La crisis de la Caja como síntoma

La crisisde la CCSS es solo un síntoma de nuestra cultura

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Hace pocos días, mientras esperaba que la funcionaria del Banco Popular actualizara mis datos, escuché a un hombre bastante viejo preguntar a una oficial dónde podía hacer unos arreglos a su recién adquirida deuda. “¿Deuda estando tan viejo?”, pregunté a la que me atendía. “Sí –respondió–. Viera qué común es que vengan a sacar préstamos para los hijos. Cuando llegan a hacer el trámite vienen solos, cuando es para sacar la plata del crédito o de la pensión, los hijos los acompañan, y, no han terminado de bajar las escaleras cuando ya les están quitando el dinero”, remató.

Gracias a una ética siniestra, sostenemos un ideal de familia como un refugio solidario y amoroso al tiempo que en su interior se odia a las personas viejas. Por eso se las recluye en asilos u hospitales, donde la mayoría, según varios reportajes de La Nación, está deprimida y despojada de sus bienes.

También desprecia a las niñas y los niños, a quienes, literalmente, se les mata a golpes, obligando al HNN a declarar el hecho como una epidemia, o se abusa sexualmente de ellos por años, sin que esto dé cabida a la palabra que denuncia; y, finalmente, desprecia a las personas adolescentes, a quienes expulsa del sistema educativo, condena a una identidad supuestamente problemática, y niega la escucha.

¿De qué manera hemos venido construyendo nuestros vínculos familiares y sociales, que resulta aceptable el abuso de poder a tal límite? ¿Qué alegamos cuando rechazamos a quienes son más vulnerables? ¿Cómo podemos sostener un país en el que la proximidad se vive como una amenaza?

Malestar general. En este devenir como personas y como país, las instituciones tienen una importancia dramática. Así, por ejemplo, la crisis de la CCSS, que este diario viene denunciado en varias ediciones, es solo un síntoma de nuestra cultura. Lo es porque no solo sus finanzas y administración están mal; también la calidad humana de su personal, que ha institucionalizado el maltrato y la indiferencia a tal punto que la buena atención se convierte en algo extraordinario, que provoca en la gente –mal acostumbrada a la hostilidad– la necesidad de publicar cartas de agradecimiento.

Además, la Caja, igual que muchas instituciones internacionales de salud, contribuye con el deterioro físico, anímico y simbólico de las personas en tanto sistema que, más que curar, tiende a hacer crónico el malestar mediante el uso de tratamientos que benefician económicamente más a las empresas farmacéuticas anquilosando el dolor que quitándolo.

Nuestro sistema de salud, amparado en la OMS, aumenta más y más la lista de enfermedades crónicas: diabetes, hipertensión, problemas cerebro- o cardiovasculares, renales, ciertos tipos de cáncer, etc., que convierten a miles en personas siempre enfermas.

Tanta gente normal aceptando y generando tanto sufrimiento ajeno hace pensar que Freud quizá tenía razón cuando dijo que todas las personas estamos habilitadas para la maldad. Pero también hace recordar que no todas se deciden por su práctica.