Plantea una lucha. Una lucha épica. El honor ético es el mejor rompehielos contra los icebergs de la corrupción.

Cuenta Platón en Protágoras que cuando Zeus envió a Hermes para salvar a la humanidad, le encomendó imponer una ley de su parte: “Que el incapaz de participar del honor (aidós) y la justicia lo eliminen como una enfermedad de la ciudad”. ¡Esta ley sí debería ser una forma de gobierno!

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.