La debilidad de Alemania perjudica a Europa

Alemania enfrenta muchas de las condiciones que prevalecieron en la década de los noventa

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La salud de Alemania es asunto que trasciende y preocupa. Otrora “enfermo de Europa”, el país vuelve por sus fueros. Y tal vez sea poco decir: igual que a finales de los noventa, se enfrenta a la temida estanflación: altos niveles de inflación y desempleo combinados con estancamiento de la demanda e ínfimo crecimiento; a esto se suma la falta de un liderazgo político eficaz. Todo ello oscurece la proyección de Alemania (y de la Unión Europea, que depende de ella).

Aunque Francia sea la segunda economía más grande de la UE, potencia nuclear y único Estado miembro con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Alemania es la locomotora económica de la Unión. Durante años, su vigor y dinamismo vinieron impulsados por la disponibilidad de gas ruso barato, una alta demanda china de automóviles y bienes de capital, y un bajo gasto en defensa, cortesía de Estados Unidos (a través de la OTAN). Dominó, por defecto, las instituciones europeas. La excanciller alemana Angela Merkel influía tanto en la dirección de la política de la UE que recibió el apodo Reina de Europa.

A Merkel nunca le gustó el primer plano, y dejó huella de liderazgo reservado. Su sucesor, Olaf Scholz, comparte esta característica en grado superlativo: solo da declaraciones públicas cuando son absolutamente necesarias y evita la acción decisiva (sobre todo, si puede causar controversia).

En las redes sociales circula un neologismo, scholzing, que describe el acto de “comunicar buenas intenciones, para después usar, encontrar o inventarse cualquier razón imaginable para retrasar o evitar que se conviertan en realidad”.

Ucrania en medio

Ucrania es escaparate privilegiado del scholzing: la laberíntica materialización de las promesas de envío de armamento alemán (por ejemplo, tanques Leopard 2) en su lucha contra Rusia. Hoy necesita que Alemania entregue misiles crucero Taurus de largo alcance, ya que ningún otro país tiene capacidad para suministrar una cantidad sustancial de equipos de estas características a corto plazo. Pero hasta ahora Scholz ha resistido las presiones para hacerlo.

Su prioridad es evitar una escalada del conflicto y, sobre todo, una confrontación directa entre la OTAN y Rusia. Con la implicación de Alemania, según Scholz, el envío de los misiles aumentaría este riesgo, porque también le obligaría a enviar soldados para ayudar a operarlos.

Esta valoración se reafirmó durante una conversación telefónica (filtrada a la prensa) en la que cuatro altos oficiales de la fuerza aérea alemana analizaron posibles escenarios de despliegue de los Taurus, si bien diversos expertos han negado que la presencia de personal alemán sea imprescindible para su manejo.

La negativa de Scholz a enviar los misiles Taurus a Ucrania choca con la postura de otros miembros de su gobierno de coalición. El mes pasado, Marie‑Agnes Strack‑Zimmermann, una de las figuras principales del Partido Democrático Libre, rompió filas y votó a favor del envío de misiles a Ucrania.

La fragilidad del gobierno tripartidario alemán ha dificultado a Scholz la búsqueda de acuerdos con otras capitales europeas. Fuentes en Bruselas se lamentan: “La coalición alemana avanza (aún) más lento que los debates en la UE”.

Scholz el impopular

Además de frágil, la coalición de Scholz es muy impopular. En un sondeo de diciembre, solo el 17 % de los encuestados expresaron estar satisfechos con ella. Por su parte, el canciller ha roto el suelo del índice de aprobación de este cargo desde que se creó la encuesta en 1997 (como mínimo).

Pero en vez de animarle a ceder en cuanto a los Taurus, es posible que la debilidad de su posición política termine en atrincheramiento. Apodado el Canciller de la Paz, Scholz cultiva una imagen pacifista que encuentra eco entre sus votantes. En una encuesta reciente, el 61 % de los alemanes expresó apoyo a su negativa de proveer los misiles a Ucrania.

Ante las elecciones al Parlamento Europeo en junio y los posteriores comicios regionales para los estados alemanes (incluidos los del este, donde tiende a haber una fuerte oposición a cualquier confrontación con Rusia), Scholz no puede arriesgarse a dar imagen de belicista. Y frente a una progresiva aceptación por el electorado alemán del Alternative für Deutschland (AfD) —la ultraderecha— (que lleva camino de convertirse en segundo partido alemán por representación en el Parlamento Europeo), hay mucho en juego.

El ascenso del AfD refleja un creciente desasosiego popular, en particular con la economía. Fue durante la crisis presupuestaria del año pasado cuando la popularidad del AfD alcanzó su máximo histórico del 23 %. Según algunas métricas, Alemania ha tenido más huelgas este año que en un cuarto de siglo.

Economía a la baja

El malestar de la ciudadanía está justificado. En el 2023, la economía alemana se contrajo un 0,3 % (el peor resultado entre las economías importantes) y registró la inflación más alta de los últimos cincuenta años. La producción industrial se redujo un 1,5 %, los pedidos a fábrica cayeron un 5,9 %, las exportaciones disminuyeron un 1,4 % y las importaciones casi un 10 %. El pasado noviembre, el desempleo alcanzó su nivel máximo desde mayo del 2021 (un 5,9 %).

Un repunte inmediato parece improbable. Por el contrario, el envejecimiento de la población alemana empeora una escasez de mano de obra que ya es grave, y que en el 2035 podría alcanzar siete millones de trabajadores. Recientemente, varios institutos alemanes de análisis económico revisaron a la baja su pronóstico de crecimiento conjunto para el 2024: del 1,3 % a apenas el 0,1 %.

Tampoco refuerza la confianza en la coalición de Scholz la sentencia del Tribunal Constitucional del año pasado, que estableció que la decisión del gobierno de reasignar préstamos no usados en tiempos de la pandemia a un nuevo fondo de acción climática había sido inconstitucional.

Las condiciones económicas de Alemania recuerdan los años noventa, cuando la reunificación trajo consigo un aumento pronunciado del desempleo, un descenso en la producción industrial y un tardío crecimiento del PIB. Pero en aquel entonces, la acción decidida de líderes resueltos, afianzada por una fe firme en el proyecto europeo, sacó a Alemania del marasmo.

En cambio, por más que Scholz comprende los problemas que enfrenta (entre ellos, la reducción de las exportaciones a China y el riesgo de perder las garantías de seguridad estadounidenses) todavía no cuenta con un plan claro para el futuro.

Es mala noticia para la UE y para sus Estados miembros. A nadie le conviene una Alemania débil y sin timón.

Ana Palacio fue ministra de Relaciones Exteriores de España y vicepresidenta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualmente es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.

© Project Syndicate 1995–2024